Era una conferencia. Nada más. Eso creíamos los dos. Una conferencia sobre música y juventud que Juan de Udaeta tenía que dar en Baeza, Jaén, en el marco del Baezafest, que yo no sabía lo que era: el Festival Internacional de Jóvenes Intérpretes, que organiza la Asociación Musical Ciudad de Baeza. Yo me apunté a acompañar a Juan como quien se apunta a una excursión o a pasar el día en la sierra. Íbamos tranquilos. Ninguno de los dos sabíamos lo que nos esperaba, sobre todo a él.
Pero empiezo por el principio. El día 24 de septiembre de 1994 se produjo un milagro en la ciudad de Úbeda, al lado de Baeza. Al bellísimo patio renacentista del Hospital de Santiago salieron, caída ya la tarde, un centenar largo de chavales, algunos todavía unos niños, todos vestidos de negro, que acarreaban unos instrumentos musicales que, en no pocos casos, eran bastante más grandes que ellos. Se pusieron a tocar y el público, estupefacto, pudo escuchar la obertura de El barbero de Sevilla, de Rossini, y la Cuarta Sinfonía de Chaikovski, entre otras cosas que no recuerdo. Un programa muy, muy difícil. Acababa de nacer la OJA, la Orquesta Joven de Andalucía, y la dirigía un joven madrileño que no llegaba a los 40 y que se llamaba Juan de Udaeta.
Juan y su equipo llevaban meses haciendo audiciones por muchas ciudades de Andalucía, para escoger a los mejores… de entre pocos, la verdad: hoy dicen ellos mismos que, por aquellos tiempos, Andalucía era, en lo que se refiere a música, un secarral. Llevaban semanas ensayando. Repitieron aquel concierto prodigioso varias veces. La gente no se lo podía creer. Y hacía bien la gente, porque lo que en realidad estaba naciendo era el Programa Andaluz para Jóvenes Intérpretes.
En Baeza, que tiene 16.000 habitantes, funcionan cuatro formaciones musicales estables de primer nivel, entre orquestas y bandas
Aquellos chavales, los “niños de Juan”, crecieron. Y se multiplicaron de una forma asombrosa. Hoy es el día en que la mayoría de las ciudades importantes de Andalucía tienen su Orquesta Joven, su Coro, su Banda Sinfónica. Hoy es el día en que aquellos “niños de Juan” se han convertido en músicos profesionales, en catedráticos de conservatorio, en solistas internacionales, y siguen enseñando a los críos y crías que van llegando a la OJA o a cualquiera de sus “hijas” musicales. Hoy es el día en que en Baeza, por ejemplo, que tiene 16.000 habitantes, funcionan cuatro formaciones musicales estables de primer nivel, entre orquestas y bandas, que llegas allí y te dan ganas de hablar en alemán, porque aquello parece Salzburgo. Y organiza el Baezafest, cuyo director es Cecilio García Herrera, catedrático de oboe: uno de aquellos “niños de Juan” que la tarde aquella del milagro, cuando se vistió de negro para tocar a Chaikovski en Úbeda, tenía diecisiete años.
Y Abdón López Santos, percusionista, director de orquesta. Y José Alberto Delgado Mansilla, también batuta profesional. Y Jesús Reina, uno de los mejores violinistas europeos, que cuando empezó a tocar en la OJA no le llegaban los pies al suelo cuando se sentaba ante el atril. Y René Martín, oboe. Y Antonio Salguero, clarinete. Y, literalmente, cientos, cientos, cientos de andaluces y andaluzas que hoy son grandes músicos y a los que ser “niños de Juan” (o de Michael Thomas, o de Manuel Hernández-Silva, que vinieron después) les cambió la vida.
Esto lo dicen ellos y lo dicen constantemente. Después de la conferencia del otro día, en Baeza, había un cóctel. Y después, así, como quien no quiere la cosa, un concierto. En el patio de la Santísima Trinidad no cabía ni un alfiler. Allí estaba la OJA, ciento tres chavales, adolescentes y post-adolescentes dirigidos por otro de los “niños de Juan”, Lucas Macías Navarro, fabuloso oboísta y director de renombre. Y Juan de Udaeta, hecho un azogue, sentado en primera fila. Y Lucas se lo dijo, le hizo ponerse en pie y se lo dijo: esto lo has hecho tú, Juan. Esto lo empezaste tú. Te dedicamos el concierto y te damos todos las gracias porque nos cambiaste la vida. Y a Juan se le fundieron los plomos del alma y rompió a llorar, derribado por un oleaje de gratitud que, al menos en aquel momento, aventaba tantos años de pesadumbre.
