La consultora estadounidense Gallup acaba de hacer público su Informe de Seguridad Global 2023, un acreditado trabajo de investigación que anualmente evalúa el nivel de seguridad percibido en las siete grandes regiones del mundo. Un dato llama extraordinariamente la atención: El Salvador, país con hasta hace poco uno de los índices de criminalidad más altos del planeta, es hoy más seguro que Suiza, Islandia o Luxemburgo. Mientras en 2017 solo un 28 por ciento de los salvadoreños afirmaba sentirse seguro al caminar por la noche, hoy la cifra alcanza el 88 por ciento.
El dato tiene mucho más valor si tenemos en cuenta que la percepción de seguridad se desploma hasta el 47% en el conjunto de Iberoamérica, y hay países, como Ecuador (en el que solo se sienten seguros el 27% de sus ciudadanos, el porcentaje más bajo del mundo), en los que “el incremento del tráfico de drogas ha desencadenado una ola de violencia de pandillas y homicidios que ha convertido al país sudamericano en uno de los más peligrosos del mundo”, recalcan los autores de la investigación.
Los ciudadanos de Ecuador, como los de Honduras (el país más violento de Centroamérica) o los de Guatemala (donde en 2022 se denunció la desaparición de cuatro mujeres al día), ven con creciente impotencia cómo en sus naciones el narco campa por sus respetos y el Estado se difumina hasta hacerse casi invisible. Inevitable que sigan con gran atención el sorprendente cambio registrado en El Salvador. Democracias completas pero fallidas (o muy cerca de serlo), frente a democracias enmendadas. Gobernantes bienintencionados, pero ineficaces, versus caudillos populistas, pero enérgicos y competentes (Nayib Bukele). Esa es la disyuntiva primaria de la Iberoamérica actual. Pero no solo de Iberoamérica.
Se va asentando en ciertos sectores de la sociedad la idea de que solo alterando -subvirtiendo- normas básicas de la democracia liberal conseguiremos mejores resultados en áreas claves de la gestión de lo público
Europa, donde la percepción de seguridad supera según Gallup el 75%, el porcentaje más alto del globo, no está sin embargo libre de caer en parecida perplejidad. De hecho, en algunos países ya ha caído. La derecha radical, con tintes más o menos populistas, gobierna en Italia, Hungría, Polonia, República Checa y Finlandia. En Austria acaba de ganar las elecciones. Y en Francia, Alemania, Bélgica, Suecia o España tiene amplia representación en el Parlamento. ¿Dónde está el problema? ¿Cuáles son las causas de que las avanzadas sociedades europeas exterioricen en las urnas una creciente sensación de inseguridad que cuestiona el dato que nos proporciona Gallup?
Europa sigue viviendo en un mundo feliz gracias a la maquinita de imprimir billetes. Un mundo cuya vigencia acaba de poner en cuestión el Informe Draghi, muy bien explicado aquí por Enrique Feás. Draghi señala las fallas estructurales de una Europa renqueante y entregada a la hiper regulación de toda nueva fuente de riqueza mientras sigue aumentando el gap tecnológico y de productividad con China y Estados Unidos. Y avisa: de seguir así, Europa “no podrá financiar su modelo social”. El ex gobernador del Banco Central Europeo y ex primer ministro italiano muestra descarnadamente las debilidades del Viejo Continente y avisa de que de no abordarse con urgencia profundas reformas, el futuro que nos espera es el de una larga y dolorosa decadencia.
La inmigración, asunto central
Draghi también advierte de que esas reformas llevan implícitas imprescindibles dosis de dolor y sacrificio. Y aquí viene la pregunta del millón: ¿Son los actuales dirigentes políticos los adecuados para afrontar un cambio de la envergadura que se propone? Lógicamente, la respuesta al interrogante no puede ser homogénea, pero lo que demuestran una y otra vez las urnas es que son más los ciudadanos que ven el futuro con elevadas dosis de pesimismo. En todo lo relacionado con la seguridad económica, pero también con la física, impresión ésta íntimamente relacionada con la inexistencia de una estrategia común de control de la inmigración irregular.
Traigo aquí de nuevo al escritor franco-libanés Amin Maalouf: La inmigración “se está volviendo un tema central en la vida política de numerosos países europeos”. Así es. Desgraciadamente, con su política de mirar en demasiadas ocasiones hacia otro lado, las derechas y las izquierdas clásicas europeas han contribuido a que se asiente en ciertos sectores de la sociedad la idea de que solo alterando -subvirtiendo- normas básicas de la democracia liberal conseguiremos mejores resultados en áreas claves de la gestión de lo público. Añadamos a esa inquietante idea otro factor que no lo es menos: el desmoronamiento de las expectativas, apreciación general que alcanza su pico en forma de alarmante incertidumbre entre los más jóvenes.
Democracias completas pero fallidas (o muy cerca de serlo), frente a democracias enmendadas. Gobernantes bienintencionados, pero ineficaces, versus caudillos populistas, pero enérgicos y competentes
En España, se está produciendo un fenómeno tan curioso como preocupante por su anormal robustez: una nueva industria florece allí donde el sistema fracasa. Empresas de alquiler de viviendas que exigen desmedidas garantías para proteger a los propietarios de leyes contraproducentes; otras que prosperan impidiendo que las administraciones cobren las sanciones impuestas a los infractores; la seguridad privada atravesando un proceso de extraordinaria expansión; el éxito redoblado de la educación privada ante el deterioro de la pública (más por nepotismo y por su resistencia a adaptarse a las necesidades del mercado de trabajo que por falta de presupuesto); o el notable aumento de los clientes de la sanidad privada como reacción al déficit de médicos (que buscan otros horizontes) y a las largas listas de espera de la pública; y por citar un ejemplo más, las boyantes plataformas privadas de intermediación en los procesos de búsqueda de empleo, que compensan la ineficiencia de los organismos oficiales, son una muestra más de lo que Juan Torres, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y en otro tiempo asesor de Podemos, calificó en Para que haya un futuro (Editorial Deusto) de fallo multiorgánico. No sé si nos estamos aproximando a toda velocidad a ese precipicio, pero lo que parece evidente es que si Europa no se toma muy en serio las recomendaciones de Draghi, si los líderes nacionales no son capaces de salir de su zona de confort y abordar de cara los problemas reales, corremos el riesgo de que cada día que pase sean muchos más los ciudadanos que se vean reflejados en el espejo de Bukele
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