Opinión

Ossorio y Gallardo y los regímenes políticos que se derrumban

El general Sanz Roldán solía contar al oído de quien quería escucharle que más de la mitad del personal que en las últimas promociones ingresaba en el Centro Nacional de

El general Sanz Roldán solía contar al oído de quien quería escucharle que más de la mitad del personal que en las últimas promociones ingresaba en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) eran catalanes y/o hablaban catalán, y que todos, o casi, eran enviados a “trabajar” a la zona. Lo decía como tarjeta exculpatoria ante quienes censuraban que el Centro, cuyo presupuesto alcanza los 300 millones anuales, no se hubiera enterado de la misa la media de lo ocurrido en Cataluña durante el punch independentista. El generalito valiente descartaba de plano cualquier responsabilidad en fiascos tan notorios como el de las urnas del referéndum del 1-O, una verbena en la que participaron cientos de personas trayendo y llevando urnas de aquí para allá, pero de la que no se enteró ninguno de los miles de agentes del Centro, asegurando que él comunicaba todas las mañanas a la vicepresidenta Soraya las novedades de lo que ocurría en las sentinas del universo separatista, y que suponía que Sáenz de Santamaría transmitía esa info de inmediato a Mariano Rajoy. “El Gobierno ha estado puntualmente informado de lo que ocurría e iba a ocurrir en Cataluña, otra cosa es lo que luego el Gobierno haya hecho con esa información”, aseguró en cierta ocasión a quien esto suscribe.

Lo que hacía el gran Marianico con la información sensible suministrada por el jefe de los espías era encender una cerilla y fumarse un puro mientras, repanchingado frente al televisor, veía al pelotón ciclista echar el bofe camino del Tourmalet. En cierta ocasión entró en su despacho un alto cargo de la Guardia Civil, con competencias especiales en Cataluña, para manifestarle la honda preocupación que le embargaba por lo que allí se avecinaba. “Tranquilo, Diego, que ahí no va a pasar nada. No va a haber referéndum ni nada parecido. Eso es todo una fantasía. Oye, por cierto, que te veo muy delgado, ¿tú qué haces para perder peso? Porque yo lo intento, todo el día subido en la máquina o matándome a dar paseos, pero no lo consigo”. El alto responsable del cuerpo armado salió de la entrevista con los ojos como platos: “Eso fue lo que me dijo, que me fuera tranquilo y no me preocupara porque en Cataluña no iba a haber ningún referéndum. No creo que la entrevista durara más allá de dos o tres minutos”, aseguraría después en su entorno.

Lo de Cataluña o lo de la Corona. Buena parte de los esfuerzos del CNI en el pasado han estado centrados en la defensa de la institución, en general, y de la persona del Rey, en particular. Una defensa mal entendida porque durante años tanto el CNI, como antes el CESID, pusieron el acento en ocultar los tejemanejes de Juan Carlos I en cuestiones de faldas y de dinero, sobre todo de dinero, ello con la complacencia vergonzante de los sucesivos presidentes del Gobierno que dejaron hacer mirando hacia otra parte. Ahora, cuando en Zarzuela mora un sujeto convertido probablemente en el mejor rey que ha tenido España de Carlos III a esta parte, la misión de unos servicios de inteligencia democráticos se anuncia más importante que nunca en orden a proteger a la máxima autoridad del Estado de las acechanzas de sus enemigos, acrecidos en los últimos años, entre la indiferencia de los llamados a defenderle, por la presión del nacionalismo separatista y la eficaz labor de zapa de esa extrema izquierda populista que comanda Pablo Iglesias.

