El nuevo Gobierno de España reúne varias peculiaridades que le hacen pasar a la historia desde el minuto uno: es el primer Ejecutivo de coalición de la democracia, es el más amplio en cuanto a número de ministros y, aunque se subraye menos, alberga en su seno una pareja que comparte hipoteca y tres hijos. Se trata de Pablo Iglesias e Irene Montero, vicepresidente de Derechos Sociales y ministra de Igualdad.
Sin embargo, nada o casi nada se está criticando de esa presencia inaudita en un Consejo de Ministros. A fuerza de verlos juntos, ya nos hemos acostumbrado y damos por sentado que, dado que ambos dirigen su partido como si fuera su propia casa, deben formar parte obligatoriamente también del Gobierno.
Todo vale. Nuestro nivel de tolerancia ante las tropelías está tan alto que ya nadie repara en cuestiones que podríamos tildar de "estéticas"
Además, como están pasando tantas cosas insólitas en nuestra vida política, y probablemente más graves, ni reparamos en ello. Aquí ya da lo mismo si Pedro Sánchez nombra Ejecutivo sin pasar antes por La Zarzuela, si se celebra la investidura en pleno fin de semana navideño o si se negocian los apoyos para ser presidente con un preso por sedición. Todo vale. Nuestro nivel de tolerancia ante las tropelías está tan alto que ya nadie repara en cuestiones que podríamos tildar de "estéticas".
Nepotismo
Pero no conviene dejar pasar este extraordinario caso de nepotismo y hay que denunciar la 'omertá' que lo rodea. En los medios y en la propia política. ¿Qué estaríamos oyendo si lo hubiera protagonizado un líder de la derecha? Conviene recordarle a los más jóvenes que la exmujer de Felipe González, Carmen Romero, siempre se dedicó a la política y fue varias veces diputada, pero jamás se le ocurrió ponerla de número dos del partido ni meterla en uno de sus gobiernos. Y la esposa de José María Aznar, Ana Botella, hizo carrera en política, pero justo cuando su marido dejó todos los cargos.
¿Debe renunciar Irene Montero a estar en política? En absoluto. Pero, lamentablemente, mientras su pareja sea el líder de un partido jamás debería ser ella la número dos, por mucha valía que tenga. Semejante despropósito no se aceptaría en ninguna gran empresa del planeta.
Es verdad que los militantes de Podemos han tragado y respaldado esta anomalía, pero eso no justifica que todos los españoles tengamos que asumir también que ambos deben ser ministros de España, como si aquí no pasara nada. Resulta descorazonador que todo el mundo asuma como natural esta situación. ¿No hay ninguna otra persona en Podemos que pueda ser ministro?
Un insulto
Las feministas recalcitrantes y los propagandistas del partido morado suelen repetir que criticar todo esto es puro machismo. Sin embargo, la respuesta no puede ser más fácil. Machismo es enchufar a la mujer del jefe a sabiendas de que hay otras personas mucho más valiosas, puesto que no es difícil superar sus seis escasos meses de cotización en el sector privado como dependienta de la cadena de electrodomésticos Saturn.
Es un insulto colocar a Montero en la misma mesa que profesionales de la talla de Arancha González o Nadia Calviño, que llevan años deslomándose y a las que nunca nadie les ha regalado nada
Machismo, y un insulto a las millones de mujeres talentosas de este país, es colocar a Montero en la misma mesa que profesionales de la talla de Arancha González o Nadia Calviño, que llevan años deslomándose y demostrando fuera de España su enorme cualificación, y a las que nunca nadie les ha regalado nada.
Machismo, y un insulto a la inteligencia, es colocar al macho alfa Pablo Iglesias como encargado de la Agenda 2030, cuando su currículo (seis años como profesor asociado) no le llega ni a la suela del zapato al de la brillante Cristina Gallach, que era quien hasta ahora se ocupaba de esa tarea en el Gobierno de Sánchez y que ha sido desplazada.
Retratados
Esta es la gran aportación de la nueva política a la democracia española: más de lo mismo pero multiplicado por dos. Políticos sin oficio ni beneficio dispuestos a parasitar las instituciones sin más interés que el de ocupar un sillón y pisar una moqueta.
Sánchez está tan débil que no ha tenido más remedio que tragarse el sapo de darles cabida en el Gobierno, pero ha sido enormemente hábil al desenmascarar a los dirigentes de Podemos y ponerles ante sus propias contradicciones. Los ha humillado sin piedad: ha diluido su poder multiplicando el gabinete hasta extremos infinitos, les ha puesto al mando de carteras de nueva creación, desgajadas a propósito de otros ministerios, sin competencias y sin prácticamente presupuesto. Les ha dado Universidades, Consumo, Derechos Sociales, Igualdad y Trabajo. Los dos primeros ministerios no tienen nada que hacer porque afectan de lleno a competencias autonómicas, el tercero es puro marketing, el cuarto ya sabemos que no da para mucho y el quinto, separado de Seguridad Social, queda muy deslucido.
Y, a pesar de todo ello, los cinco flamantes ministros de Podemos, encantados de la vida. Serán meros comparsas, pero les da igual. Ellos quieren el cargo y chupar del bote. Y encima en pareja. Parecía que estaban hechos de otra pasta, pero han acabado convertidos en pura casta. Estas son las bondades del sistema: hasta sus más acérrimos detractores acaban integrándose en él. En cinco años, de Vallecas a Galapagar: chalé de 270 metros cuadrados, chófer y tres niños. Y con el puesto en el Gobierno, la vida resuelta.
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