Todas las encuestas coinciden en que el vaticinio más razonable es el de una nueva situación endiablada tras el 10-N y la amenaza de un nuevo bloqueo político. Pero como en España, lo razonable hace tiempo que dejó de tener valor político -esperemos que sí lo tenga electoral-, cabe preguntarse sin retoricismos qué opciones tiene la derecha, si es que las tiene, para gobernar tras noviembre. Ortega, en su Entreacto polémico, advierte que “el realismo nos invita a que transformemos la realidad según nuestras ideas; pero a la vez, a que pensemos nuestras ideas en vista de la realidad”. O lo que es lo mismo: aunque el realismo nos invita a que transformemos la realidad, nos indica también que, para hacerlo, tenemos que pensar nuestras ideas en vista de la realidad.
Por eso, si nos preguntamos por las opciones de la derecha, acaso lo primero sea advertir que tanto cuantitativa como cualitativamente, son pocas. Y lo son, fundamentalmente, por Ciudadanos. Hoy por hoy, y aunque en ningún caso pueda achacarse a un acto consciente, el Ciudadanos que empezó siendo progresista, fuerza intermedia entre PP y PSOE, y ahora se ha metido de lleno en el espacio de la derecha, es parte del problema.
Primera opción: victoria del bloque
Podría ser que los debates sean tan decisivos como dicen. O quizá la combinación entre buenos debates, pocas meteduras de pata y una campaña de Sánchez igual de mala que la precampaña, puedan ser suficientes. Que sentencie cualquiera de los gurús electorales que, con el otoño, están de temporada como los níscalos.
Lo que con gurús o sin ellos parece evidente es que la derecha tiene dos opciones y las dos pasan decisivamente por Ciudadanos: la victoria del bloque o la victoria del PP. Para que el bloque gobierne tiene que darse un doble movimiento: que el PP alcance o supere los 100 escaños a costa de Ciudadanos, al tiempo que Ciudadanos resiste el envite obteniendo votos del sector más centrista, menos ideológico, del PSOE. Es decir: que el PP haga del PP y Ciudadanos de Ciudadanos, o de lo que Ciudadanos se supone que iba a ser.
La carambola parece difícil, tanto como para poner al partido naranja en la columna de los problemas. Rivera no midió bien y quiso enmendar sus excesos a última hora, creyendo quizá que la memoria del elector es frágil. Y lo es, pero no tanto. Además, Rivera no pretende restarle votos al PSOE. Pero si hubiera leído la realidad tal y como es y se hubiera decidido a hacerlo, tendríamos que contar con el factor Vox, que hubiera dificultado sobremanera la resta de votos del PSOE en favor de Cs.
La presencia de Vox en el Congreso, su 'normalización' en la vida política había ido desdibujando los cuernos y rabos que el PSOE le tenía pintados. Y sin cuernos para embestir a Sánchez, Vox perdía parte de su atractivo; por eso la Plus Ultra de Vistalegre, la vuelta de los campeadores y, como guinda, una exhumación de por medio que le ha servido en bandeja la retórica pétrea. Y este es el factor Vox: los de Abascal están azuzando que la izquierda los demonice, los vuelva a convertir en esa bicha peligrosa y, por extensión, han devuelto al concepto chusco del 'trifachito' todo lo que tenía de sugerente para el votante de izquierda y centroizquierda, para que estos votantes aprieten las filas y las posibilidades de un hipotético cambio a Cs hubieran multiplicado su dificultad.
Segunda opción: el escaño de más del PP
Hay una segunda opción que es la más plausible de todas porque no implica, como la primera, un movimiento entre bloques: que el PP obtenga un escaño más que el PSOE, sin necesidad de una victoria en términos globales, del espacio de la derecha. En otros términos: que Ciudadanos se descalabre definitivamente.
Una caída de Ciudadanos aún mayor de la que vaticinan los sondeos beneficiaría al PP en dos sentidos, relacionados entre sí: Por un lado, recibiría a muchos de sus votantes perdidos en la última década y por el otro, alejaría a las candidaturas de Rivera del reparto de los últimos escaños. En las elecciones de abril, Ciudadanos se llevó el último escaño en 10 provincias y en todas se lo restó al PP. Diez escaños que, con los sondeos publicados en la mano, que ponen al PP en la frontera de los cien, podrían significar la diferencia.
Para que esta opción pudiera darse no bastaría con una fuga de votos. Tendría que producirse un boquete de tamaño considerable en Ciudadanos y que todos los votantes cambiaran al PP para que el partido de Casado alcanzara el 30 o el 31 por ciento de los votos. Y aún así, el bloque de la derecha no sumaría, pero Casado podría esgrimir su victoria electoral. Y podría hacerlo, además, con mucha más autoridad que Sánchez. Aunque en el fondo, pase lo que pase, se dé alguna de estas dos opciones o se produzca la victoria del PSOE, lo cierto es que para poder formar gobierno los unos seguirán dependiendo de los otros y de que ni los unos sean hunos ni los otros, hotros.
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