Tras el previsible fracaso de Alberto Nuñez-Feijóo intentando convencer a alguien no llamado Abascal de que lo apoye en la sesión de investidura, el PP ha vuelto al lugar dónde más cómodo se encuentra, el alarmismo del España-se-rompe de toda la vida. Poco le ha durado ese espíritu de mirar a Junts per Catalunya y el PNV como partidos con sentido de estado y tradición de gobierno; ahora vuelven a ser los enemigos de la nación de toda la vida.
Ya vimos, hace apenas un mes, los amplios réditos electorales que esta estrategia produjo para el PP (pista: seguirán en la oposición), así que no insistiré en esta bonita obcecación de la derecha española en seguir tropezando con la misma piedra. Creo que es más interesante, a estas alturas, fijarse en las demandas que van a hacer los nacionalistas cuando les toque negociar con el PSOE y considerar qué clase de medidas y reformas son aceptables o necesarias para el país.
Antes de hablar de cualquier acuerdo, no obstante, es necesario hablar de lenguaje. Más concretamente, es importante hablar sobre el aluvión de conceptos, teorías y vaguedades filosóficas que los nacionalistas adoran circular y debatir con fervor cada vez que hay algo que pactar. Me refiero a esa palabrería rimbombante como “nación de naciones”, “carácter plurinacional del estado”, “convención constitucional” o “autodeterminación”.
El pequeño secreto de los nacionalistas, sin embargo, es que saben perfectamente que muchas de estas ideas y conceptos son brindis al sol
Para los políticos y comentaristas de la derecha, todas estas expresiones son motivo de pánico, preocupación y grandes aspavientos; son la clase de concepto que hacen que les entren todos los males de cómo el PSOE va a concederlo todo y romper España ya mismo. En las próximas semanas vamos a ver, a buen seguro, múltiples artículos explicando muy sesudamente como no existen países que sean “nación de naciones” y todos lo que han sido han fracasado, o por qué una “convención constitucional” es una peligrosa rottura de todo lo que nos ha hecho prósperos y libres, o repetirán por enésima vez que “autodeterminación” es un concepto inaplicable en una democracia europea. Muchas de estas piezas serán completamente correctas, y sus autores tendrán toda la razón del mundo. Yo mismo me he hecho un hartón de firmar algunas de ellas durante los últimos años, porque el nacionalismo identitario me parece una idea anticuada, absurda y falaz.
El pequeño secreto de los nacionalistas, sin embargo, es que saben perfectamente que muchas de estas ideas y conceptos son brindis al sol. “Estado plurinacional” es un concepto que tiene su interés teórico, si a uno le gusta hablar del sexo de los ángeles y/o derecho constitucional, pero no tiene aplicación práctica directa alguna, ni desde el punto de vista legal ni desde el punto de vista institucional. Su único interés, y el motivo porque reaparece tan a menudo, es porque es algo que los nacionalistas saben que pone de los nervios a la derecha, y ese histerismo patriotero madrileñista les da réditos electorales.
No tienen ni puñetera idea sobre qué significan las bobadas que sueltan; su objetivo es animar a su parroquia
El nacionalismo es el populismo originario, los inventores del trumpismo antes que Trump. Para los populistas, el contenido de su mensaje es secundario; lo importante es a quién van a provocar u ofender con él. Cuando Puigdemont, Rufián, Borràs, Artadi y el resto de la banda se ponen a decir cosas como que hay que confederalizar el pluralismo nacional por el derecho a decidir o mandangas de esta clase su objetivo principal es provocar críticas y aullidos de chantaje, se rompe España y rendición sanchista. No tienen ni puñetera idea sobre qué significan las bobadas que sueltan; su objetivo es animar a su parroquia, y la mejor manera de hacerlo es consiguiendo que los de “Madrit” y el “estat espanyol” se enfaden con ellos.
Un buen primer paso de Feijóo y el resto del PP para combatir el independentismo, por lo tanto, sería entender cuándo están hablando en serio y cuándo están soltando bobadas sólo para provocarles. Parte del fracaso de la derecha española de los últimos años se debe a su total incapacidad de ignorar el juego de las provocaciones, metiéndose una y otra vez en peleas que refuerzan a sus oponentes sin darles a ellos ni un solo voto.
Junts, PNV y (por mucho que lo nieguen, es cierto) ERC son partidos conservadores, y su agenda económica es bastante cercana a los valores del PP
El segundo paso, y no menos importante que el primero, es prestar atención. Los socialistas van a negociar con los nacionalistas para alcanzar el gobierno y el acuerdo incluirá una buena montaña de retórica estúpida y vacua para irritarles y un número significativo de medidas y concesiones concretas que sí que serán importantes. Los socialistas han entendido (y sus repetidas victorias electorales les dan la razón) que la ensalada de palabras altisonantes y mesas de negociación son incomprensibles para el electorado y no les cuestan votos (y ahí están, ganando elecciones) y saben que para los nacionalistas no es más que postureo populista. También saben que hay medidas políticas y presupuestarias concretas que son de lo que los nacionalistas realmente quieren hablar. El PP debe hablar de esas cosas, no de la insufrible turra ideológica que sólo existe para irritarles.
Lo interesante, y que si el PP fuera un poco menos cenutrio quizás se hubiera dado cuenta hace tiempo, es que muchas de las cosas que van a pedir los nacionalistas les gustan. Junts, PNV y (por mucho que lo nieguen, es cierto) ERC son partidos conservadores, y su agenda económica es bastante cercana a sus valores. Incluso en temas de financiación autonómica y descentralización, mover España hacia un sistema donde las comunidades tienen más autonomía fiscal pero sólo pueden gastar lo que recaudan es algo que deberían apoyar.
La derecha española, por desgracia, siempre prefiere picar el anzuelo de la provocación en vez de buscar maneras de ganar elecciones o aprobar su programa. Y así están otra vez, camino de la oposición.
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