Y quien dice Cataluña o la Corona, dice Venezuela o la situación de un país con el que España mantiene fuertes lazos históricos, en el que viven cientos de miles de compatriotas y que desde hace años traviesa una situación humanitaria límite por culpa de la dictadura chavista. Lo que ocurre en Venezuela y sus implicaciones españolas es uno de los temas calientes de los que el CNI se viene ocupando en los últimos años. ¿Está al corriente Paz Esteban, la nueva directora del Centro, de lo que transportaban las 40 maletas que Delcy Rodríguez desembarcó en Barajas la noche del 20 de enero pasado? ¿Sabe qué ha sido de ellas? ¿Está al corriente de cómo se están haciendo ricos Rodríguez Zapatero y sus amigos, a cuenta de las miserias de millones de venezolanos? ¿Conoce, en fin, qué tipo de servidumbre obliga al PSOE de Sánchez, o tal vez simplemente Sánchez, a arrastrarse ante el narcorégimen de Nicolás Maduro?

Preguntas que vienen a cuento del radical sinsentido que envuelve la decisión de Sánchez de empotrar a Iglesias en el CNI. En febrero de 2016, en una documento presentado con pompa en el Congreso (“Un país para la gente. Bases políticas para un gobierno estable”), el de Podemos reclamó a Sánchez una vicepresidencia, la dirección política del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), el control de RTVE, un ministerio para Alberto Garzón y un referéndum para los separatistas catalanes, ello como condición sine qua non para apoyar su investidura con la fuerza de sus 69 escaños y 5 millones de votantes (apenas 300.000 menos que los del propio PSOE). El chico apuntaba maneras. Meses después, el aspirante se fue donde la Griso para asegurar campanudo, con cara de aflicción, que no había tenido más remedio que rechazar la oferta: “España no se merece el cambio que me está proponiendo Podemos, con Iglesias como vicepresidente controlando el CNI y con el apoyo directo o indirecto de los independentistas”. Cuatro años después, con 34 diputados menos y más de 2 millones de votos perdidos durante el viaje, Pablo Iglesias Turrión ha conseguido exactamente todo lo que en febrero de 2016 exigió al gallito y el gallito le negó. El botín entero, y hasta otro ministerio para su señora. El ganador del envite. Sin discusión.

El zorro guardando las gallinas

La inclusión de Iglesias en la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos de Inteligencia, comúnmente llamada “Comisión de Inteligencia”, se ha hecho forzando la Ley 11/2002, reguladora del CNI, que define la composición y tareas de una Comisión que preside la inabarcable Carmen Calvo y donde la presencia del vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 tiene el mismo sentido que la del director del Orfeón Donostiarra. Tarea esencial de la Comisión es la elaboración de la Directiva de Inteligencia, documento de carácter secreto que el Gobierno entrega al jefe de la Casa con los objetivos estratégicos a perseguir durante el año. Ciertamente Iglesias no va a poder hurgar en el ordenador personal de Paz Esteban ni meter la nariz en las notas internas, todas con su correspondiente clave secreta para poder hacer seguimiento de su uso restringido, que el Centro envía a los miembros permanentes de esa Comisión (los ministros de Interior, Defensa, Economía y Exteriores), pero es obvio que su simple presencia en una “delegada” encargada de evaluar periódicamente los objetivos del Centro es un absoluto dislate tratándose de un republicano que apoya la autodeterminación de Cataluña y que tiene en las dictaduras de Irán y de Venezuela sus fuentes doctrinales y dinerarias.

Sánchez e Iglesias se han embarcado en una operación de demolición del edificio constitucional que en 1978 nos dimos los españoles para sustituirlo por algo inconcreto

Dice la ley que es misión del CNI “prevenir y evitar cualquier riesgo o amenaza que afecte a la independencia e integridad de España, los intereses nacionales y la estabilidad del Estado de derecho y sus instituciones”, un texto que habla por sí solo del sinsentido de una nominación que hace apenas unos meses no hubiera dejado dormir tranquilo al pobre Pedro. El zorro guardando el gallinero. Conviene, con todo, no descartar la posibilidad de que, más allá del momentáneo ruido, esa decisión quede en simple tormenta de arena. Tanto Sánchez como el señor marqués de Galapagar han demostrado no tener ninguna ideología más allá del logro de su personal bienestar edificado sobre la palanca de un enfermizo afán de poder. Por lo demás, Iglesias & señora forman parte de la Comisión de Secretos Oficiales y, por encima de todo, se sientan en la mesa del Consejo de Ministros, donde van a tener conocimiento de cosas tanto o más relevantes que las que maneja el CNI. El problema es que hace menos de dos años hubiera resultado inverosímil la presencia de la izquierda comunista en el Gobierno de la cuarta economía de la UE. El problema es que hoy Sánchez está tanto o más a la izquierda que Iglesias. El problema no es Iglesias, sino Sánchez.

