Opinión

Oh, la paz

Guerra de Sucesión, quemas de conventos, pistolerismo… La historia de Barcelona se aviene mal con el sintagma desiderativo ‘ciudad de paz’

El pasado lunes 4 de marzo el Ayuntamiento de Barcelona inauguró el memorial de las víctimas del ataque islamista del 17 de agosto de 2017. Se trata de una lámina de bronce de 12 metros de largo y 20 de ancho, emplazada junto al mosaico de Miró, en las Ramblas, en el punto donde el terrorista Younes Abouyaaqoub abandonó la furgoneta con la que había matado a 13 personas y herido a 132. En la lámina figura la leyenda, escrita en árabe, catalán, castellano e inglés: “Que la paz te cubra, oh ciudad de paz”, junto al grabado de la palabra Barcelona que el artista Frederic Amat realizó después del atentado, y la fecha y hora del mismo: “17 de agosto de 2017. 16.50h”.

El menor de los problemas de ese lema es la mentira. Guerra de Sucesión, bullangues, sitios, quemas de conventos, la Rosa de Foc, pistolerismo, terrorismo anarco-sindicalista, Hechos del Seis de Octubre, Guerra Civil, Hechos de Mao, el Proceso… La historia de la ciudad se aviene mal con el sintagma desiderativo, de prosa patufet, “ciudad de paz”. Pero la falla principal no está ahí, sino en la naturaleza de la inscripción. En el género. Estamos ante un memorial que no guarda memoria de la tarde de finales de agosto en que una furgoneta entró por Canaletas. A contramano interrumpiendo el jueves.

Estamos ante un memorial que no guarda memoria de la tarde de finales de agosto en que una furgoneta entró por Canaletas

Las Ramblas no es la única estación barcelonesa que habría de incluirse en una hipotética ruta temática del terrorismo. En el parque de Can Dragó, a unos doscientos metros de Hipercor, el lugar donde el viernes 19 de junio de 1987 ETA hizo estallar el coche bomba que segó la vida de 21 personas, hay una pirámide de granito negro del escultor estadounidense Sol LeWitt. Al pie, este rótulo: “La ciudad de Barcelona en recuerdo y homenaje a las víctimas del terrorismo”. A diferencia de la instalación de las Ramblas, ésta menciona a las víctimas y al terrorismo. Unas víctimas etéreas y un terrorismo innominado, desprovisto de anclajes fácticos, y que permite a cada cual proyectar sus agravios. También, me temo, sus fantasías. Pero nos vamos acercando.

Entre el 16 y el 18 de marzo de 1938, la Aviazione Legionaria Italiana lanzó sobre Barcelona 44 toneladas de explosivos en 12 oleadas. Hubo 670 muertos y 1.200 heridos. En la confluencia de Balmes con Gran Vía, donde una bomba impactó con un camión cargado de trilita, provocando la mayor devastación de aquellos días, el Ayuntamiento de Barcelona colocó el monumento Encaix, de Margarita Andreu, ocho barras de acero onduladas de 10 metros de altura. En el suelo, una plancha reza: “A las personas muertas en los bombardeos fascistas (1937-1939) de la Guerra Civil en Barcelona y a todos los pueblos víctimas de otras guerras”. Personas, muertas, bombardeos y fascistas. Eso es.

El programa del alcaldable Valls debe incluir la restitución de las políticas de memoria. Y la primera y más urgente medida es coser a todos los muertos las palabras clave que les han hurtado, precisamente nuestros aguerridos, históricos memoriosos.

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