Le digo a mi amigo mientras preparamos una salmorreta y vamos viendo cómo se mezcla la carne de la pulpa de ñora con el ajo laminado y frito, pero no demasiado, más el tomate, con su piel y granos; le digo que la expresión Cotufas en el golfo por la que pregunta y que da título a esta serie de artículos veraniegos, la descubrí, como tantas cosas en mi vida leyendo el Quijote. Leyendo, en realidad. Mientras hablábamos no éramos capaces de adivinar el encanto de mezclar los aromas de esta salsa alicantina con la literatura, pero esa fue la experiencia que recuerdo en este instante con agrado. De la experiencia vivida siempre queda aquello que uno no espera, y sin embargo por lo que se ve, desea.
La cotufa es en realidad la chufa de la que se saca la horchata. No hay que ser muy audaces para saber que encontrar chufas en el mar es tan difícil como encontrar rosas, y eso lo sabía bien Luis Eduardo Aute. Cotufas en el golfo es la expresión cervantina para dar a entender una empresa imposible. Y qué si no son éstos artículo sino una declaración
pública de lo que uno desea y, sin embargo, sabe imposible de conseguir.
Porque uno se pasa la semana hablando de un país que, por deseado y soñado no existe, y lo que es peor, nunca existirá. Escribiendo sobre unos dirigentes a los que les hemos dado la responsabilidad de gobernarnos y que están a punto de causar más lástima que irritación. Qué si no provoca Feijóo cuando se ofrece al Gobierno para para pactar la nueva ley de secretos oficiales y Bildu, ¡Bildu! Pide cambiarla. Qué si no, me pregunto, provoca la exvicepresidenta Carmen Calvo -yo dedique mi adolescencia a la política y a luchar contra Franco- cuando muy seria asegura eso de que sólo faltaría qué dejásemos las ideologías, con el trabajo que nos ha costado alcanzar la democracia. Pero, mujer, ¡si la transición se hizo porque las ideologías se pusieron en el congelador! Qué antiguo es todo eso que pretende ser moderno.
Qué viejo y como apesta a cuero la lucha contra Franco en tiempos en que el personal ya no sabe quién fue. Que hay que ver la sustancia existencialista que les sigue dando Franco a todos aquellos que aseguran que lucharon contra él. Porque existió el dictador subsisten ellos y ellas. Viejo, viejuno, no les parece. Pero ya digo, la política está hoy más cerca de la pena. Quizá sea la misma pena, una pena ácida que no sugiere misericordia alguna. Están unos, podrían estar otros. Sólo sobrevive el aparato, el voto ordenado y pastueño que dicen delegado, pero a la cuenta voto bobalicón y obediente. Por eso sorprende tanto que vengan ahora con la fuerza de las ideologías. Bildu dentro de la nueva ley de secretos oficiales qué es, ideología, pragmatismo, provocación o necedad. Fin de ciclo, seguro. A peor no se puede llegar. Sucede cuando la política degenera y la ideología se confunde con el marketing, el marketing con la demoscopia y, entonces, la estadística se hace dogma. En el principio fue eso, el marketing y no la palabra. Esa es hoy la fuerza de toda ideología. Culpa nuestra, desde luego.
Haga como yo y no se meta en política, le dijo el ladino de Franco a Pemán. Un mes de agosto de 1944. Aquella frase, que algunos tomaron como agudeza y otros como una evidente expresión de cinismo a la gallega, explica muy bien el poco derecho que tenemos para la queja. Están los que hemos puesto ahí. Ya digo, están más cerca de la melancolía y el vértigo del desastre que del sosiego y el sentido común. O el sentido a secas. Y ahí están de vacaciones también, dándonos su homilía, pero ahora sin la corbata de rigor y recordando a quien los quiera escuchar que sí, que vale, que la política quema y desgasta, pero más desgasta y quema a quien no tiene el poder y aspira a él.
Es imposible recordar a alguien más quemado y sin futuro que al actual presidente del Gobierno, un político con el alma de maniquí que ha sabido esconder sus carencias mientras habla inglés. Lo propio de un país ágrafo y paleto. Pero ahí está, en el poder. Y así actúa, como si nunca se le fuera a escapar de las manos. Y, sin embargo, cualquiera diría que vive en un país que cada día le quiere menos. O quizá haya que escribir respeta menos. ¿Sabrá Pedro Sánchez que se hace imposible estos días encontrar a alguien que le defienda? Y eso mismo le digo a mi amigo, ¿quién defiende a este hombre? Hay quien defiende a Griñán incluso con argumentos, no hay quien haga lo propio con Sánchez.
Es imposible recordar a alguien más quemado y sin futuro que al actual presidente del Gobierno, un político con el alma de maniquí que ha sabido esconder sus carencias mientras habla inglés
Fuera de Tezanos queda poco. Es como si diera vergüenza hacerlo en público, no sé, en una charla entre amigos tomando unos vinos. Pero coincidimos mi amigo y yo en que ya no se trata de que alguien hable bien del presidente, ni mal, lo cierto es que entre gente informada ya resulta un gesto de mala educación hablar de Sánchez. Cuando el nombre de uno sale de los tratados de urbanidad más refinados la calidad de prescindible llega por sí
sola. A todos nos sienta bien unos días fuera de Madrid. Tomar distancia, dicen algunos. Tomar distancia es vivir la experiencia de que Madrid y sus periódicos y radios no existen. Sabemos que están, pero no son necesarios en acaciones.
Pasar las horas ligando la salmorreta y eligiendo la morralla para el fumet o discutiendo con el encargado del vivero si la higuera es o no un árbol del terreno. También esto es política. O debería de serlo. Definitivamente no sabe uno muy bien por qué no dedicamos a estos asuntos nuestras horas y días. Que no se enfade Carmen Calvo, pero esta y no otra es ya a la única ideología que uno aspira. ¿Verdad, amigo lector, que no hace falta explicar lo que es y significa una cotufa en el golfo? Lo que se desea, lo que se quiere y espera. O sea, eso que está una categoría por encima de lo imposible. Un milagro para mi país.