El oficio de tinieblas era un rito de la Iglesia Católica en Semana Santa. La ceremonia se consumaba apagando catorce de las quince velas de un candelabro triangular mientras se recitaban salmodias y lamentaciones. Cuando la oscuridad era más densa, los asistentes producían todo el estruendo posible. Tal rito, que trataba de recrear el pasaje del terremoto y la oscuridad de la crucifixión, es una oportuna metáfora del apagamiento de la Universidad española. Ya hubo una lamentación de gran elocuencia. Fue la del profesor de la Universidad de Granada, Daniel Arias, en diciembre pasado: “Querido alumno universitario de grado: te estamos engañando”.
Lamentaciones verídicas como esa denuncian las perfidias ante el sagrado deber civilizatorio de enseñar al que no sabe. Veamos cómo ciertas leyes han ido promoviendo tamaña deslealtad.
-La Ley de Reforma Universitaria (LRU) de 1983, González mediante, impuso mecánicas democráticas para la elección de los rectores a través de los claustros. Es apelar a la democracia para ganar poder. Trampa: “democratizar” la Universidad para degradar la democracia española. Esa ley facilitó el reforzamiento de grupos que defienden sus propios privilegios en los departamentos, los decanatos y los rectorados. El derecho superior de los estudiantes a recibir enseñanza de calidad queda relegado. Los grupos de poder influyen en distintas universidades mediante el nombramiento de tribunales, la participación en las comisiones de la Aneca y en los comités de las revistas científicas, aparte de en los sindicatos.
La “europeización” ha consistido en renunciar a evaluar los efectos del Plan Bolonia en la Universidad española. Se han cambiado metodologías y se ha reducido la duración de las carreras
-La Ley Orgánica de Universidades de 2001, Aznar mediante, creó la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación, Aneca. Trampa: la “objetividad” para la acreditación de profesores se basa especialmente en los niveles de impacto que otorgan ciertas organizaciones a las editoriales de libros y a las revistas científicas. No se evalúa tanto el contenido concreto de las publicaciones, como sí las posiciones que esas organizaciones otorgan al medio donde se publica. La mayoría de revistas de las áreas de ciencias sociales y humanidades, y también de otras áreas, ha sucumbido a la corrección política, a la agenda 2030 o a la imposición por ley de una memoria oficial. El resultado es un empobrecimiento intelectual apenas disimulable en las muchas actividades que se autodenominan investigadoras y que poco aportan de interés. Hay revistas con alto índice de impacto que rechazan artículos con la pintoresca excusa de que han recibido demasiados artículos, sin ofrecer ningún argumento científico.
-El Real decreto 1393/2007, Zapatero mediante, obligó a la Universidad a adaptarse al Espacio Europeo de Educación Superior (el Plan Bolonia). Trampa: la “europeización” ha consistido en renunciar a evaluar los efectos del Plan Bolonia en la Universidad española. Se han cambiado metodologías y se ha reducido la duración de las carreras. Han eliminado asignaturas y se ha rebajado el nivel de exigencia. Han aparecido muchos másteres que sólo parcialmente permiten recuperar los niveles de calidad perdidos.
-La Ley Orgánica del Sistema Universitario de marzo de 2023, Sánchez mediante, es la más tramposa de todas las leyes. No reconoce ninguno de los problemas que sufre la Universidad y se define a sí misma como fomentadora de “la Ciencia Abierta y Ciudadana”. Palabrería, tan rimbombante como vacía. Culmina la destrucción de todas las enseñanzas en siniestra coherencia con lo que ya se ha perpetrado en primaria, secundaria y bachillerato. La expresión “sistema universitario” reduce la institución a un adjetivo para colorear el polisémico “sistema”, concepto asimilable, para el febril legislador, al de engranaje. Y pone a la Universidad -etimología que funde lo universalista con lo comunitario- en rumbo hacia lo contrario, hacia las particularidades caciquiles.
Una mayoría de los escasos estudiantes que acuden al aula no toman apuntes sino que se aplican en variadas actividades con las que sus móviles o portátiles reclaman su atención
Cuando hablas con profesores de cualquier universidad hay lamentaciones coincidentes. Lamentan que los estudiantes tienen serios problemas de comprensión lectora. Detectan también una merma de sus habilidades cognitivas. Las carencias en capacidad argumentativa y en el manejo de abstracciones hacen que los profesores vayan reduciendo las exigencias académicas. Como la mayoría de los enseñantes pone sus lecciones en las plataformas digitales de cada universidad, una mayoría de los escasos estudiantes que acuden al aula no toman apuntes sino que se aplican en variadas actividades con las que sus móviles o portátiles reclaman su atención. Así, la inteligencia artificial va acrecentando sus bases de datos mientras el ejercicio de la inteligencia natural de profesores y alumnos va reduciéndose.
Tal degradación incentiva la picaresca de profesores y alumnos. Estos últimos se percatan de que, sin demasiado esfuerzo mental y manifestando su adhesión a la corrección política, reciben notas altas. Algunos profesores, que anhelan buenas puntuaciones en las encuestas sobre la docencia, hacen la pelota a los estudiantes. El narcisismo universitario habitual ha crecido. El intercambio de cobas sin fundamento es ley. Cuanto más inmerecido es un halago, mayor suele ser la sumisión que se busca en el elogiado. Los estudiantes observan el funcionamiento de la mayoría de facultades y departamentos y aprenden que el éxito no tiene que ver con el mérito, el esfuerzo, el conocimiento, el sentido común, la verdad, sino con algunos servilismos y renuncias intelectuales. Para el buen estudiante, la Universidad o aburre o indigna. El espectáculo de ver cómo se conceden notas altas a quien no sabe es poco edificante.
El profesor que se toma en serio la sagrada tarea de enseñar al que no sabe encuentra no pocas dificultades. En los departamentos dominados por la mediocridad, algo frecuente por lo que me cuentan desde varias universidades, si un profesor defiende la necesidad de mejorar la calidad y subir la exigencia pasa a ser considerado como conflictivo o inadaptado. La LOSU no evitará muchas lamentaciones por venir; no soluciona problemas; ni reconoce su existencia. Así de “luminosa” es esta ley, diseñada para apagar la última de la velas.
Desde fuera de la Universidad los políticos trajeron las tinieblas. Dentro queda la culpa por no rechazar la imposición de tantas brumas. ¡Con la falta que hace la sabiduría en España y en todo Occidente!
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