Los éxitos de la selección de Marruecos son muy modestos, pero en Qatar se han crecido. El City Stadium parecía cualquier campo del vecino norteafricano y aunque fue un encuentro sin lustre y un auténtico peñazo, los hinchas marroquíes celebraban cada errática ocasión de la selección como si fuera un gol propio. La victoria de un equipo ultradefensivo fue a costa de un talento sin coraje. Los que tenemos experiencia en unos cuantos mundiales sabíamos que algo no iba bien con la selección española, una especie de fatalidad que suele acompañar en los momentos clave. Es preciso un exorcista.
Pero detrás del acontecimiento deportivo, llama la atención una cosa. Y es la lectura ultranacionalista que se da al otro lado del Estrecho. Las calles de Marruecos son un fervor. Los tiempos están de parte del vecino. Lo saben y lo explotan al máximo, por eso Mohamed VI sale con la bandera a celebrar una victoria más política que deportiva. Es la lógica del poder; de la identificación de un rey que degusta la baraka con su pueblo.
El gobierno marroquí es maestro en explotar el sentimiento de agravio permanente que siente parte de su prole-algunos con carné español, belga o francés- en Europa. Los jugadores marroquíes sabían que era más que un partido, mientras que los nuestros se perdían en un enredo de pases insustanciales. ¿Cómo un país con una estructura deportiva tan poderosa hace el ridículo de esa manera? En este caso el encuentro, como otros, también tiene una lectura actual. Los “leones del Atlas” lo saben, de ahí que durante la celebración de la victoria exhibieron una bandera Palestina. ¿Es una crítica al majzén, después de la alianza tan celebrada con Israel? Probablemente no. Es el sentimiento de la calle el que expresan sus jugadores.
Muchos de sus jugadores forman parte de equipos europeos y que los marroquíes residentes han celebrado las victorias de España en la Eurocopa u otros torneos
En lo que respecta a las relaciones hispano-marroquíes también hay lecturas que trascienden el deporte. Como dicen por tuiter, es justicia poética que Marruecos echara a España del Mundial el día de la Constitución. Hay quien señala que los marroquíes son una quinta columna en España, pero bien es cierto que muchos de sus jugadores forman parte de equipos europeos y que los marroquíes residentes han celebrado las victorias de España en la Eurocopa u otros torneos. En algunos casos, son jugadores criados en las mejores academias de fútbol. Pero eligieron el país de sus ancestros para defender los colores de su etno-nación paterna.
La identificación de una sociedad con el equipo nacional también marca un estado de ánimo, por eso, la victoria de “los leones del Atlas” tiene una traducción social. Los jugadores marroquíes estaban cómodos, lo que les permitió realizar el suyud (postración) tras su triunfo. Es un pueblo orgulloso de sus raíces. El fútbol es variable, caprichoso, a veces inexplicable, y no se sabe muy bien qué les sucedió a los chicos de la selección de Luis Enrique. El partido en realidad no lo ganó Marruecos, más bien lo perdió España enmarañada en su onanismo.
Cientos de miles están nacionalizados, aunque son considerados extranjeros, de ahí que algunos hijos de inmigrantes, ya españoles, salieran con la bandera de sus padres
Lo que sucede ahora en el país vecino es una auténtica locura, una especie de orgía de éxtasis nacionalista del que tuvieron buena cuenta en Bélgica y en algunas ciudades españolas, disturbios incluidos. Las manifestaciones en las calles de Europa a raíz de los éxitos de Marruecos parecen una provocación temeraria. Se puede explicar por cierta rabia contenida y por el sentimiento de impunidad y agravio debido a la segregación que sufren algunos marroquíes en barrios, pueblos o colegios, donde el aislamiento es evidente. Pero también hay un componente simplemente nacionalista amparado en una santa trinidad: Dios, Patria y Rey.
Una explicación fácil de esta ruptura con la sociedad de acogida es la falta de oportunidades o el rechazo silencioso que algunos sufren en Europa: cientos de miles están nacionalizados, aunque son considerados extranjeros, de ahí que algunos hijos de inmigrantes, ya españoles, salieran con la bandera de sus padres a celebrar la victoria sobre… la selección del país donde residen y tienen nacionalidad.
Esta percepción de agravio está amparada por la educación y el factor religioso. Existe una comunidad religiosa que también es nacional y política (el rey es comendador de los creyentes). En momentos de crisis de las identidades sociales los súbditos de la otra orilla están seguros, mientras las instituciones españolas (y europeas) están en un aparente proceso de disolución centrípeto azuzado por “las nacionalidades” periféricas.
Lo que resulta un tanto turbador es la interpretación de las historias enfrentadas; uno de los espejos hispánicos está al otro lado del Estrecho. Pero el majzén mira a su pueblo, con el que se ha identificado para coagular sus sentimientos personales socializados. Su equipo se defendió hasta alcanzar la tanda de penaltis y dar matarile a un equipo sin gatillo el día de la Constitución. En definitivas cuentas, un mundial de fútbol expresa el fervor nacionalista de las sociedades mientras suceden cosas importantes, que es precisamente lo que está detrás del balón
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