Confieso que ver este martes unas imágenes de Mariano Rajoy saltándose el confinamiento para hacer deporte a las afueras de su urbanización madrileña, cuando millones de padres con niños que se suben por las paredes de casa desde hace un mes no atisban a ver la luz al final del túnel, me produjo una mezcla de indignación, al principio, y de perplejidad pasados unos segundos.
"¿Qué puede llevar a un ex presidente del Gobierno a pensar que el encierro estricto que impide al resto de españoles hacer ejercicio no rige para él?", me pregunté con un punto de ingenuidad; pero, inmediatamente reparé en otros ejemplos de laxitud con la norma: el primero, el de José María Aznar y Ana Botella, desplazándose a su segunda residencia en Marbella el 13 de marzo, 24 horas antes de que entrara en vigor el estado de alarma.
Opinable en tanto que no estaba vigente todavía ninguna excepcionalidad en suelo patrio. Claro que, media hora más tarde, alguien del PP me reprochó con razón ¿Y por qué no ponéis igualmente el foco en el hecho de que Pedro Sánchez o Pablo Iglesias han podido saltarse alegremente la cuarentena a la que estaban obligados en tanto sus parejas están infectadas por el coronavirus?
Aznar y Botella pueden alegar que en el momento de su viaje éste no estaba prohibido... Cierto, pero muy insolidario porque esa mañana del 13 de marzo en que cogieron el avión ya toda España sabía lo que iba a prohibir el Consejo de Ministros al día siguiente. Y Sánchez e Iglesias pueden alegar -lo han hecho- que su función al frente del actual gobierno es insustituible. Da lo mismo. Para la inmensa mayoría de los españoles es todo, lo suyo y lo de los Aznar, parole, parole, parole (palabras), que cantan los italianos en una pieza muy popular. Verborrea, en castizo.
Al final, queda en este tiempo de incertidumbre e irritación contenida la sensación de que este país España no cambia, ni por 'abajo' ni por 'arriba', a lo que se ve con el 'ejemplo' de Rajoy
Al final, queda en este tiempo de incertidumbre e irritación contenida la sensación de que este país no cambia ni con mascarilla; ni por abajo con miles de multas y arrestos ni, lo que es más preocupante, por arriba, a lo que se ve con ese Rajoy haciendo ejercicio impunemente por las calles de su urbanización; "España y yo somos así, señora", dejó dicho Eduardo Marquina en su obra En Flandes se ha puesto el sol; y muchas décadas después le siguió Aznar pidiendo "déjame que beba tranquilamente" en otro ejemplo presidencial.
Queda la desagradable sensación de que, a la mínima oportunidad, quienes nos dirigen, a izquierda y derecha, se aplican bajo todo tipo de excusas la famosa ley del embudo: lo ancho para mí y lo estrecho para los demás. Que esto del #QuédateEnCasa que inunda desde hace semanas nuestros medios de comunicación en boca de rostros conocidos no va con ellos.
Aún así, el ejemplo de Rajoy me parece que tiene algo que lo hace más obsceno que los demás: la voluntaria exhibición de impunidad que conlleva. Porque, cuando el ex presidente salió el Domingo de Resurrección a las 8.15 de la mañana a caminar por su urbanización era plenamente consciente de que estaba quebrantando la norma, no para trabajar o porque no se había enterado todavía lo que se nos venía encima -mucho suponer-, como dijeron otros antes que él... simplemente por hacer deporte, ese oscuro objeto de deseo para muchos españoles.
Para hacer lo que cualquier español, sus vecinos de urbanización también, quiere y reprime las ganas; unos por civismo, otros por miedo a los 600 euros de multa que, veremos, si no le caen también al expresidente tras esta pillada in fraganti. Atentos.
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