Opinión

El ocaso sangriento de la teocracia iraní

Irán vive, desde el pasado 15 de noviembre, una ola de manifestaciones contra la dictadura islamista por la subida del precio del combustible. La respuesta del régimen ayatolá ha sido la represión: se estima que el número de víctimas mortales supera las mil quinientas

El régimen teocrático y totalitario imperante en Irán desde la caída del Sha Reza Pahlevi y la llegada al poder del Ayatolá Jomeini en 1979 podría estar viviendo sus últimos meses de existencia entre explosiones de violencia en las calles y una brutal represión de las protestas. La actual ola de manifestaciones de rechazo a la dictadura islamista se inició el 15 de noviembre pasado a raíz de la decisión del Gobierno de triplicar el precio del combustible. Esta medida, que castiga severamente a las familias modestas y a las pequeñas empresas, ha encendido la indignación de una población ya muy soliviantada por la corrupción de la élite clerical que rige el país y por los tremendos dispendios en las acciones bélicas y terroristas en Siria, Yemen, Iraq, Somalia, Libia y otros lugares.

Aunque el origen de las alteraciones del orden público haya sido un asunto muy concreto, pronto éstas se han transformado en un fenómeno de carácter netamente político exigiendo un cambio de sistema. La quema de efigies del fundador, Ruhollah Jomeini, y del Líder Supremo, Ayatolá Alí Jamenei, así como los ataques a sucursales bancarias, comisarias, instalaciones gubernativas y cuarteles de la Guardia Revolucionaria, han proliferado y se han extendido a un centenar de ciudades, incluida la capital, Teherán.

Se estima, a partir de informaciones obtenidas de fuentes del interior del régimen, que el número de víctimas mortales supera las mil quinientas, entre ellas diecisiete menores de edad y cuatrocientas mujeres, los heridos son siete mil y los detenidos doce mil. Se trata de la actuación más letal de los Guardias Revolucionarios y las milicias Basij en los cuarenta años de vida de la República Islámica. En la revuelta del llamado Movimiento Verde, tras las elecciones fraudulentas del presidente Ahmadinejad en 2009, la cifra de muertos no llegó al centenar y en las recientes algaradas para expresar el descontento de la ciudadanía por el deterioro de las condiciones de vida en 2017 y 2018, los fallecidos fueron una veintena.

El inusitado nivel de la respuesta de las autoridades al presente desbordamiento de contestación masiva al régimen se debe a la percepción por parte de la cúpula de la República Islámica de que en esta ocasión el peligro de verse derribada es real y que únicamente el uso de la fuerza extrema puede garantizar su supervivencia. El propio Líder Supremo reunió el 17 de noviembre en un encuentro de urgencia al Presidente de la República, Hasán Rohani, al ministro del Interior, al jefe de la Guardia Revolucionaria y a otros altos cargos responsables de la seguridad, para ordenarles taxativamente que acabaran con las protestas sin reparar en medios.

La comunidad internacional personificada en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debería intervenir urgentemente antes de que Irán se transforme en un matadero a gran escala

El resultado ha sido una carnicería espantosa en la que tiradores situados en las azoteas han disparado a matar en la cabeza o en el pecho de los manifestantes y las brigadas antidisturbios han ametrallado sin contemplaciones a multitudes desarmadas e indefensas. La Alta Comisaria para los Derechos Humanos de la ONU, Michele Bachelet, ha condenado estos abusos, pero paradójicamente ha solicitado al Gobierno iraní “una investigación independiente” sobre el alcance y circunstancias de la matanza. El encargo a los criminales de realizar averiguaciones sobre sus crímenes revela que la ex-Presidenta de Chile o bien posee una inteligencia limitada o, lo que parece más plausible, no desea incomodar en exceso a los enturbantados verdugos del pueblo iraní.

A la vista de estas dramáticas circunstancias, la comunidad internacional personificada en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debería intervenir urgentemente antes de que Irán se transforme en un matadero a gran escala. Es imprescindible una comisión de investigación de la ONU que establezca in situ el número de víctimas y de arrestados y que identifique a los responsables de tales atrocidades para ponerlos en su momento ante un tribunal nombrado al efecto.

Hay que reconocer que, pese a sus muchas excentricidades y salidas de tono, Donald Trump es el único mandatario de Occidente que ha comprendido la verdadera naturaleza de este régimen y la inutilidad de las maniobras de apaciguamiento y de diálogo para mantenerlo a raya. La única solución a la permanente amenaza que representa la teocracia de los ayatolás para la estabilidad y la paz mundiales, y para evitar el terrible sufrimiento que inflige al pueblo persa, es la presión diplomática, económica y política sobre la República Islámica combinada con el apoyo decidido a la oposición democrática y a las acciones emprendidas por el heroico pueblo iraní en busca de su liberación.

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