Opinión

La ofensiva de Pablo Iglesias

Iglesias no tiene partido, pero controla ideológicamente el Gobierno porque el PSOE, al igual que el presidente, carece de proyecto y de contenido

La supuesta conversión cuasi religiosa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hacia una moderación que jamás ha practicado, se filtraba como un hecho tras la aprobación de los Presupuestos. Podemos sería marginado al no ser tan necesarios sus votos dado que no habría posibilidad de una moción de censura. “Habrá crisis de Gobierno”—se llegó a afirmar. A mi pesar, esas filtraciones parecen responder más al plano de los deseos y sueños de algunos ministros con más apego al sillón que a la realidad. Ante esta posibilidad de conversión, muchos esperaban que Pablo Iglesias tuviese un perfil bajo para evitar que Sánchez pusiese fin a su Vicepresidencia. Sin embargo, asistimos a una ráfaga de ataques simultáneos en diversos frentes por parte del vicepresidente contra el Ejecutivo del que forma parte. El ataque con mayor cariz surrealista fue presentar una enmienda con ERC y Bildu a los presupuestos que él mismo había impulsado.

Matonismo y violencia

Teniendo en cuenta la concepción autoritaria y violenta que tiene del poder Pablo Iglesias, ese comportamiento responde a una reacción lógica. La ofensiva al sector socialista de su propio Ejecutivo no se debe a una provocación o un error, sino a un ejercicio de doma a sus socios.

Es bastante ilustrativo el modo en el que Iglesias ha ejercido el poder en su propio partido. A su mano derecha, Juanma del Olmo, imputado en el 'caso Neurona', se le conoce como 'el carnicero' por su forma de controlar la organización. Iglesias acudía a cualquier acto acompañado de una fornida claque, con el objetivo de amedrentar y exhibir el tipo de poder capaz de ejercer. No olvidemos declaraciones de discrepantes que sufrieron agresiones, y lo que parecía un requisito para estar en las listas electorales de Podemos, haber cometido algún delito. El matonismo en Podemos derivado de su líder, era marca de la casa.

Decía Iglesias aquello de “me gusta quien moviliza al Ejército para decir a los mercados: cuidado, las pistolas las tengo yo”

El poder de naturaleza violenta siempre ha ejercido en el vicepresidente una fascinación irrefrenable. Su vergonzosa hemeroteca no tiene rival en cualquier país mínimamente civilizado en el que haya unas pocas reglas democráticas. Algunas de ellas: “Mao decía que el poder nace de las bocas de los fusiles, y así sigue siendo”; "pido disculpas por no romper la cara a los fachas con los que discuto en la televisión”; “me gusta quien moviliza al Ejército para decir a los mercados: cuidado, las pistolas las tengo yo”. “El periodismo es un arma que sirve para disparar”, esto lo sabe bien su socia de Bildu, Mertxe Aizpurua. Su admiración por el poder alcanzado mediante la violencia es absoluta. Esto explica su hermanamiento con la organización sanguinaria de izquierda reaccionaria: “ETA ha causado mucho dolor, pero tiene una explicación política”, afirmó en 2014 en un acto en el Ritz. Una justificación inequívoca del uso de la violencia por motivos políticos. Los suyos, claro.

Pablo Iglesias es consciente de su situación de debilidad en el Gobierno en caso de que Sánchez decidiese convocar unas elecciones, de ahí su virulencia. A día de hoy es, o debería ser, su mayor miedo: los ciudadanos hablando en las urnas. Es un buen motivo para que un adelanto electoral sea un objetivo para la oposición.

Podemos tiene una existencia residual como partido. No podría afrontar un proceso electoral en este momento sin empeorar drásticamente sus resultados. Apenas puede hacer frente al proceso judicial en el que está inmerso por financiación ilegal. Pablo Iglesias también tiene una complicada situación en los tribunales. Su condición de aforado mantiene pendiente la confirmación de su imputación. Son motivos para su apremio amenazante al PP a fin de que renueve el CGPJ, el único as que aún tienen y no deberían soltar. Su debilidad le obliga a acusar a ministras de servidoras de la derecha, para que todo el Consejo de ministros entre en una situación de pánico paralizador por las acusaciones. Así obtendrá de los socialistas lo que el miedo suele provocar, sumisión. Su ofensiva es una ostentación de su poder encaminada a obtener uno mayor.

El control ideológico

La relación con el presidente es necesariamente distinta. Le ofrece un proyecto de poder mayor que cualquier otro líder territorial o ministro, y por supuesto mucho mayor que cualquier otro partido. No abandonará a Iglesias fácilmente. El PSOE ya ha asumido la mayoría de los postulados de Iglesias. Fingen escandalizarse con Bildu mientras defienden la 'ley Celaá', la comisión de control de la verdad, la mesa de diálogo con ERC y la excarcelación de los golpistas en Cataluña. Un PSOE que se niega a condenar los crímenes del comunismo en contra de una resolución del Parlamento Europeo. Este es el nivel de asunción absoluta de postulados. La última batalla es la conocida como 'ley trans'. Iglesias no tiene partido, pero controla ideológicamente el Gobierno porque el PSOE carece de contenido, al igual que su presidente. Las voces internas discrepantes carecen de poder o determinación, porque ésta emana de la convicción en unas ideas, en unos principios y no del miedo a perder el cargo.

Esto último quizá explique que ahora no suceda lo que Antonio Escohotado recuerda en 'Los enemigos del comercio', obra emancipadora de prejuicios e ignorancia, la inviable unidad de la izquierda en los años previos a la Revolución rusa. La ruptura entre socialdemócratas y radicales de izquierda era condición necesaria para la existencia de estos últimos. A pesar de ello, serán siempre estos últimos quienes acusen a los primeros de dividir a la izquierda por no tomar el camino de la pureza ideológica, que por supuesto siempre representará el partido radical. Un PSOE vaciado es el caballo perfecto para que un parásito lo domine. El menor gesto de desacuerdo será reprendido con una ofensiva de descalificaciones personales y acusaciones de traidores a la verdadera izquierda. La conciencia roja ha de combatir simultáneamente a enemigos externos e internos.

Tras la aprobación de los Bildu-Presupuestos del Estado, que nos hacen muy dependientes de las ayudas europeas y a la vez suponen un alto riesgo para percibirlas, parece difícil que vaya a haber una crisis de Gobierno. Puede que Sánchez se centre en teatralizar la campaña de vacunación. Necesita al menos un éxito como gestor. Lejos de marginar a Iglesias, tendrá el campo libre para que marque la agenda política. El goteo principal será entorno a la supuesta necesidad de la sociedad española de un referéndum sobre la Corona. El grifo se abrirá más o menos según las necesidades de Pablo Iglesias. Participará el CIS. No hay ruptura.

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