Detrás del “yo voto a mi Pedro” hay una tragedia inevitable. Es la simpleza. La burricie. Una de tantas malas decisiones que empeoran las sociedades y con el tiempo las transforman en un cenagal. Los votantes siempre se consideran inocentes. La carga nunca cae sobre ellos. Tampoco sobre los preferentistas o sobre quienes compraron sellos de Fórum Filatélico. Todos se sienten engañados y todos son víctimas de estafas. Aquí nadie es responsable. Eso vende menos en las pequeñas pantallas, que es donde se genera el relato.
Jordi Évole presentó a Sánchez como represaliado del PSOE, de Telefónica y de Prisa; y preparó el caldo de cultivo necesario para que iniciara su escalada hacia el poder. Los sindicatos sacaron a los pensionistas a la calle para denunciar su empobrecimiento -sin mencionar que eso le ocurría también al resto de la sociedad- y los fontaneros presidenciales recabaron apoyos. El resultado fue el asalto al poder. La consecuencia, el desastre. La próxima jugada es incrementar su poder sobre Indra. La empresa que recuenta lo que sucede en los colegios electorales.
“Yo voto a mi Pedro” porque es guapo. Apoyo al PSOE porque el socialismo me viene de familia. El camino hacia la tiranía suele construirse con el sudor de los ciudadanos corrientes, que colaboran encantados con la tarea. Son a los que convencen en las campañas electorales. Con un autobús que circula por las calles de Birmingham con una falacia sobre el gasto en la Unión Europea dibujada en su chasis. O con una visita a una granja para hacerse una fotografía con un rebajo de ovejas. Con unas zapatillas New Balance que tienen la suela intacta, como Juan Manuel Moreno.
El tobogán por el que van los medios
Los partidos se aseguraron, por ley, que los actos promocionales de sus campañas tuvieran que emitirse en los noticiarios con un tiempo que está tasado. Después, restringieron la entrada a los camarógrafos a sus mítines para poder distribuir sus propias imágenes a la prensa. Con la popularización de las redes sociales, ese fenómeno se acentuó. Y con la merma de los efectivos de las redacciones de los medios, el espacio para la propaganda en sus páginas aumentó. Es más fácil de transmitir que la información propia.
Así que acude la plana mayor del Partido Popular a Almería, a la empresa Kimitec, y les da a todos por lanzarse por un tobogán. Incluido Núñez Feijóo. Las imágenes son el vivo ejemplo de la decadencia. Mientras el líder de la formación saluda a sus trabajadores, se ve cómo sus compañeros descienden por la rampa con las manos arriba. Lo más desesperanzador no es que durante las campañas se represente una y otra vez La cena de los idiotas. Lo peor es que funciona. Por eso, El Hormiguero se ha convertido en el plató preferido de los candidatos antes de cualquier cita electoral. Hacer el 'canelo' pesa más que argumentar.
Leí una vez una frase a Enrique Meneses -reportero- en la que expresaba su sorpresa porque a los fotógrafos les enviaran una y otra vez al Palacio de la Moncloa para fotografiar a señores encorbatados mientras se daban la mano. Cada día, la misma imagen, con distintos protagonistas, pero el mismo contenido. El profesional de la prensa, convertido en una especie de mozo de cadena de montaje.
La cosa ha ido a peor y los medios ahora compran encantados el relato de los partidos en las redes sociales. A veces, es falso, pero no lo pueden comprobar, dado que sus periodistas, desde la redacción, no pueden ser testigos de los hechos.
El melodrama de Olona
La hiperventilada y sobreactuada Macarena Olona protagonizó hace unos días un vídeo en el que charlaba con un hombre atribulado, que le confesaba su intención de “apoyarla” tras haber sido varios años afiliado del PP. Rompía el carné del partido en directo y ella le abrazaba de forma efusiva. A las pocas horas, varios medios matizaron el guión de este drama de campaña, dado que, al parecer, el tipo ha colaborado con Vox desde 2019. Si no funcionara, no harían estas cosas. Pero funcionan. “Yo voto a mi Pedro”. “Yo voto a Santi porque no me va a prohibir cazar”. “Yo voto a Pablo porque ha prohibido que se extermine a los pobres lobos, que no hacen daño a nadie”. Así, hasta la extinción de la especie, que no se producirá por la alerta climática, sino por un conjunto de malas decisiones.
Hay veces que la estridencia provoca el efecto contrario al deseado. El último canto del cisne a veces suena muy desafinado. Albert Rivera lo hizo con un cachorro de perro entre las manos. Quizás pensó que los electores iban a gritar lo de “presidente, presidente”. En realidad, sonaba de fondo lo de “si te dijera, amor mío, que temo a la madrugada...”. De forma incomprensible, Juan Marín ha copiado la misma estrategia, pero con las torrijas. Sólo se hubiera reído él de esa gracia si no fuera porque los medios -sedientos de clics u obligados por ley- la han reproducido hasta la nausea. Y así estamos. El moribundo puede aceptar lo suyo con entereza o vestirse de flamenca para tratar de simular que todavía tiene energía. Pues eso.
Quizás ha quedado este texto desequilibrado, pero la pugna por el voto parece estar en la derecha, dado que a la izquierda está claro el fracaso. De ahí las estridencias. Eso sí, no todo ha sido silencio al otro lado. Basta con ver a Irene Montero ataviada con un vestido 'pro trans'. La diversión en el PSOE tiene pinta que comenzará el lunes, cuando Pedro Sánchez deba dar explicaciones sobre sus decapitaciones en Andalucía y el efecto que seguramente generarán. Quizás del “yo voto a mi Pedro” se pase al “Pedro, vete ya”.
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