Opinión

Otoño

Mejor ser la voz de su amo: “Mi misión como ministro no es calificar, ni opinar ni comentar”. ¿Cuál es entonces su misión, ministro de la cosa digital?

Vista general del hemiciclo, durante una sesión plenaria extraordinaria, en el Congreso de los Diputados EP

Lentamente se va haciendo presente la nueva estación. No es el tiempo del ocaso, la decadencia o el declive, no.  Por estas fechas, como si se tratara de una primavera, pero al revés, comienzan de nuevo muchas cosas. Empiezan los colegios, y poco a poco se va complicando el tráfico de Madrid con autobuses escolares y padres rezagados que, nerviosos, conducen ajetreados para que los chicos lleguen pronto al cole. En otoño se produce también una explosión de color en los bosques, donde el verde de las hojas caducas va dando paso a los tonos amarillos rojizos y ocres. Los días duran menos, tienden a ser templados durante la tarde, mientras que al amanecer y anochecer sentimos despacio el paso de fresco a frío. Aunque quién sabe, tal y como está el tiempo cualquier cosa puede pasar, incluso que el veranillo de san Miguel se distraiga y se haga esperar. De dónde vengo las calles huelen a orujo y al mosto que pronto se convertirá en el primer vino del año. Los romanos llamaban a este tiempo auctus annus, la plenitud del año.

En el otoño, cada día reduce la permanencia del sol por encima del horizonte aproximadamente tres minutos, y así los rayos perpendiculares al eje de la Tierra igualan la duración tanto del día como de la noche. No crean que lo sabía, lo acabo de leer por casualidad. Estos días nos recuerdan que pronto nos cambiarán nuevamente la hora, y volveremos a preguntarnos cuándo acabarán con esta manía que casi nadie entiende. En la estación a la que vamos a entrar, y siempre según nos dicen los médicos, es cuando engordamos más, pero es también la época en la que se enamoran más personas, porque se elevan los niveles de hormonas en hombres y mujeres. ¡Ay, que engañados estamos con la primavera! Pronto olerá a castañas asadas y saborearemos el primer té con canela nueva.

Y a los despistados, que somos muchos, debo recordarles que el equinoccio de otoño es el momento perfecto para mejorar las habilidades de orientación, ya que el sol sale exactamente hacia el este y se pone con matemática precisión hacia el oeste.

Me juro a mí mismo que se acabó, que nunca más perderé mi tiempo asistiendo a esta tomadura de pelo en el que unos cuantos asalariados palmeros se disponen a aplaudir a sus líderes digan estos lo que digan

Por estas fechas se producen eventos astronómicos maravillosos, como la Superluna de la Cosecha y las lluvias de estrellas. Además, las personas nacidas durante los meses de otoño tienen más probabilidades de vivir más que aquellos nacidos durante el resto del año, llegando a sobrepasar los 100 años.  Por estas fechas tengo la costumbre de recurrir a mis dos poetas de cabecera. Primero abro un libro de Claudio Rodríguez para leer un poema que habla de castañas y telarañas. Después cojo el de Antonio Machado para confirmar que, aunque soy un año más viejo, la poesía confirma el milagro de la vida con sólo cuatro palabras: "Hoy es siempre todavía". Y en otoño, a falta de otras cosas más importantes, me da por imaginar el momento en el que el poeta dio con estas cuatro palabras y las colocó así, una delante de otra: "Hoy es siempre todavía". El cronista tiene la seguridad de que muchas cosas mejorarían en nuestro país si aquellos que, sin consultarnos, van tomando decisiones sobre nuestras vidas, leyeran al poeta sevillano, primero, y después al zamorano, el gran poeta del asombro que es Claudio Rodríguez: “La historia no es siquiera un suspiro/ ni una lágrima pura o carcomida o engañosa: quizá sea una carcajada”.

También por estas fechas comienza el curso político al que optimistas periodistas llaman nuevo. ¡Dios, no hay cosa más vieja que la vuelta de estos a sus cosas! Y vuelven las sesiones de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. Sin duda lo más previsible y absurdo de una estación en la que todo resulta ser una sorpresa. Todo menos este suceso gris, inútil y artificial que volverá a repetirse mañana en la Carrera de San Jerónimo y estropeará el bello color de la estación a la que nos disponemos a entrar. Me juro a mí mismo que se acabó, que nunca más perderé mi tiempo asistiendo a esta tomadura de pelo en el que unos cuantos asalariados palmeros se disponen a aplaudir a sus líderes digan estos lo que digan.   

En otoño, un ministro absurdo recién nombrado se hace un lío cuando le preguntan si Venezuela es una dictadura. Pero no lo sabe. O no puede decirlo. Mejor ser la voz de su amo: “Mi misión como ministro no es calificar, ni opinar ni comentar”. ¿Cuál es entonces su misión, ministro de la cosa digital?

Del esposo de Begoña al último de sus empleados. Pobre hombre este ministro de lo digital, qué frío debió sentir en su pellejo cuando le preguntaron por Venezuela. Lo suyo es lo digital, claro, claro

Pero seamos sensatos, vayamos a lo importante. Miremos lentamente aquello que nos recuerda la inalcanzable eternidad. Califiquemos, opinemos y comentemos hasta que las bocas no cesen. Aprovechemos el otoño antes de que el invierno nos escombre. Entremos a codazos en la franja del sol y admiremos a los pájaros que emigran. Consideremos el consejo de Mario Benedetti. Apartemos de nosotros lo viejo, lo estéril y estúpido en que se ha convertido la política en nuestro país. Del esposo de Begoña al último de sus empleados. Pobre hombre este ministro de lo digital, qué frío debió sentir en su pellejo cuando le preguntaron por Venezuela. Lo suyo es lo digital, claro, claro. 

Aprovechen amigos. No se pierdan el espectáculo y salgan a las calles, al campo y a los parques. Sientan la felicidad mientras contemplan la explosión de colores que han llegado junto al vuelo de las aves que buscan otras tierras. Aunque parezca mentira, nadie les puede robar ese instante único. La misma vida escrita en el aire, acaso porque hoy es siempre todavía.

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