La legislatura que empieza a gatear no ha nacido con demasiadas expectativas de vida. El preacuerdo Sánchez /Iglesias necesitará para hacerse efectivo el concurso de muchos y muy variados socios adicionales. La posibilidad de un gobierno estable requerirá también algo más que la voluntad expresada ayer por el presidente en funciones y un acuerdo de Presupuestos con socios tan diferentes como los que se prevén no parece que esté, ni mucho menos, a la vuelta de la esquina. La pregunta de cómo hemos llegado hasta aquí no tiene respuesta fácil, pero ayudaría que repasásemos algunas de las características de la nueva política que tienen mucho que ver con esta situación.
1.- El hiperliderazgo
Los nuevos partidos han dejado de ser aquellos grupos diversos, llenos de “corrientes y sensibilidades” como en tiempos se denominaba a las diferencias ideológicas y también a las luchas por el poder. Todo aquello que tanto se criticaba -y se castigaba desde la opinión pública- ya no pasa. Ahora no se escuchan voces discrepantes y los partidos se han convertido en simples plataformas de apoyo unívoco al líder, que es quien determina el rumbo.
Legitimados directamente desde los propios militantes/inscritos, los líderes se ahorran los engorrosos trámites que obligaban a sus predecesores a negociar con sus propias estructuras de poder interno, casi nunca virtuosas pero que, paradójicamente, ejercían una labor de control y de equilibrio (lo que los anglosajones llaman checks and balances) que han desparecido por completo de los partidos nuevos o renovados.
Sin voces discordantes, solo quedan las adhesiones corales. Cierto es que la cosa funciona, pero siempre y cuando el líder acierte siempre. El problema viene cuando empieza a equivocarse y, a base de construir unanimidades a su alrededor, el jefe pierde la posibilidad de corregir sus errores, porque nadie a su alrededor se los señalará jamás, salvo algún rebelde que acepte verse marginado al momento.
2.- El líder convertido en producto y el partido en envoltorio
Una vez el líder en soledad, ascendido a verdadero emperador de su opción política, nada más lógico que atender a los expertos en marketing que harán de él un producto lo más apetecible que se pueda para el mercado de votantes.
La ideología y la visión propia del mundo que en otros tiempos eran el alma de cada partido son sustituidos por la persona física del líder y su posicionamiento, un término también procedente del marketing, que puede y que debe adaptarse siempre a la demanda. De los militantes tradicionales se espera que acepten tales cambios sin chistar y disimulando cuanto puedan su propia perplejidad.
3.- De ciudadanos a consumidores
Ojo, que la práctica de los partidos no ha cambiado porque sí, sino porque se ha adaptado a una ciudadanía que vamos transitando de ser pueblo a ser mercado. De accionistas del Estado, en el que invertimos esfuerzo y dinero porque es nuestro hemos pasado a consumidores que pagamos a un ente ajeno, del que esperamos a cambio unos servicios, mejor buenos y al momento. Un Estado “Prime” si es posible.
Por supuesto que si solo aceptamos escuchar lo que nos gusta oír, no es raro que quienes quieren nuestro voto nos digan solo aquello que nos agrade y de ningún modo se atrevan a contradecir el menor de nuestros deseos. Y lo harán, por supuesto, con mensajes simples, que presenten la realidad no como lamentablemente es sino como si todo fuese posible, fácil y sin consecuencias. El argumentario del día fagocita a las propuestas complejas, que no pueden competir con los memes y los zascas.
En el escaparate político no nos presentarán nunca lo que harán cuando haya problemas sino que simplemente nos asegurarán que, votándoles, no los habrá. Saben que, una vez captada nuestra simpatía no nos importa demasiado su abultado optimismo, al fin y al cabo los vemos como simples proveedores y todos lo hacen. Por eso es por lo que la exageración obvia e incluso la mentira obscena no se castigan sino que se aceptan como parte del paisaje de la compra/venta.
4.- La centrifugación de las opciones
Todos los expertos marketinianos saben que un posicionamiento nítido exige una clara diferenciación posible respecto a la competencia. Por si fuera poco, estando en permanente campaña es imprescindible tener movilizados a los propios con pasión. Ambos ingredientes, combinados, lo que hacen es alejar a unos de otros, crear sagradas líneas rojas y vaciar el lugar del acuerdo. Ese centro político en el que España fue maestra durante la Transición. Y no es lo peor que se desprecie lo muy valioso sino que se vea a cada momento cómo se recupera irresponsablemente la percepción de ilegitimidad del contrario, peligrosísima visión que ha traído siempre lo peor para nuestro país y que está a la orden del día en el discurso político de hoy.
Es posible que necesitemos menos politólogos y más psicólogos para que vuelva a la política un poco de la cordura que la mayoría de la gente ejerce con naturalidad en su vida cotidiana. Sensatez que, hoy en día, parece expulsada de la vida pública.
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