Opinión

¿Otra izquierda es posible?

La izquierda es racional, buena y virtuosa, y todo lo que es malo debe estar necesariamente en el otro lado. La extrema izquierda es en realidad extrema derecha; chupito y cita de Orwell

Esta vez sí. Me dicen que han abierto un gimnasio nuevo en el centro. Un concepto distinto, novedoso. Un gimnasio como los de antes. Están centrados en la salud de los clientes y no en las modas. No ponen canciones estridentes para el spinning. Serrat, Silvio, Serrano y a subir el Tourmalet. Así que este año voy a empezar a ir con conciencia, y aguantaré más de tres semanas. Sin excusas.

También han sacado unos cigarrillos que te ayudan a dejar de fumar. Algo así he leído. No de esos electrónicos que te vende el capitalismo neoliberal, cigarrillos de sustitución, sino auténticos. Nicotina y alquitrán sin adulterantes para que tomes conciencia de lo que te metes al cuerpo. La conciencia es la clave del asunto. En tres meses, abdominales definidos y ni una tos. 2023 va a ser el año que lo cambie todo. 

Y por si fuera poco, podré votar a un partido de izquierda de la de verdad. Ya era hora. Una izquierda nueva, como la de antes. Esta vez sí.

Cada cierto tiempo se anuncia la llegada de una izquierda nueva y vieja a la vez, pura e integradora, auténtica representante de su esencia histórica

El año 2022 ha terminado y vuelven los propósitos de año nuevo suspendidos del finísimo hilo de la voluntad, también en la política. Algunos españoles se pasan la vida esperando el partido que los represente del todo. O que recoja correctamente todos sus ideales. Esto ocurre especialmente, o de un modo distinto, en la izquierda. Cada cierto tiempo se anuncia la llegada de una izquierda nueva y vieja a la vez, pura e integradora, auténtica representante de su esencia histórica. ¿Y en qué consiste esa esencia?

La izquierda por defecto tiende al adanismo, la utopía y el mesianismo. Es posible solucionar todos los problemas del mundo, siempre que pongamos al cargo a los mejores. Los buenos. Los santos. Nosotros. La verdadera izquierda, de hecho, es tan pura que no puede delinquir. Aquella frase de Alberto Garzón que dio para miles de bromas no es en el fondo algo muy distinto de lo que piensa cualquier intelectual de izquierdas que define su preferencia ideológica como la encarnación en la tierra de la Virtud y la Ciudadanía Universal.

El principal problema que tiene la izquierda no es su tendencia actual al juego de la identidad posmoderna, como denuncian los intelectuales, sino su tendencia general al mito como forma de analizar el mundo. El primero de esos cuentos es el de la propia izquierda, autodesignada portadora del Logos y autopercibida como pura razón. Hay muchos más, porque no puede haber otra cosa. El mito del ser humano racional. El mito del progreso lineal. El mito de la educación. El mito de la Ilustración. El mito de la Revolución Francesa. El mito de la clase trabajadora y de la conciencia de clase. El mito del mal como algo accidental que se puede erradicar. El mito del bien como un estado natural al que se puede volver. El mito de ETA como una banda terrorista que asesinaba por xenofobia y en nombre del nacionalismo, nunca en nombre de la izquierda. Porque la izquierda es racional, buena y virtuosa, y todo lo que es malo debe estar necesariamente en el otro lado. La extrema izquierda es en realidad extrema derecha; chupito y cita de Orwell.

Sólo así se entiende que la nueva izquierda racionalista, decente y moderna siga reivindicando la Revolución Francesa como paradigma para la reflexión y la acción. La superstición y sus mayúsculas

No hay nada esencialmente dañino en los mitos. Son útiles, incluso necesarios para lidiar con muchas de nuestras desgracias personales. Pero cuando pretenden fundar una nueva realidad se convierten en un problema. Y vuelven los monstruos. Siempre vuelven, porque nunca dejan de estar ahí. Sólo así se entiende que la nueva izquierda racionalista, decente y moderna siga reivindicando la Revolución Francesa como paradigma para la reflexión y la acción. La superstición y sus mayúsculas. El Comité de Salvación Pública. El Terror. “Excesos accidentales, exageraciones de los reaccionarios, desviaciones del camino correcto”. Como en la II República y en la Unión Soviética, también paradigmas perpetuos de la nueva vieja izquierda que al parecer es el único fenómeno que se desvía cuando es coherente con sus principios. 

¿Y en la derecha no hay mitos? En la derecha, en cierto sentido, no hay nada. Nada concreto. Por no haber, no hay ni nombre. Decimos ‘derecha’ por simple cuestión heurística. Por la necesidad de encontrar simetrías y opuestos en las categorías mediante las que intentamos clasificar el mundo. La ‘derecha’, si la entendemos como lo opuesto a la izquierda, sería cínica, descreída, desconfiada. El mal no se entiende como algo accidental, y no está principalmente en los otros -los ricos, los burgueses, los políticos- sino en nosotros. El rico, el burgués y el político actúan como lo haría el pobre, el trabajador y el ciudadano. No por intereses de clase, sino por motivaciones personales. Y las motivaciones personales son distintas, y dependen de muchos factores. Habrá quien actúe movido por el interés de proteger a los suyos. Habrá quien considere “suyos” a la humanidad, a su país, a su familia o a sí mismo. Habrá quien entienda que ese deseo de protección justifica pequeños abusos de poder. Habrá quien, en el famoso dilema, jamás rompería el cristal de la farmacia para conseguir el medicamento; abrazaría a su mujer y lloraría en silencio.

¿Trabajadores de derechas?

El mito de la conciencia de clase se da en la izquierda porque la izquierda cree que la política es una cuestión de intereses económicos, condiciones materiales a veces condicionadas por la ideología. Pero la distinción real no es la que se da entre izquierdistas y derechistas, trabajadores y burgueses, sino entre quienes buscan la agitación y quienes prefieren la tranquilidad. Por eso hay trabajadores “de derechas”. Por eso hay empresarios audiovisuales y millonarios “de izquierdas”. No es por los intereses de clase, por el poder adquisitivo ni por la “propaganda” de Antena 3 o La Sexta. No hay contradicción, sino predisposición anímica. Gente que necesita creer que puede transformar el mundo y gente que necesita estar tranquila y a sus cosas. Gente que necesita etiquetas y gente que necesita silencio. 

La renovada izquierda del siglo XXI seguirá anclada en los mantras, los ídolos y los errores de los últimos trescientos años. Porque no hay nada más material que la química cerebral.

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