Unos flojeras sin rastro de coraje. Los barones del PP son blanditos por fuera como Platero y ñoños por dentro como las fábulas de Paulo Coelho. Llevan semanas amagando con golpes de mano y rebeliones iracundas sin concretar lo uno ni lo otro. Y cuando lo hacen, es por la espalda, como Alfonso Alonso, el sorayista vascongado, que quiere montarse un PP 'particular y con perfil propio'.
En otros partidos los intrigantes y ambiciosos no sólo amagan, sino que dan. Y de frente. En Podemos, por ejemplo, Íñigo Errejón, luego de ser vapuleado y mancillado, se refugió bajo las faldas de Carmena. Ahora, recuperado el aliento en las urnas, se organiza para devolverle a Pablo la bofetada a escala nacional. Kichi, el pintoresco alcalde de Cádiz, también plantó cara al macho alfa morado y ha arrasado en las urnas. Ramón Espinar acaba de retar a un duelo en Vistalegre a 'los Iglesias-Montero', como los llama despectivamente en su misiva de choque.
Destellos naranja
También aparecen destellos de independiente dignidad en otras formaciones. Paco Igea, que saltó en Ciudadanos para impedir la tropelía tránsfuga de Silvia Clemente, ahora hundida y olvidada. O Luis Garicano, cabeza de cartel en las europeas, que se ha alineado junto a Manuel Valls en el empeño por mantener a Ada Colau como alcaldesa de Barcelona.
Con todo, el más nítido ejemplo de abierta rebelión contra el aparato de un partido lo protagonizó Pedro Sánchez, que derrotó a Rubalcaba, Susana Díaz y a toda la santa compaña de Ferraz enarbolando aquel eslogan eficaz y simplón de 'no es no'. Sánchez llegó a la Moncloa y sus disidentes pasaron a peor vida.
Si Casado redondea la operación de salvar los dos gobiernos de Madrid, Comunidad y Ayuntamiento, ya no habrá quien le tosa. Ni Feijóo ni Moreno Bonilla, ni Alonso
Hasta los independentistas catalanes han vivido un episodio de rebelión interna cuando Marta Pascal apostó por secundar la moción contra Rajoy en contra de lo dictado por su líder Puigdemont desde Waterloo. Pascal desencadenó la defenestración de Rajoy. Ella pereció políticamente en el empeño. La venganza de Waterloo.
No se registran en el PP episodios de estas características. El último del que se tiene noticia fue el intento de Núñez Feijóo y otros barones regionales por chafarle a Pablo Casado su tímida celebración del 26-M. El líder gallego protagonizó un minúsculo gesto de reproche hacia Génova tras el estrepitoso naufragio de las generales. Pretendió incluso, en su ofuscada ira, llevarse por delante al secretario general, Teodoro García Egea. Se quedó sólo en la intentona. Sus compañeros periféricos optaron por alzar tibiamente la voz con los brazos cruzados. Ni uno solo fue capaz de dar un paso al frente. La Ejecutiva del PP derivó en un cónclave de aleladas plañideras recitando consignas sobre la centralidad.
Un estanque dorado
Ahora Casado tiene cuatro años para reconducir estas verbenas. Así lo hizo Mariano Rajoy, cuando algunos gallitos osaron chistarle en el congreso de Valencia, año 2008. "Si alguien quiere irse al partido liberal o conservador, que se vaya". Todos los conjurados en torno a Esperanza Aguirre se quedaron mudos. Poco a poco, fueron cayendo.
Desde entonces, el PP es un estanque dorado, un tedioso remanso en el que sestea una colla de barones que, a veces, de tanto en tanto, optan por chistar. Como ahora Alonso, camino de perdición. Pura hipocresía. "Son tan cobardones que ni siquiera merecen ser temidos", recitan al clásico en Génova. Casado se maneja con tiento. En algún momento mostró temor, sacrificó a Maroto y metió en la heladera a Cayetana. Ahora ha recobrado la confianza. Si redondea la operación de salvar los dos gobiernos de Madrid, Comunidad y Ayuntamiento, ya no habrá quien le tosa. Ni Feijóo ni Moreno Bonilla. Esos rencores insípidos pasarán al trastero. Y el PP seguirá siendo el partido de la imperturbable bonanza hasta que se produzca el próximo espasmo electoral. Puro realismo mágico.
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