“Buscábamos un nombre que sintetizara nuestra pasión por el deporte; que fuera, además, emocionante, inolvidable, y que estuviera cargado de adrenalina. Y ese nombre estaba ahí, en los campos y canchas de toda España: ‘¡Vamos!’. Un grito de guerra. Nuestro grito de guerra”. Con esta locución, Movistar daba a conocer en septiembre de 2018 su nuevo canal #Vamos. El anuncio, protagonizado por el cómico David Broncano, tenía como colofón un cameo de Rafael Nadal en el que éste deslizaba con suave ironía la sospecha del plagio. Al fin y al cabo, no hay ¡Vamos! con más pedigrí que los suyos. No es casual que sea precisamente un jugador de tenis el que haya popularizado el uso de ese bramido a modo de autoestimulación. ¡Vamos! es lo que le diría a Nadal un compañero de equipo, pero en el tenis, salvo en los partidos de dobles y los de la Davis, no hay compañeros de equipo. Y además, el reglamento no permite que el técnico-preparador arrope al jugador y le dé consejos en las pausas (En Open, las fabulosas memorias de André Agassi, esa soledad se halla cosida a una imagen tan recurrente como pavorosa: la del niño André dando mandobles a las bolas que le dispara, desde el fondo de la pista, una suerte de dragón automático ideado por el padre). En tal tesitura, cómo no animarse a sí mismo, y enroscarse en la primera persona del plural para, en un brote de multiplicidad, autoconvencerse de que la bocanada de ánimo proviene de un tercero.
Cs vive por y para el efectismo, un revuelo naranja donde lo único que no parece provisional es el mesianismo cool de su presidente-entrenador-ariete
La adopción como lema por parte de Ciudadanos de ese mismo sortilegio, ¡Vamos!, resume a la perfección a su presidente, Albert Rivera, cuyo único legado reconocible es haber trasladado a la política la fraseología más ramplona del mundo del deporte. Salimos a ganar, habrá remontada, daremos la campanada. Al término del debate de Atresmedia, imbuido de la certeza de que disputaba una semifinal, le faltó poco para emular a Cristiano con un ‘uuuuuuuh’, si bien el efecto que produjo al apretar los puños y palmear a su coach no fue muy distinto. No era para menos. A esa hora ya había consumado el enésimo fichaje de campaña (ventana de primavera). En esta ocasión, se hacía con los servicios de un político de cuarta herido en el orgullo y ávido de venganza, que no hace un mes tildaba a Ciudadanos de tontos útiles de la izquierda, cuñados, veletas… Un tránsfuga, en suma, que no procurará a C’s un solo voto, pero que habrá propiciado que durante dos días se hable casi exclusivamente de su cambio de chaqueta. Más titulares, más minutos, más clicks, un nuevo golpe de efecto de un partido que vive por y para el efectismo, y que empieza a hacer buena la caracterización que de él ha efectuado el periodista John Müller: populismo de centro, incluidos pucherazos irresueltos. El reflujo cada vez más infrecuente de un tercerismo de serie, un revuelo naranja donde lo único que no parece provisional es el mesianismo cool de su presidente-entrenador-ariete.
(Coda. “Algunos futbolistas viven en una realidad paralela y hay una razón: ninguna de las personas que les rodean tiene sentido crítico. Elogiar asegura mejor el puesto de trabajo que reprobar.” Jorge Valdano)
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