Estaban afilados los cuchillos, prestas las lanzas, desenvainadas las espadas. La decapitación de Pablo Casado al frente del PP se había puesto en marcha. Le atribuyen a Núñez Feijóo el papel protagónico en la conspiración. Había otros nombres, incluso más relevantes en esta especie de conjura de los boyardos del PP que pretendían convocar un congreso extraordinario para deshacerse del zar.
La maquinaria estaba engrasada para que el mismo lunes, durante el Comité Ejecutivo, se planteara la ineludible necesidad de la catarsis, del gran cambio. Barones derrotados, alcaldes humillados, gobiernos perdidos. Hasta las nueve de la noche del 26-M, ese era el plan. La encuesta de Telemadrid, que alejaba al PP del Ayuntamiento y le arrancaba el Gobierno de la Comunidad, alimentaba el complot. "No hay vida después de esto", decían voces en Génova.
'Han perdido y celebran, qué cosas', comentaban los disidentes. 'Gobernaremos Madrid, que es lo que importa', era la respuesta
Entonces, sucedió lo inesperado. Almeida y Ayuso, dos candidatos 'sin fuste ni carisma', dos aprendices sin futuro, dos pipiolos, lograban enviar a Carmena a su casa y a Gabilondo a la tranquila oposición. Dos candidatos colocados ahí por las santas narices de Casado, dos exponentes del PP madrileño, del PP sin complejos, consumaban la proeza.
Y cambió todo. Casado no sólo salvó los muebles, como apuntaban los cronistas acelerados, sino su propio pescuezo. Y con él, el futuro del partido. Empezaron a llover los buenos datos de Zaragoza, de Andalucía, de Murcia, de Navarra. La desolación se tornó esperanza y, pasada la medianoche, en júblio. "Han perdido y celebran, qué cosas", comentaban los disidentes. "Gobernaremos Madrid, que es lo que importa", respondían.
Los tres objetivos cumplidos
Casado necesitaba cumplir tres objetivos para impedir su ejecución. Evitar el 'sorpasso' de Ciudadanos, algo que la prepotencia de Rivera puso en bandeja. Retener alguna comunidad histórica como Castilla y León (pendiente de Cs) y Murcia. Y, sobre todo, rescatar Madrid del imperio de las magdalenas.
Así ocurrió. Y Casado, respiró. Su primera noche de alivio desde la fiesta andaluza. Ha salvado el liderazgo y, sobre todo, ha ganado tiempo, ese factor que nunca tuvo. Cuenta con cuatro años para organizar la estructura, restañar las heridas y abandonar el desaliento. Es decir, para construir su Partido Popular, no el de Aznar ni el de Rajoy, ni menos aún, el de los díscolos barones. El PP de los afiliados que le pusieron al frente de Génova y que confían en que haga realidad su principal promesa: llegar a La Moncloa a la segunda.
Para alcanzar ese objetivo deberá cumplimentar un trámite enojoso pero imprescindible. Mutarse en el terrible Iván (no el de Sánchez) y aniquilar a los boyardos. En ello está. Los tiene detectados y señalados. "Cuando se perdona tan fácilmente es que se difiere la venganza", apuntó Cicerón. Y Pablo no los ha perdonado.
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