Faltó un cenicero lleno de colillas de Marlboro en la famosa foto del Falcon para que fuera insuperable en su género, que es lamentable. Fue una innecesaria imitación de los anuncios de whisky, de puros o de relojes que aparecen en los dominicales, casi todos inspirados en la estética de los 70, con Robert Redford con gafas de aviador haciendo de héroe mundano. Su autor fue Miguel Ángel Oliver, quien reconoció la 'hazaña' durante la presentación de un estudio sobre noticias falsas. Que, claro, no incluía todas aquellas que se han vertido a la prensa desde el sábado, pues ésas proceden de las fuentes tóxicas legitimadas, que son las de Moncloa y Ferraz.
Oliver, e Iván Redondo abandonarán sus puestos en el Gobierno tras haber sido los máximos responsables de que la política española haya sido retransmitida durante tres años un thriller cutre. Conspirador y ejecutor; poli bueno, poli malo; las consideraciones no importan demasiado cuando se echa la vista atrás y se comprueba que desde el palacio presidencial o la sede del partido se han elaboraron guiones como el de aquel verano de 2019, en el que, a sabiendas de que a los socialistas les interesaban unas elecciones generales, se filtró a la prensa un falso drama sobre la negociación con Podemos para formar Gobierno. Y digo falso porque el objetivo no era el consenso, sino el fracaso de las conversaciones.
Suyos fueron los intentos de convertir a Pedro Sánchez en el padrino de todos los ciudadanos en las primeras semanas de la pandemia, en las que, con los ciudadanos encerrados en sus casas y los hospitales desbordados, quiso transmitirse la imagen de que el Gobierno era el gran benefactor de los españoles, con el presidente erigido en una especie de estadista que calmaba al pueblo, preocupado, cada sábado, en largos discursos televisados.
Desde la Secretaría de Estado de Comunicación -puesto que en el pasado fue ejercido por personajes peligrosos- se vendió el lema de que “Juntos, salimos más fuertes” y desde Moncloa se aceptó el discurso que leyó el presidente en el Parlamento en junio de 2020, en el que anunció la victoria frente al coronavirus. Unas semanas después, se declaraba la tercera ola y, en octubre, un estado de alarma de medio año.
El control de RTVE
Ambos podrán alardear en su currículum de haber terminado de destrozar Radiotelevisión Española. Primero, con la elección de Rosa María Mateo (nombre que vino de Carmen Calvo) como administradora única provisional; segundo, con la de Enric Hernández como controlador de 'la cosa' informativa; y, tercero, con la negociación de un pacto para elegir a su actual presidente -bregado por Félix Bolaños- que acentuará la crisis de la corporación, pues implicó la creación de un Consejo de Administración ingobernable. Desde luego, no estarán muy disgustados en Mediaset, de donde viene Oliver, con la preocupante pérdida de audiencia que todo esto ha provocado a RTVE.
Seguramente hayan tenido ideas buenas que no se han sabido valorar, pero si hay que prescindir de ellas en el futuro para que no se vuelvan a repetir las malas, sólo cabe decir aquello de: hasta luego y tanta paz lleven como descanso dejan.
Mención especial también merece la estrategia seguida durante la pandemia con las ruedas de prensa, en la que la Secretaría de Estado que encabezaba Oliver ideó un sistema para que los periodistas preguntaran que impedía a los interesados pedir aclaraciones al presidente que, como es bien sabido, es siempre respetuoso con la verdad y con sus interlocutores. Las respuestas a las quejas de medios y asociaciones profesionales estuvieron caracterizadas por una sorprendente soberbia y altanería.
Esta actitud pudo atisbarse durante la copa de navidad de KPMG de 2019, en las que Oliver habló de la “tendencia enfermiza” de los periodistas a preguntar. "Los periodistas son insaciables. ¿Todas las veces tienen que ser respondidas las preguntas? Políticamente, no", dijo. El autor del discurso se disculpó. Unos meses después, fue criticado por las dificultades puestas por Moncloa para preguntar en las comparecencias.
Reality show político
Quizás el ciudadano de a pie no tenga muchos datos sobre el dúo conformado por Redondo y Oliver, pero mientras estaban en Moncloa y el resto aguardaba el fin del confinamiento, una vez al día, antes de comer, celebraban una comparecencia en la que tres uniformados daban el parte de multas y detenidos ante los españoles. Habrá quien piense que era información necesaria, pero a tenor de cómo han evolucionado los acontecimientos, se puede decir que formaba parte de la estrategia de atribuir a los ciudadanos lo que era culpa de un virus.
También sucedió con las cenas de Navidad y ahora, otra vez, con los botellones. Seguramente hayan tenido ideas buenas que no se han sabido valorar, pero si hay que prescindir de ellas en el futuro para que no se vuelvan a repetir las malas, sólo cabe decir aquello de: hasta luego y tanta paz lleven como descanso dejan.