“En Estados Unidos, en cuanto un ciudadano tiene alguna cultura [formación/estudios] y algunos recursos, busca enriquecerse con el comercio y la industria o bien compra un campo cubierto de bosque y se hace pionero [emprendedor]. Todo lo que le pide al Estado es que no vaya a perturbarle en sus labores [pocos impuestos y ninguna regulación innecesaria] y que le asegure su fruto [imperio de la ley, propiedad privada y cumplimiento de los contratos]. En la mayor parte de los pueblos europeos, cuando un hombre comienza a sentir sus fuerzas y a extender sus deseos, la primera idea que se le ocurre es obtener un empleo público”. La cita pertenece a “La democracia en América”, el clásico de Alexis de Tocqueville, y está incluida como epígrafe del capítulo 16 del libro de Juan María Nin (“Por un crecimiento racional”, Editorial Deusto), donde el que fuera vicepresidente y consejero delegado de CaixaBank relata pormenorizadamente los retos de la economía española. Escrita en un lejano 1835, la cita de Tocqueville sigue siendo plenamente válida en la España de 2019, en el caldo de cultivo de una sociedad aferrada a las calzas del todopoderoso Estado, propulsada por ideologías contrarias a la libre empresa, con una clase política que la estrangula con regulaciones absurdas, un paro crónico y un horizonte que para muchos españoles sigue centrado en “obtener un empleo público”.
En el citado capítulo, Nin sostiene que “el creciente énfasis en la gestión centralizada de la economía y los fenómenos de hiperregulación que de ello derivan, han favorecido una devaluación de valores individuales como la responsabilidad, el ahorro, el trabajo y la austeridad, por parte de una sociedad cada vez más hedonista, materialista, consumista y cortoplacista, lo que a su vez, para muchos, se sitúa en la base del rápido deterioro institucional de estas últimas décadas y la estación término del estancamiento económico en que estamos instalados una vez acabada la munición monetaria y fiscal (…) El resultado es un escenario endeble en lo económico, lo político y también lo social”. Difícil encontrar mejor diagnóstico para los problemas de la España de hoy, que en mi opinión son más profundos que los estrictamente económicos e incluso políticos, con ser grave lo que está ocurriendo en Cataluña, porque son incógnitas de proyecto, de ausencia de proyecto de futuro, de país perdido en la niebla del consumo masivo y la ausencia de referentes morales. La borrachera profunda provocada por la súbita riqueza de un país pobre de solemnidad de siempre, que lleva desde mucho antes de la crisis de 2008 dando tumbos sin encontrar su lugar en el mundo.
Los partidos en liza han convertido el escenario político en un gallinero en el que resulta imposible percibir algún mensaje con sentido
Una situación que se hace perceptible con ocasión de la campaña electoral en curso. Los partidos en liza han convertido el escenario político en un gallinero en el que resulta imposible percibir algún mensaje con sentido. Los responsables de los programas económicos (en la derecha, porque la izquierda funciona a golpe de eslogan) intentan como pueden colocar unas recetas que quedan de inmediato ahogadas en la general algarabía del “y tú más”. Apenas se habla de economía [este diario celebra mañana lunes, a partir de las 9 horas y en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, un debate económico con los primeros espadas de los cinco grandes partidos en liza], o sencillamente no se habla, a pesar de los graves problemas que afronta un país en clara desaceleración. Amargo el despertar del 29 de abril, cuando todos, ganadores y perdedores, se vean obligados muy a su pesar a tomar medidas para parar la bola de nieve que se avecina. En la mejor estrategia Zapatero, el Gobierno Sánchez se dedica a silbar mirando hacia otro lado mientras deliberadamente ignora la ralentización y riesgo de crisis. Pero los datos adelantados del ministerio de Economía muestran los principales indicadores macro en negativo. Vuelve a caer la producción industrial, se frena la llegada de inversión extranjera y empeora el comportamiento del sector exterior. Especialmente preocupante el descenso en la actividad en industria, servicios y comercio, mientras la creación de empleo acusa significativamente episodios de gallardo populismo como la elevación del SMI en enero. “Es muy peligroso negar un empeoramiento, cosa que nadie hace en Europa, y llevar a cabo enormes aumentos de gasto e impuestos. La ralentización podría convertirse en una crisis, como ocurrió en 2008”, asegura Daniel Lacalle, responsable del programa económico del PP.
