Cansado de tanta retórica hueca uno busca consuelo donde puede. Y, créanme, los clásicos nunca fallan. Vean vuesas mercedes lo que puso en boca de unos extranjeros que viajaban por España, tiempo ha, Tirso de Molina: “Dinos: ¿en qué tierra estamos, qué Rey gobierna estos reinos y como tan despoblados tienen todos estos pueblos?”. Eso mismo podríamos preguntarnos a día de hoy, con lo cual podemos consolarnos respecto al destino de España. Si después de tantos siglos de mal gobierno y rapacería no se ha ido todavía al carajo es que tiene buenos cimientos.
Buceando en esos clásicos que veían lo mismo que vemos nosotros, he pensado en la actual situación de impase que vive la nación. El Rey tiene que decidir a quién le encarga formar gobierno y tanto Sánchez como Feijoó argumentan que suman los apoyos suficientes para salir elegidos en el Congreso. Feijoó con su plan de proponer cinco grandes pactos de estado y Sánchez con su Armada Brancaleone empujándole en ese doloroso arrastrarse que tiene el autócrata monclovita, aunque lo disimule muy bien. Mientras, Sánchez mira a Junts, Puigdemont mira a Pujol y al Abad de Montserrat, Feijoó mira a VOX y Abascal los mira a todos. Que Feijoó prefiera, y esto no es ningún secreto, un gobierno en solitario del PP pasando de los de Abascal es una ensoñación perturbadora porque hace que te preguntes qué percepción de la realidad tiene este hombre. Que Sánchez sume con los dedos de las manos y los de los pies lo que suma no es nuevo, pero si preocupante, porque si ya hemos visto de lo que es capaz este hombre hasta la fecha – indultos a golpistas, puesta en libertad de violadores, excarcelación de asesinos etarras, ocultación en casos de corrupción, etc. – ahora imagínenselo yendo a la desesperada. Porque sabe él y saben los suyos y sabe el mundo que si pierde este tren se acabó el Falcon, la Mareta y el sumsum corda.
Y así andamos ahora, con la olla hirviendo a borbotones y todos queriendo detentar el protagonismo, intentando hacer palidecer al resto de compangos
¿Y qué símil podríamos hallar entre papelotes y libros viejos? ¿Existe alguna imagen, alguna metáfora que refleje lo que nos pasa a los españoles? Pues hayla, vive Dios, y se denomina Olla Podrida, excelso condumio que podríamos resumir como un cocido descomunal, gargantuesco y que haría desmayarse a cualquier dietista actual porque llevaba de todo: carnero, vaca, gallinas, capones, longaniza, liebre, pie de cerdo, tocino, embutidos, verduras – pocas -, ajos, cebollas e infinidad de especies. Se dejaba cocer todo mucho – de ahí lo de podrida – y era el desiderátum del siglo XVIII si hemos de creer al cocinero y cronista Martínez Motiño, al docto Sebastián de Covarrubias o al escritor Luis Vélez de Guevara que en su comedia “La luna de la sierra” dice sabiamente “¡Jesús, y que bravo caldo se ha revuelto!, más si es el caldo de la olla podrida quiero ser la liebre de él”. Y así andamos ahora, con la olla hirviendo a borbotones y todos queriendo detentar el protagonismo, intentando hacer palidecer al resto de compangos.
Teniendo en cuenta que no hay rincón en España que carezca de su cocido regional sería buena cosa proponer como único punto de un gran acuerdo parlamentario que no haya nadie en nuestra patria que se quede sin su escudilla de caldo y que la olla podrida siga cocinándose, pero a fuego bajo. Ya lo dijo otro clásico refiriéndose al cocido “Tantas suculencias y cosas buenas contiene que difícil será que no halle alguna de mi gusto y aprovechamiento”. A saber, España.
¿Ven como Fraga tenía razón cuando hablaba de los garbanzos? Bien sabía don Manuel que esto iba de ollas podridas. O Pot pourri, que nos copiaron los franceses y de donde viene popurrí. Ay, los clásicos, los clásicos…
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