En 1996, California legalizó el uso de la marihuana con fines terapéuticos. En años sucesivos, varios estados del país siguieron su ejemplo, con regulaciones más o menos permisivas. En 2012, esta progresiva descriminalización se convirtió en la legalización plena del cannabis en Colorado y Washington, regulado (y gravado) de una forma no demasiado distinta al tabaco o al alcohol.
La legalización de la marihuana, en general, ha funcionado relativamente bien. El consumo ha aumentado, obviamente, pero los primeros estudios señalan que esto se ve compensado con creces por una caída en el uso de opiáceos, mucho más peligrosos. Hay un porcentaje (pequeño, pero no insignificante) de personas que desarrollan algo parecido a adicciones, y su consumo probablemente tiene efectos perniciosos en adolescentes.
La aparición de un mercado enorme y más o menos regulado se ha visto acompañada de un grado increíble de innovación tecnológica. En las últimas dos décadas, la industria ha desarrollado nuevas variedades y métodos para aumentar la concentración de THC, el principal ingrediente psicoactivo del cannabis, en los productos a la venta. En 1980, el contenido medio de THC en la marihuana en Estados Unidos rondaba el 1,5%; la mayoría de las variedades disponibles comercialmente hoy superan el 30%.
Estas “mejoras” hacen que el producto que fue legalizado hace doce años en algunos estados sea muy distinto al que se puede comprar ahora en una tienda. Aunque sigue siendo menos peligroso que el alcohol (y con mucha diferencia), casi un millón de personas acaban en urgencias cada año debido a su consumo. Se calcula que unos 16 millones de estadounidenses sufren algún grado de dependencia o consumo excesivo.
Las apuestas ilegales casi han desaparecido (excepto en los estados donde sigue siendo ilegal, como, paradojas de la vida, California), pero también hemos visto un aumento descomunal de la ludopatía
Más recientemente, en 2018, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos declaró inconstitucional una ley de 1992 que ilegalizaba las apuestas deportivas. Esto dio la opción a los estados de aprobar leyes autorizando la práctica, que no tardó en extenderse por todo el país.
Siguiendo el mismo patrón que el cannabis, la aparición de un nuevo mercado legal se ha visto acompañada de una enorme innovación tecnológica. Como ha sucedido en la Unión Europea, hemos visto una explosión de aplicaciones para móvil y páginas de internet que permiten apostar dinero en tiempo real en cualquier partido o competición. Las apuestas ilegales casi han desaparecido (excepto en los estados donde sigue siendo ilegal, como, paradojas de la vida, California), pero también hemos visto un aumento descomunal de la ludopatía. Los estados con apuestas han registrado un aumento en la tasa de bancarrotas personales del 28%.
El consumo de porno
El consumo de drogas o los juegos de azar no son los únicos comportamientos considerados “indeseables” que han aumentado fruto de las innovaciones tecnológicas. El consumo de pornografía, tradicionalmente restringido y visto con cierta cautela, se ha disparado en las últimas décadas gracias al sistema más avanzado jamás creado para distribuir información: internet. El chiste de que la demanda de banda ancha se debe, sobre todo, al porno es exagerado, pero no demasiado. Al igual que los juegos de azar o el cannabis, es también un producto inofensivo para la inmensa mayoría de usuarios, pero también genera comportamientos adictivos en algunas personas y sustenta una industria en ocasiones tremendamente abusiva con sus actrices.
Y tenemos, por supuesto, la política, o más específicamente, las redes sociales. En nuestra política siempre ha habido aficionados a las conspiraciones, grupúsculos radicales y gente dispuesta a comportamientos antisociales o violentos contra enemigos reales o inventados. Estar más o menos chiflado, no obstante, solía ser una ocupación bastante solitaria hasta tiempos recientes; ahora, gracias a las redes sociales, es muy sencillo encontrar a otros tarados en internet, creando alegres burbujas de radicalización.
Para un porcentaje pequeño, pero extremadamente ruidoso, de individuos, sin embargo, las redes son el lugar donde hablan de política y se convierten en gente muy, muy, muy pelma, inaguantable y vociferante
Como sucede con los otros fenómenos de esta lista, las redes sociales son bastante inofensivas para casi todos sus usuarios, que acaban obsesionándose con jardinería, ferrocarriles, K-pop o alguna idea de la olla similar. Para un porcentaje pequeño, pero extremadamente ruidoso, de individuos, sin embargo, las redes son el lugar donde hablan de política y se convierten en gente muy, muy, muy pelma, inaguantable y vociferante, que dan la barrila a dirigentes y periodistas sin cesar.
En el peor de los casos, incluso escriben columnas de opinión en medios de internet, donde hablan con mucha, mucha erudición sobre cómo todo el mundo que no odia a los políticos que ellos odian son imbéciles y/o traidores a la patria. Quizás conozcan algunos casos.
Economía de la atención
Esta clase de votantes, y esta actitud nueva ante la política, explica un porcentaje considerable de la creciente crispación en muchas democracias. Es el resultado, de nuevo, de otra innovación tecnológica, en este caso la “economía de la atención”, y la creación de una nueva militancia política mucho más expresiva y combativa (y menos preocupada por gobernar o legislar) que la de tiempos pretéritos.
Me parece fascinante, en cualquiera de estos cuatro ejemplos, el papel de la tecnología en hacer que viejos vicios y depravaciones (drogas, apuestas, pornografía, ser un pelma inaguantable hiperpolitizado) hayan reemergido con mayor intensidad. Las causas y efectos de cada uno de estos cambios, por supuesto, no son comparables, ni tampoco su coste social. Ilegalizarlos me parece también una mala idea; el coste de prohibir su existencia es también elevado.
Lo que sí creo que es cierto, sin embargo, es que estamos subestimando los efectos de estas transformaciones y el malestar que generan, directa o indirectamente. Son cambios sociales profundos, y los hemos visto llegar casi sin prestarles atención. No estoy seguro si estamos preparados para todos ellos.