Opinión

Ojo a la deuda privada

Ahora que las moratorias de emergencia se han terminado en muchos países, los hogares y empresas vulnerables enfrentan pagos de préstamos que ya no pueden afrontar

Los datos de crecimiento económico del primer trimestre publicados en España, Estados Unidos y la zona euro han sido decepcionantes, mucho peor de lo esperado. Si bien los problemas derivados de la aplicación de políticas ortodoxas liberales se han ido gestando en los últimos años, la invasión de Ucrania ha acelerado sus efectos, y puede transformarlos en permanentes. Además hay un factor escondido, a modo de cisne negro, que actuaría como la traca final de una pirotecnia diseñada por un diablillo cojuelo. Nos referimos a la deuda privada, esa que la ortodoxia ignoró en su momento por que, según ellos, era neutra, un equilibrio entre ahorradores y deudores, asumida racionalmente por los agentes privados.

Antes de pasar a desglosar qué hay detrás de estas sorpresas negativas, permítanme un breve comentario sobre la invasión rusa de Ucrania. Mienten quienes afirman que Europa puede desprenderse del gas ruso, salvo que quieran hundir la economía de sus respectivos países. Son los mismos que previeron que el rublo se depreciaría y provocaría poco menos que levantamientos en Moscú. Obviamente de economía financiera no tienen ni idea. Rusia tiene un superávit por cuenta corriente descomunal donde lo anormal era que su divisa se depreciara. El rublo está en máximos de los dos últimos años. El problema es que los rusos tenían sed de activos en dólares y ahora destinarán esos superávits a la compra de recursos, minas incluidas, por África, Latinoamérica y Asia. Pero si fueran racionales deberían incentivar, en aras de su propia prosperidad, la demanda interna, privada y pública.

Los efectos de una globalización

El aspecto clave de la desaceleración en curso son los efectos perversos de una financiarización extrema, que constituye el rasgo principal en el que ha desembocado la política neoliberal diseñada en las últimas décadas, junto a una globalización que, dominada por dicha financiarización, no ha hecho otra cosa que hundir al factor trabajo y al factor capital a favor de los beneficios puros, o rentistas (muy recomendable el artículo académico “Declining Labor and Capital Shares” de Simcha Barkai, publicado en la revista académica The Journal of Finance). Las consecuencias, hundimiento de la productividad y del bienestar de la inmensa mayoría de la ciudadanía, exceptuando los rentistas, que a modo de vampiros, succionan la sangre del resto de la población. Como corolario, pobreza y desigualdad.

China ha ordenado confinamientos draconianos por el covid en los principales ejes económicos como Shanghái, causando alteraciones adicionales en las cadenas de suministro y cuellos de botella en el transporte

El actual brote de desaceleración es el resultado de una mezcla de burbujas financieras y una serie de shocks de oferta agregada negativos que han recortado la producción y aumentado los costes. La desregulación de los mercados derivados se ha traducido en burbujas en los precios de energía y alimentos no elaborados, provocando la inflación actual. La pandemia obligó a muchos sectores a cerrar, alterando las cadenas de suministro globales y produciendo una reducción persistente de la oferta laboral. La globalización, en busca de ahorros en costes, favoreció la concentración empresarial, también en las cadenas de suministro. Luego vino la invasión rusa de Ucrania, que ha hecho subir todavía más los precios de la energía, de los metales industriales, de los alimentos y de los fertilizantes. Y para rematar al tuerto, China ha ordenado confinamientos draconianos por el covid en los principales ejes económicos como Shanghái, causando alteraciones adicionales en las cadenas de suministro y cuellos de botella en el transporte.

La invasión de Ucrania, por otro lado, ha alentado a los rivales de Occidente a diversificar sus reservas de moneda extranjera más allá de los activos denominados en dólares o euros. Con el tiempo, este proceso debilitará tanto al euro como al dólar, favoreciendo la creación de sistemas monetarios regionales, balcanizando el comercio y las finanzas globales.

El cisne negro olvidado

Pero hay un aspecto que se suele ignorar en los análisis de la mayor parte de los economistas, el papel de la deuda privada. Desde estas líneas siempre hemos sido muy claros, la deuda privada importa y mucho. En esta misma línea, en un blog muy reciente, de hace solo unos días, “Private-Debt Risks Are Hiding in Plain Sight”, las economistas estadounidenses Carmen Reinhart y Leola Klapper nos recordaban los riesgos de impago de la deuda privada a nivel global. A comienzos de la pandemia, muchos países introdujeron moratorias de deuda, para darles a los hogares y a las empresas un respiro en un momento en que muchos enfrentaban una marcada caída de ingresos que les dificultaba cumplir con sus obligaciones. Las moratorias muchas veces estuvieron acompañadas por políticas que les dieron a los bancos la flexibilidad regulatoria como para no reclasificar los préstamos afectados en una categoría de riesgo más alta, como se exige normalmente, permitiéndoles así a los bancos evitar la mayor provisión de capital que conllevaría una reclasificación. Los responsables de las políticas esperaban que los bancos usaran la liquidez disponible para seguir prestando.

Si el pasado sirve de guía, los préstamos morosos en alza conducirán a menos préstamos nuevos, ya que las instituciones financieras intentarán no exceder sus límites de provisión de capital

Sin embargo, ahora que las moratorias de emergencia se han terminado en muchos países, los hogares y empresas vulnerables, particularmente las pequeñas y medianas empresas, enfrentan pagos de préstamos que ya no pueden afrontar. Ello derivaría en una ola de incumplimientos de pago, con implicaciones de amplio alcance para la recuperación económica, especialmente en países de bajos y medianos ingresos que ya enfrentan dificultades para reactivar el crecimiento. La Encuesta de percepción empresarial del Banco Mundial, que cubre 24 países de bajos y medianos ingresos, presenta un panorama problemático. En tanto más gobiernos desarticulen las moratorias de deuda, los riesgos no harán más que aumentar. Si el pasado sirve de guía, los préstamos morosos en alza conducirán a menos préstamos nuevos, ya que las instituciones financieras intentarán no exceder sus límites de provisión de capital y volverse más adversas al riesgo. Una crisis crediticia no sólo agudizaría la desaceleración económica; también exacerbaría la desigualdad al afectar desproporcionadamente el crédito a comunidades de bajos ingresos y empresas más pequeñas. Como señalan Carmen Reinhart y Leola Klapper “es hora de reconocer y abordar esta crisis oculta”.

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