‘Gracias, me cambiaste la vida’
Del concierto, para qué hablar. El Preludio para la siesta de un fauno y luego La mer, ambas de Debussy, y después nada menos que la Sinfonía Patética de Chaikovski. A ver cuántas orquestas españolas, profesionales o no, se atreven con eso, y encima hacen una interpretación sencillamente celestial. Qué maderas. Qué metales. Qué percusión. ¡Y qué cuerdas! España, que no daba más que clarinetistas que salían de las bandas de música de Levante, es hoy una fábrica de instrumentistas de cuerda de primer nivel, y en buena medida gracias a los “niños de Juan”; esos niños que hoy, en 2019, no lo conocen, no lo han visto nunca, pero que al terminar el concierto lo buscaban en la calle para abrazarlo, para estrujarlo, para decirle: “Gracias, maestro. Lo que hiciste me ha cambiado la vida”. Y Juan… bueno, se lo pueden ustedes imaginar.
En el inolvidable concierto del 25 aniversario de la OJA estaba la alcaldesa de Baeza-Salzburgo, la intrépida Lola Marín, y creo que el delegado del Gobierno en Andalucía, Lucrecio Fernández. De la Diputación de Jaén, nadie. De la Junta de Andalucía, nadie. Y es que esa es la otra cara de la moneda.
La OJA, un proyecto de una envergadura y unos resultados que permite compararlo al Sistema de Orquestas de Venezuela, funcionó bien hasta que llegó la crisis de 2007. Ahí la Junta de Andalucía cerró el grifo del dinero (lo necesitarían para llevárselo de los ERE, digo yo) y empezó a poner a cargo del proyecto a gente de las que dicen cosas como “tú, que eres músico, toca el timbre”. Cuando la crisis acabó, el grifo siguió cerrado, naturalmente. Se aplicó la ley de resistencia de materiales que fundamenta la reforma laboral de Rajoy: si uno trabaja cinco y tú le pagas cinco, prueba a pagarle cuatro bajo la amenaza de despido, ya verás cómo dice que sí. Y luego tres, y luego dos, hasta que le pase como al burro del chiste: que su dueño le estaba acostumbrando a no comer y, cuando ya lo tenía casi acostumbrado, el burro se murió.
Con los últimos gobiernos andaluces del PSOE ya no sabían con quién hablar para pedir ayuda; ahora, con los del PP, los de Rivera y los de Vox…
Eso es lo que ocurre hoy con la OJA y con el Programa andaluz de Jóvenes Intérpretes: que lo están matando por inanición. Una inversión asombrosa desde el punto de vista profesional, laboral y cultural, está hoy pendiente de un hilo porque, con los últimos gobiernos andaluces del PSOE, ya no sabían con quién hablar para pedir ayuda; y ahora, con los del Partido de la Gurtel, y Rivera, y los de Vox ahí detrás, ya no van a saber… no con quién, sino siquiera de qué hablar, porque estos tienen las luces que tienen y ni un vatio más, y eso de invertir en fabricar músicos les debe de sonar muuuy raro. Se reía uno de los “niños de Juan”, hoy catedrático en el Conservatorio: a ver si ahora la música sinfónica va a ser cosa de rojos, como respirar en el centro de Madrid con el nuevo alcalde.
De momento, yo he visto no solo un concierto excepcional sino un milagro, un emocionantísimo milagro que no olvidaré mientras viva. El de ver a un chaval de quince años dejar la caja del violín en el suelo, en mitad de la calle, para abrazar a Juan de Udaeta, al que no había visto nunca, y decirle: “Gracias. Me cambiaste la vida”.
Y ahora sigan ustedes entretenidos con el show de Arrimadas y los gais, que al parecer eso sí es importante.
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