Opinión

Venezuela: omisiones peligrosas

Cabe preguntarse si Venezuela ya es un Estado fallido, secuestrado por una trama de mafias de intereses múltiples

  • Nicolás Maduro.

Hay momentos en que la opinión pública, cansada de interpretaciones y de análisis fallidos, abandona ciertos temas o hechos de actualidad cuando ya no los puede entender o procesar. Es lo que viene pasando, me temo, con el caso de Venezuela, ante el cual lo común es escuchar preguntas como: “¿Y por qué no pasa nada?”. Y la verdad es que pasa mucho: presos políticos, niños muertos por desnutrición, ancianos condenados en vida, ciudades sin luz eléctrica, diputados a los que se les viola la inmunidad, olas migratorias que ya sobrepasan los cinco millones de habitantes. Y todos estos indicadores en ascenso, que no en descenso, para el infortunio de un país que fue precursor en todo desde los años 50: política, social y económicamente.

Comienza a haber un hartazgo frente a lo que se considera una imposibilidad política de resolver la crisis, pero esto nos debería llevar a análisis más profundos, como preguntarnos si la crisis es mucho más que política, o si incluso ha ido más allá de lo que se ha visto como una confrontación entre dictadura militar (porque ha tenido un claro apoyo de las fuerzas armadas) y parcelas democráticas que aún sobreviven, o si claramente ya es lo que algunos analistas tildan de estado fallido, secuestrado por una trama de mafias de múltiples intereses. Esta complejidad, por supuesto, anula las estrategias políticas o da cuenta de que la resolución del conflicto tiene visos claramente inéditos.

Si en la imagen macro del país se concentran los principales desafíos, es admirable ver el empeño de instituciones locales o multilaterales a la hora de abordar parcelas en las que el esfuerzo por contrarrestar los males siempre es insuficiente: los programas de la ONU frente a la diáspora, los observatorios de derechos humanos frente al encarcelamiento y la tortura, las asociaciones médicas frente a la enfermedad y la inanición. Lejos de la emergencia, sin embargo, hay otras parcelas de inmenso valor, como la Cultura, que por ser constitutivas de la tradición, de la memoria y del ser, merecerían mayor atención, sobre todo de los países iberoamericanos, y más sabiendo que desde 1999 las políticas públicas en Cultura son prácticamente inexistentes. Una serie editorial llamada “Los rostros del futuro”, que desde 2015 ha inventariado el talento joven, sobre todo de los nacidos desde los 80 en adelante, demuestra que el 50% de los creadores culturales venezolanos viven o trabajan en el exterior.

Ahora apostamos a que la imagen del país añorado se reconstituya con la suma de obras que muchos artistas desarrollan en todos los rincones del planeta

Esta es una realidad incontestable, que pocas instituciones foráneas conocen, y que convierten a nuestros creadores en productores de sus propios procesos, abriéndose espacio en editoriales, galerías, museos o teatros con enormes dificultades. Si en tiempos de vida democrática, nos quejábamos de las subvenciones culturales que ofrecía el Estado, ahora que tenemos un país atomizado, apostamos a que la imagen del país añorado se reconstituya con la suma de obras que muchos artistas desarrollan en todos los rincones del planeta. 

En tiempos en que la corrección política, con sus defectos y excesos, también ha llegado a la Cultura en todo el orbe iberoamericano, habría que preguntarse si los equilibrios sólo hay que buscarlos en la equidad de género, de raza, de origen geográfico, de lengua, de religión o de disciplina artística. Ante la tragedia venezolana, que cobra víctimas a diario, cabría preguntarles a los programadores de ferias libreras, exposiciones, festivales, foros o concursos si las variables cercanas al exterminio no califican a la hora de ser inclusivos. Porque no pudiendo hacer mucho en lo que ocurre en el propio territorio trastornado, sí podría ser muy significativo realzar la cultura venezolana en momentos en los que el régimen de turno la ha invisibilizado del todo, y más teniendo a mano a tantos y talentosos creadores que, sin mayor apoyo institucional, se abren paso a como dé lugar. ¿Es excesivo imaginar que Venezuela pueda ser país invitado de alguna feria, tema de algún simposio, motivo de una retrospectiva? Lo que es inaudito es que se le baraje como una opción más, o se le descarte por incomprensible, cuando se trata de una realidad histórica y cultural que lucha por su propia supervivencia.

Ahora que, por poner un ejemplo, se desentierran escritoras hispanoamericanas a diario para reubicarlas en su justo lugar, valdría la pena preguntarse por qué se omiten las venezolanas tan fácilmente. ¿Se trata de ignorancia o de descuido? Si hablamos de subjetividad femenina en el discurso novelesco, ¿no fue Teresa de la Parra una significativa precursora? Si hoy elogiamos la crónica como un género moderno más, ¿no ha sido Elisa Lerner una absoluta adelantada? Si se piensa en poesía erótica escrita por mujeres, ¿no fue María Calcaño un caso único con obra publicada en los años 20? Cuando estamos en campaña reivindicativa y caemos en omisiones, es como si se produjera una omisión doble, pues el que está en función detectivesca parece olvidar a los cadáveres. Y esto sí es verdad que es una omisión peligrosa.

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