Frente a la estatua de Neptuno desfilaron este sábado tres muchachos, treintañeros, con el torso desnudo y musculado, un tridente y una máscara plateada de la que salían grandes plumas azules. A pocos metros, caminaba un travestí negro, de largas piernas delgadas, ropa interior roja, de encaje, y velo de novia del mismo color. Bailaban al ritmo de lo que tocaba una docena de percusionistas, de una batucada, y se hacían fotografías con todo aquel que se lo pedía. Las mazas y los palos pegaban fuerte sobre los surdos, repinques y timbales, pero no lo suficiente como para ocultar la enorme pitada que recibían las aproximadamente 50 personas que paseaban tras la pancarta de Ciudadanos.
La fiesta del orgullo gay es comparsa, carnaval, alcohol, música y reivindicación. Los convocantes elaboran cada año un manifiesto con todos los aspectos que consideran que deberían corregirse para que quienes no se sienten atraídos por las personas del sexo opuesto no se sientan discriminados en su día a día. Hace unos cuantos años, este documento constituía el eje central de este día, pero hoy no es así. Los autóctonos y los turistas acuden a la cita porque es quizá el festejo más grande que tiene lugar en Madrid durante todo el año. Más incluso que San Isidro y las verbenas de La Paloma.
Ocurre exactamente igual con el conocido carnaval de Notting Hill, que comenzó a celebrarse para rechazar el racismo y unir lazos entre extranjeros y londinenses, pero que actualmente es un enorme desfile en el que todos bailan entre música, pintura, ron y cerveza. Los organizadores no deberían obviar que una buena parte de la visibilidad que adquieren se debe al éxito de la fiesta, pues, sin jarana, ni la afluencia ni la atención mediática sería igual. Por tanto, cualquier aspecto que la perjudique podría ir en contra de sus intereses.
Lo que ha ocurrido en la edición de 2019 del orgullo gay con los representantes de Ciudadanos es intolerable, pero, a la vez, poco inteligente por parte de los convocantes, pues ha provocado que los medios presten más atención a los abucheos y los incidentes que a las reivindicaciones. Cualquiera que viera el desfile desde uno de los laterales pudo observar la cantidad de insultos, pitos y provocaciones que soportaron los cargos de este partido. Ciertamente, en un acto en el que apelaba a la “lucha común” contra quienes “violentan, agreden y discriminan”, resulta difícil de entender la intolerancia exhibida con los manifestantes del partido naranja.
Lo que ha ocurrido en la edición de 2019 del orgullo gay con los representantes de Ciudadanos es intolerable, pero, a la vez, poco inteligente por parte de los convocantes, pues ha provocado que los medios presten más atención a los abucheos y los incidentes que a las reivindicaciones.
Es cierto que alguno de los simpatizantes respondió a las provocaciones con peinetas y gestos altivos, pero la reacción -desafortunada- no debería ser ponderada del mismo modo que la acción, que lo que buscó fue echar de una jornada festiva a un partido de centro-derecha, con la excusa de que ha alcanzado acuerdos con Vox.
Más allá de todo esto, la izquierda, tan acostumbrada a reclamar tolerancia y apertura de miras del resto de los mortales, debería hacer lo propio y aceptar que puede haber partidos, más allá de su espectro ideológico, que compartan la defensa de las causas sociales e incluso que discrepen sobre varios puntos. Cosa, por cierto, que no resulta difícil si se tiene en cuenta el revanchismo y el afán recaudador de algunos de los lobbies ideológicos que le acompañan en su camino.
Por mucho que la izquierda radical trate de distorsionar la realidad, Ciudadanos no es un partido homófobo -como algunos sostienen- ni ha supeditado la defensa de los derechos de los ciudadanos LGTBI a sus pactos con Vox. De hecho, hace unos días presentó en el Congreso una proposición de ley para regular los vientres de alquiler -algo que merece un largo debate aparte-, que es una de las revindicaciones de esta colectividad.
Revanchismo injustificado
Pero los abucheos y el botellazo del sábado no son consecuencia del programa electoral de Ciudadanos. Su causa es la misma que la que provocó críticas al partido antes de la huelga feminista del 8-M. La izquierda se siente incómoda con que un partido que no se encuentra en su espectro ideológico se manifieste a su lado. Es una forma sectaria de secuestrar las causas que persiguen -supuestamente- una mejora de los derechos civiles y de utilizarlas para presionar a las instituciones desde la calle y para conseguir movilizar al personal cuando vienen mal dadas. También, por qué no decirlo, para colocar a afines al frente de las asociaciones de todo pelaje que derivan de todas ellas, bien regadas con dinero público.
Es cierto que el PP fue absolutamente torpe, por ejemplo, al recurrir al Tribunal Constitucional la ley de matrimonios gays y al sumarse a las manifestaciones del Foro Español de la Familia, pues eso aumentó el malestar y la desconfianza de estos ciudadanos con la derecha. Ahora bien, en 2019, varios años después, esto no debería perjudicar a quien quiera manifestarse en su marcha anual. Por tanto, el acoso y la intolerancia que se produjo este sábado en Madrid, hacia los miembros de Ciudadanos, están totalmente fuera de lugar.
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