Opinión

Núñez Feijóo y las malas compañías

Cuando a Feijóo le pintan bien las cosas, sacan al narco a pasear. Las amistades peligrosas del líder gallego. Carmen Calvo, sin embargo, le ha puesto en órbita

  • Alberto Núñez Feijóo, en Santiago de Compostela

No depende de nadie. Ni en Santiago ni en Madrid. Ni de socios de Gobierno ni de padrinos en Génova. Se basta y se sobra. Es el único presidente del PP con mayoría absoluta. Tres veces ha redondeado la proeza. Va a por la cuarta y con visos de lograrlo. Quizás por eso en algunas teles espurgan fantasmas del pasado, como ese narco, Marcial Dorado, cuya fotografía en el yate le persigue desde hace años. Hace seis años la estampó El País en la portada y se produjo un terremoto. Fuego amigo (amiga, más bien). Feijóo estuvo al borde de la muerte política. Tuvo que plegar velas y renunció la lucha por el poder en Madrid. 

Ahora el guión ha cambiado. El narco, que fue condenado a doce años de presidio, ha reaparecido en televisión, con Évole, con menos efecto político que la barba de Casado. El único narco que pita en la tele es Fariña, ese villano de serial. Aprovechando la anécdota, El País ha vuelto a quitarle el polvo a la historieta, con un éxito más bien menor. Feijóo se encuentra muy fuerte. Ha gestionado la crisis viral con sobresaliente. En Galicia le aplauden más que al alcalde Almeida en la Castellana.

Fue muy duro en sus reproches y muy firme en sus exigencias. Una voz sin titubeos, potente y clara contra el encierro inclemente y masivo y el uso torticero e inconstitucional de la alarma

Durante unos días, y en forma sorprendente, el líder gallego se había alineado con Casado en su posición contra la prórroga del estado de alarma. "Sería bueno que la Constitución vuelva a tener vigencia plena". "Todos los demócratas deseamos recuperar los derechos y libertades que la Constitución nos otorga". Fue muy duro en sus reproches y muy firme en sus exigencias. Una voz sin titubeos, potente y clara contra el encierro radical y masivo.

Un litigio con Vox

Una llamada telefónica de Carmen Calvo, vicepresidenta recién salida de la cuarentena, le aclaró las ideas. De nuevo las amistades peligrosas en el devenir de Feijóo. Calvo le telefoneó, le aclaró el calendario y, súbitamente, el mundo tuvo otro color. El presidente de la Xunta cambió de opinión, moduló sus reproches, suavizó sus temores. "Está bien que la alarma no se eternice pero hay que darle tiempo al Gobierno". Volantazo de 180 grados. Donde había aridez apareció comprensión. Donde exigencia, moderación. 

Calvo, más lista que inteligente, más astuta que brillante, supo ofrecerle la anhelada manzana para que funcionara la tentación: Elecciones en verano. A Feijóo se le iluminaron las nécoras. Los sondeos le anuncian una victoria holgada, otra mayoría absoluta. No necesitará a Ciudadanos ni a nadie. El partido naranja apenas existe en Galicia. Feijóo rechazó el pacto del centroderecha a la vasca en las generales. Nada de 'Galicia suma'. En Galicia el único que suma es él. Y así se hizo. Con Vox mantiene un litigio frontal que ha derivado en una confrontación visceral. Se desprecian con pasión. El partido de Abascal logró 7,8 por ciento de los sufragios en las generales pero no rebañó un solo diputado. 

Humillar a Galicia

Feijóo, un cacique 2.0, buen gestor, obstinado, constante, colmillo incisivo y afilado instinto, confía sin aspavientos en repetir al frente del Gobierno. Ahora mismo no hay rival que le inquiete. Tan sólo algún patinazo propio podría hacerle tambalear. De ahí quizás la súbita resurrección del narco Dorado, que ha quedado en un intento fallido, en una estéril zancadilla. En la última cita electoral se hizo con 41 diputados, tres más de los necesarios. Desbordará ahora los 40, dicen los sondeos. A pelo, como siempre, sin logo del PP, sin himno del PP, sin apenas presencia de enviados de Madrid, sin excesivo Casado y con unos pellizcos de Rajoy. La fórmula del éxito. La oposición gallega -socialistas y mareas- se encuentra en horas bajas. La marca Sánchez apenas vende por estos lares. Se le considera un personaje infausto, un desastre absoluto que ha humillado a Galicia al aplicar la fase 1 de la descompresión frente a las deferencias con los vascos. Las mareas, por su parte, están muy bajas. Pasó su tiempo, el ciclo que arrancó el 15-M ha terminado. Galicia, junto a Portugal, se va a convertir en ese refugio libre de horror y de pandemia que hay al oeste, como diría la ministra verde. 

Valores emergentes a la derecha

La victoria de Feijóo, sin embargo, no será un triunfo de Casado, aunque Génova lo venderá como tal. El líder gallego encarna un nacionalismo tradicional y aldeano, sensato y leal, alejado del beligerante aznarismo y espantado con los ruidos e imprecaciones que  a veces se emergen desde Madrid. Feijóo apenas comulga con Teo García Egea, número dos del PP, y se las ha tenido tiesas con Cayetana Álvarez de Toledo. Más bien entona con Juamma Moreno, el barón andaluz, sorayista antes que casadista, valor en alza sin, a lo que parece, vocación nacional. 

Sus acólitos y tiralevitas, que en Galicia los tiene a miles, le calientan la oreja para que, si repite la mayoría absoluta, piense en Madrid. Casado no logra encuerpar, no consigue concretar su liderazgo, hacerlo creíble, tornarse algernativa. "Con todas sus mentiras y sus trampas, Sánchez domina en las encuestas", murmullan en los círculos gallegos. Y sugieren que si logra su cuarta victoria absoluta, debería pensar en Moncloa antes de que lo hagan Ayuso o Almeida, dos valores crecientes por la derecha. No lo hará. Feijóo acaba de comprobar una vez más que, en cuanto amague con dar ese paso, sacarán a Dorado a pasear. Esas amistades peligrosas. El narco le hunde y Calvo le pone en órbita.

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