La economía crece menos, el Gobierno gasta más
Aunque la economía crece menos, el Gobierno se empeña en gastar más. De hecho, más que antes de la crisis. En efecto, el gasto público aumentó en 22.515 millones en 2018, hasta alcanzar un máximo histórico de 500.641 millones. Y los “viernes electorales” de Sánchez corren cual caballo desbocado en este 2019. Los partidos de la derecha –los de la izquierda siguen a lo suyo, empeñados en meter la mano en el bolsillo del prójimo) prometen bajadas de impuestos, pero ninguno (con la excepción de VOX) incluye un programa de paralelo recorte del gasto. Nadie sabe bien qué hacer con la patata caliente del déficit, o la disposición de un país a seguir gastando muy por encima de lo que ingresa. Ningún político se atreve a coger ese toro por los cuernos. Nadie parece haberse enterado de que la deuda pública creció en 2018 en 29.563 millones (hasta un total de 1.173.988 millones, o el 97,2% del PIB), y nadie sabe bien qué hacer con el aceite hirviendo de las pensiones (9.563,12 millones pagados en febrero, con un aumento interanual del 7,15%, lo nunca visto en 10 años), pero Pablo Casado acaba de prometer subirlas un 15% [a quienes tuvieran más de 3 hijos a su cargo cuando estaban en activo]. Mucho más grave lo del PSOE y Podemos, que, con la Seguridad Social en quiebra, consideran “indispensable ligar las pensiones al IPC”. Nadie, en fin, sabe bien qué hacer con casi nada, de modo que lo mejor es ignorar el problema, no hablar de él y no disgustar al votante con malas noticias que le distraigan de la pelea barriobajera que diariamente inunda los medios.
Y si nadie se ocupa de los retos inmediatos, mucho menos de los del medio y largo plazo, de esos temas en los que ya está enfrascado el mundo desarrollado, los países más ricos del planeta, la robotización, el empleo del futuro, en qué van a trabajar las nuevas generaciones de españoles, cuál va a ser nuestro modelo de crecimiento, cómo vamos a mantener y mejorar nuestro Estado del Bienestar, qué hacemos con la Educación, y qué con la libertad individual en un mundo asediado por los ideologías totalitarias de la tribu (léase nacionalismos), por no hablar de las de género y de lo políticamente correcto… El Círculo de Empresarios (¡alguien pensando en la sociedad civil!) acaba de producir un interesante documento (“Reformas económicas para una nueva Legislatura”), donde claramente se advierte la mano de su responsable de Economía y UE, el citado Juan María Nin, compendio teórico de lo que el mundo de la empresa reclama de nuestra clase política. Por encima del detallado inventario de retos económicos a proa, me ha interesado en particular el apartado dedicado a la política institucional, cuya primera recomendación asegura que “Es urgente eliminar la incertidumbre política y formar un Gobierno estable para fortalecer el Estado de Derecho y garantizar la unidad de España”. De eso va exactamente el envite del próximo 28 de abril.
En el mismo apartado, el Círculo reclama:
- Asegurar la relación indisoluble existente entre libertad individual, propiedad privada, libre mercado y democracia, que permita a los ciudadanos desplegar todas sus capacidades creativas y generar un mayor nivel de libertad individual y bienestar social.
- Garantizar la seguridad jurídica, asegurando la estabilidad de las normas para evitar cambios sorpresivos que dificulten la planificación de la actividad empresarial. Adicionalmente, evitar la legislación vía Decreto Ley fuera de los casos previstos para su utilización.
- Aumentar la transparencia, la rendición de cuentas y la evaluación de políticas, tanto de la Administración Central como de las CCAA y Entidades Locales, asumiendo las recomendaciones de las instituciones independientes como el Banco de España, la AIReF o la CNMC.
- Desarrollar un plan integral y estratégico contra la corrupción en el que, entre otras medidas, se establezcan nuevos códigos éticos en la función pública, se reduzcan las inmunidades y los aforamientos, y se actualice la Ley de Contratos del Sector Público.
- Profundizar en la modernización tecnológica de la Justicia, asegurando una adecuada formación en este ámbito de jueces, fiscales y resto del personal al servicio de la Administración de Justicia.
Crecer para crear riqueza y empleo
Apuntalar la libertad individual, promover el emprendimiento y lograr que el Estado intervenga (legisle) lo menos posible. El propio Nin nos da la receta en su libro: “Dejen competir, dejen ahorrar y dejen crear riqueza. Estos deberían ser los principios para cualquier Gobierno que quiera promover y fomentar la vía de los ingresos, base de la subsiguiente política de gasto, sea esta acertada o no”. John de Zulueta, presidente del Círculo, resume las tareas que el nuevo Ejecutivo debería atender como prioritarias: “Formar un gobierno estable sin partidos antisistema que quieren destruir el Estado español, abordar reformas que favorezcan el crecimiento de la economía y el empleo, y reducir la deuda pública”.
Nuestros políticos, en cambio, siguen enzarzados en una absurda pelea de gallos, en la insignificancia de sus rencillas personales
Estos son los grandes temas que estos días deberían tener ocupados a los aspirantes a la presidencia del Gobierno, asuntos que rebasan con mucho la simple dimensión económica para enmarcarse en la categoría de modelo de sociedad asentado en los pilares de libertad, prosperidad e igualdad ante la ley. Nuestros políticos, en cambio, siguen enzarzados en una absurda pelea de gallos, en la insignificancia de sus rencillas personales, y en la enfermiza obsesión por alcanzar el Poder sin saber qué hacer con él y en él, más allá del disfrute personal de sus pompas y vanidades. Pongamos que hablo del Falcon. Esa es la razón por la que nos interesa tan poco lo que dicen los candidatos en campaña, a pesar de que nos estamos jugando el futuro a una carta.
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