Y el problema, en fin, es que ambos se han embarcado en una operación de demolición del edificio constitucional que en 1978 nos dimos los españoles para sustituirlo por algo inconcreto -porque el señorito no tiene proyecto conocido, simplemente lo que le vaya saliendo al paso en su estrategia de durar, permanecer en el ejercicio del poder- pero cuyos perfiles sospechamos. Como se ha dicho tantas veces, es el final de la España constitucional. Hay un cierto paralelismo entre la caída del régimen de la Restauración alfonsina y el camino de perdición por el que actualmente transita este país. Quienes han buceado en las razones de la debilidad de aquella Restauración a partir de 1912 han concluido que una muy importante, si bien no la única, fue la pérdida de fe en el sistema por parte no de quienes se consideraban contrarios al régimen liberal, sino de los que estaban llamados a defender unos valores que la dictadura de Primo de Rivera, primero, y la II República, después, terminarían por enterrar. Pérdida de fe de las elites, más hastío, indiferencia y cansancio de la opinión pública. La Restauración, por eso, no cayó por la fuerza de sus enemigos, sino por la indiferencia suicida de quienes estaban llamados a sostenerla, una idea que el político Ossorio y Gallardo, conspicuo maurista, expondría con brillantez en 1930 al decir que “los regímenes políticos no se derrumban ni perecen por el ataque de sus adversarios, sino por la aflicción y el abandono de quienes deberían sostenerlos”.

Silencio en el cementerio

El entierro de la España constitucional está encabezado por un tipo sin ninguna convicción ideológica firme, un logrero de la política en el sentido literal del término, y un profesor asociado, con un contrato de miseria anualmente renovado, de la Facultad de Políticas con muchas lecturas mal digeridas. Ellos han decidido insuflar nueva vida al separatismo en el momento en que solo le quedaba reconocer su derrota; ellos le han hecho el boca a boca con esa mesa de negociación que es diálogo de besugos donde no hay nada que dialogar sino simplemente acatar. Ellos no se cansan de humillar a una “nación de ciudadanos libres e iguales” a la que diariamente bombardean con su propaganda obscena. Ellos son ordeno y mando porque en frente no hay nada. Quienes deberían defender la Constitución han abdicado de su obligación. Casado parece un hombre solo, perdido en los pasillos de Génova 13, casi abandonado. Los expresidentes que más tiempo han gobernado se atreven con pellizcos de monja, sin osar siquiera nombrar al aprendiz de tirano. “Me cuesta ver la relación entre el CNI y la agenda 2030”, se prenuncia Felipe, el muy osado.

Quienes deberían defender la Constitución han abdicado de su obligación. Casado parece un hombre solo, perdido en los pasillos de Génova 13

Miedo a perder la vida muelle. No hay sociedad civil (saludemos con alborozo la aparición de iniciativas como “La España que reúne” o su calco, la “Plataforma Cívica Unión 78”), entendida como la opinión estructurada resultado de la cooperación voluntaria de una ciudadanía libre de miedos para expresarse. No hay intelectuales, porque todos aspiran a abrevar en el presupuesto que maneja el gañán. No hay clase empresarial, encantada de financiar las pérdidas millonarias del grupo editorial que actúa de ariete de la estulta “revolución” de Pedro & Pablo. Y no hay clase periodística, porque, con las excepciones de rigor, la que hay se afana en recoger las monedas que desde el balcón le lanza el felón. Frente al escuálido poder del aprendiz de Putin y sus 120 escaños, solo hay silencio. Y perplejidad. El régimen del 78 caerá porque los españoles han decidido dejarlo caer.

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