Lo propio en un país en el que diletantes y arribistas se sientan en los escaños del Congreso y, -ay pena, penita pena-, en el Consejo de Ministros, es que eso que ahora llaman pomposamente la ciudadanía -estúpida fórmula para no mentar a los españoles-; lo propio, digo, es que encuentre válvulas de escape para su emoción en un joven de 19 años que juega al tenis y promete ser uno de los grandes del mundo del tenis. Qué buen fin de semana hemos pasado sin reparar en Pegasus y la tibieza gubernamental. Carlitos es uno de los nuestros, circunstancia esta que nos alivia frente a la mediocridad y la grisura de la política nacional (española). La nacional (catalana) está aún peor, aunque todo puede cambiar ante los torpes movimientos de Sánchez y de su Gobierno, empeñados en resucitar a un muerto que ya empezaba a oler mal.
Esta es sin duda una de las señas propias de nuestra política, que el que está muerto -lo sepa o no- tiene la facultad de levantar a quien estaba agonizando y dando su última boqueada. Sánchez y Aragonés, por ejemplo. El independentismo estaba como estaba y, perdonen la obviedad, está como está. Vivo de nuevo. Con una causa. Con un relato, que dicen los tertulianos que no encuentran la palabra que justifique la reaparición de los separatistas catalanes motivada por la torpeza del Gobierno.
De nuevo entra en nuestras vidas ese señor bajito y con aspecto de maniquí recién escapado de un escaparate de Cortefiel. Siempre enfadado, siempre haciendo preguntas que no tienen respuestas ante la evidencia de los hechos.
Por fin Aragonés encontró su causa
Como dicen en Cataluña: A ver señor Pere, le espían porque apoyó movimientos que incendian las calles y quema coches y motos; le espían porque anima a los ciudadanos a que voten en un referéndum ilegal; le pinchan el teléfono porque apoyó un golpe de Estado que les ha salido gratis; le sigue la inteligencia española porque apoya y apoyó fervientemente un movimiento que ha deseado y sigue deseando -lo volveremos hacer, dicen los suyos-, la desmembración de la nación española. El problema es que todas estas razones no sirvan para Sánchez y menos para el PSOE, un partido sumiso, callado e inexistente.
El aparato manda, decide, marca la estrategia, las filias y las fobias. Cuando el año que viene lleguen las autonómicas y los Vara, Lambán y Page quieran decir a sus paisanos que eso del CNI, eso de ERC, eso de Bildu era cosa de Sánchez ya será tarde. Nadie podrá decirles que Roma no paga traidores, que no lo son, pero sí que dejen de llorar y levanten con honor la cabeza si los resultados les son adversos.
Los días contados de Paz Esteban
Sabemos que la directora del CNI es la cabeza -la cabecilla, mejor dicho-, que el Gobierno va a entregar en bandeja de plata a Aragonés. Lo sabemos porque el sanchismo, el Gobierno y su presidente hablan todos los domingos, o sea, el día del Señor, a través del diario global El País. Sabemos también que no será suficiente, que el monstruo necesita cobrarse la cabeza de alguien principal para mostrarse ante su durmiente parroquia como el nuevo Moisés con báculo en mano y señalando un nuevo amanecer por el Oeste, que hasta de eso es capaz el maniquí de Cortefiel.
Mientras Sánchez dirige la estrategia, que en realidad está más cerca del apaño que de otra cosa, guarda silencio. En estos días no se ha puesto frente a un micrófono. No se sabe qué piensa más allá de lo que escriben en El País. Ignoramos su opinión. Nada sabemos sobre sus relaciones con el CNI. Nada tampoco sobre su conocimiento del trabajo de unos servicios de inteligencia que están puestos, como no puede ser menos, por debajo de su jurisdicción.
Pienso en José Bono, tan activo y pendiente de utilizar los resortes que el Estado ponía a su disposición cuando fue ministro de Defensa, y lo imagino entre el cabreo y la carcajada cada vez que lee que el CNI era en octubre de 2019 un verso suelto en tiempos donde el independentismo olía a neumático quemado y apretaba y apretaba.
Vaya, que los espías en España trabajan sin que el Gobierno lo sepa. De repente hemos resucitado a los antecedentes del CNI, aquel franquista OCN (Organización Contrasubersiva Nacional) o al SECED (Servicio central de Documentación) que campaban a sus anchas y sin mediación judicial.
Diez preguntas que Sánchez no responde
Por eso, y, para terminar, algunas preguntas que hace uno por el vicio de preguntar.
-La primera: ¿Por qué tiene que dimitir Paz Esteban, la todavía directora del CNI?
-La segunda: ¿Por qué los trabajadores del CNI ovacionaron con efusión a su jefa la semana pasada en el vigésimo aniversario de La Casa?
-La tercera: ¿Quién ordenó al CNI espiar los teléfonos de los independentistas, los de aquellos que pensaron la independencia en un cuaderno y los que salieron a las calles en homenaje a Luis Llach, con la estaca y el mechero en la mano?
-La cuarta, ¿cuántas veces habló Paz Esteban con Pedro Sánchez de este asunto?
-La quinta: ¿Cuántos despachos tuvo la ministra de Defensa con su presidente para hablar de este asunto?
-La sexta: ¿Cuánto tiempo le queda al llamado ministro perejil, Félix Bolaños, uno de los grandes despropósitos de esta historia?
-La séptima: ¿Será cierto que Aragonés no parará hasta que caiga la que para muchos es la mejor ministra del Gobierno?
-La octava: ¿Qué hará la mejor ministra del Gobierno ante la previsible destitución, cese o dimisión de la directora del CNI?
-La novena. Ante la cumbre de la OTAN los días 29 y 30 del mes que viene en Madrid, ¿quién está explicando a las cancillerías lo que está pasando aquí con nuestros servicios de Inteligencia?
-La décima y última ya está formulada, pero es tan impecable y sensata que hay que repetirla una vez más. ¿Qué tiene que hacer un Estado cuando alguien declara la independencia?
Gracias Margarita, porque esa y no otra es la cuestión que Sánchez no puede, ni quiere, no sabe y no se atreve a responder.
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