Opinión

La oposición a Sánchez se llama Puigdemont

Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Europa Press / Alejandro Martínez Vélez

La última puñalada, la que hiere fatalmente, suele ser atestada por la gente de quienes nos fiamos más, las personas a las que damos la espalda porque nada tememos de ellas. No sería el caso de Puigdemont y Sánchez, que se saben perfectamente capaces de clavarse el cuchillo si tuvieran oportunidad. Hecha la salvedad, la espalda de Sánchez, acosado por el escándalo de presunta corrupción de su esposa y hermano, amén del de Koldo et altri, se muestra golosa para Puigdemont, que desea refundar Junts para que vuelva a ser una especie de Convergencia 2.0 – a buenas horas mangas verdes –, prescindiendo de Laura Borrás, Aurora Madaula y todo el sector més abrandat, más echao p’alante. Es cierto que, sin Sánchez, al fugadísimo le queda la duda de si el próximo presidente tendría tantas deferencias con él. Uno aventura que si al PP le hicieran falta los votos de los puigdemontianos veríamos una contemporización extraordinaria, por decirlo de manera suave. Pero Puigdemont piensa que presentarse ante su electorado, el separatista, que nunca quiso perder su patrimonio, su bienestar, que admiraba y admira a un corrupto como Pujol, el que lo único que quiere son ventajas y ninguna obligación y, en suma, hacer lo que le salga de la punta de la fuchinga, a ese le parecería bien que le retirase a Sánchez el apoyo. Porque no es de los suyos. 

El caso, singularísimo a la par que triste, es que el delincuente que ha roto la convivencia entre catalanes

Tal y como están las cosas en España, si bien Sánchez puede hacerle la puñeta al de Waterloo con asuntos como dilatar la amnistía, que pasen los días con el cupo catalán y haciendo que Illa sea más independentista que los de ERC y Junts juntos defendiendo las tesis de éstos con esa carita de “¿Te la digo, resalao?” es Cocomocho quien tiene en sus manos decidir que la legislatura se acabe si hace público que Junts retira su apoyo al gobierno. El caso, singularísimo a la par que triste, es que el delincuente que ha roto la convivencia entre catalanes, y me atrevería a decir que incluso entre todos los españoles, sea a quien más tema el presidente del gobierno.

De ahí la tremenda tristeza que abate a no pocos españoles. A Sánchez no le dan miedo ni Feijoó ni Abascal; Sánchez al que teme de verdad es al gachó que proclamó la republica bonsái de siete segundos, el instigador de los CDR, de la Barcelona incendiada, de varios intentos de asalto al parlamento catalán, el de la intimidación a quienes hablan y sienten en español, el que proponía una constitución catalana en la que mandaba el presidente en todo, hasta para designar a los jueces. Por resumir, la situación del impasse político en el que se vive, donde Sánchez no puede casi moverse, un autócrata depende de otro autócrata. Y encima, la oposición votando leyes terribles que nadie se ha repasado. No me negarán que es una tragedia para España que, al final, el líder de la oposición real y el que puede hacer caer a Sánchez sea Puigdemont.

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