Así se llamaba la niña de seis años presuntamente asesinada por su madre. Irene Montero calla. “Un padre no entierra a sus hijos ni una madre los asesina, va contra natura”. Así habla Eugenio, el padre de una criatura que no conocerá ya más la alegría jugar, los primeros enamoramientos, las risas de la adolescencia y todo lo que la vida que le fue arrebatada podía depararle. No habrá primaveras arrebatadas ni otoños melancólicos, vacaciones en pandilla o roces de piel con piel. No tendrá oportunidad de crecer, de tener hijos y nietos, de decidir por sí misma, de desengañarse, de llorar, de vivir, en suma. La madre que, presuntamente, ha decidido llevársela por delante la ha privado del inmenso abanico de posibilidades que se abren ante una niña de tan corta edad.
El padre decía que si los hijos no pueden confiar en su madre ¿en quién lo van a hacer? Eugenio llevaba cinco años peleando por la guarda y custodia de Olivia. Este viernes pasado, por fin, la justicia se la otorgaba. Demasiado tarde para aquella chiquitina a la que apodaban La Pirata y de la que sus abuelos dicen que era una disfrutona. La policía opina que murió intoxicada por una ingesta de pastillas supuestamente administrada por la madre, de la que tan solo conocemos las iniciales, N.M.L y que está detenida. Los padres de Olivia estaban inmersos en un proceso de separación muy duro en el que Eugenio le había ido ganando uno tras otro todos los juicios a la presunta asesina. Pero vivimos en un país en el que las leyes de género nos dicen que la violencia vicaria es masculina, en el que se nos mira acusadoramente mientras cantan el violador eres tú, el país del “hermana, yo si te creo”, el del micromachismo censurador y orate, el lugar en el que todos los hombres somos maltratadores, asesinos, violadores, déspotas, tiranos y fascistas.
Montero y ese falso feminismo que poco o nada tiene que ver con el feminismo que conocimos y admiramos en personas de la talla de Lidia Falcón, y del que nos sentimos cómplices, culpa al hombre de todo lo malo y exculpa a la mujer por el simple hecho de serlo.
Las consecuencias están ahí. La ministra de igualdad, tan lenguaraz y rápida en rasgarse las vestiduras ante cualquier desgraciado crimen del pueda sacar tajada política, se ha callado como una puerta. Igual que con la represión de las mujeres iraníes o de las mujeres en el Islam, en general. Pero Irene Montero cree que el crimen tiene sexo. Tamaña aberración es incompatible con el principio de igualdad jurídica, que a la hora de juzgar un delito no atiende a razones de sexo, clase social, nacionalidad, religión o raza. Montero y ese falso feminismo que poco o nada tiene que ver con el feminismo que conocimos y admiramos en personas de la talla de Lidia Falcón, y del que nos sentimos cómplices, culpa al hombre de todo lo malo y exculpa a la mujer por el simple hecho de serlo. Ahora que Olivia la interpela directamente desde su tumba, seguramente no sabe qué decir. Se han acabado los argumentos falaces.
No se trata de si el criminal es hombre o mujer, se trata de que es un criminal que ha asesinado a un ser inocente e indefenso. A una niña de seis años, por Dios. No me importa el sexo en este caso ni me importaría en cualquier otro como cuando otra mujer asesinó al pobrecito de Javier Cruz, El Pescaíto, con una sangre fría digna del psicópata más grande. Al crimen hay que perseguirlo, juzgarlo y castigarlo. Sea quien sea quien lo cometa. Y eso, señora ministra, debería darle que pensar a usted como mujer y como madre. ¿O es que, Dios no lo quiera, si una mujer intentase hacerle daño a sus hijos la disculparía por un simple hecho biológico? Sé que no. Por eso le pido que recapacite.
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