Pablo, Pablo, el renegado. El viejo marianismo se revuelve contra Casado porque cometió la osadía (llámenlo torpeza) de acudir a una emisora de color amarillo tiznoso para renegar de las cargas policiales en la jornada del referéndum del 1-O que, a decir de Rajoy, nunca existió.
Por este PP de Casado pulula aún una casta inconveniente y rijosa, halitósica y rancia, que se la pasa intoxicando, conspirando y enredando. Un incómodo avispero al que, en los momentos más delicados o trascendentes, le da por el zumbido molesto o el avieso aguijonazo.
Una estrategia desesperada
Otra vez el embrollo, la jaranera, el griterío de corrala, algo consustancial a un PP que no logra alzar el vuelo, romper amarras y escapar soltando leches de un pasado que le desgarra la espalda y le mordisquea con saña los talones. Casado lo intenta. Levanta un muro frente a los corruptos y, al tiempo, escupe sobre la gestión de Mariano y Soraya en el golpe del 17. Una estrategia desesperada y, por lo tanto, plena de riesgos. Un rigodón suicida al borde del abismo.
Ríndete, Casado, estás rodeado. Bárcenas a un lado, las urnas en el otro y en el centro, el PP, justo en ese lugar por el que nunca pasa nadie. “Sal a la calle con una pancarta que ponga 'Viva el centro' y al mirar para atrás verás que nadie te sigue”, afirmaba el mítico Senillosa, el último centrista que ha existido en España. El centrismo es un esfuerzo estéril en un país bicéfalo, bifronte, extremo y cainita. Los politólogos, gente absurda que vive del verso, lo llaman 'polarizado'.
El marianismo había dejado al PP exánime, agónico, inmerso ya en ese peligroso estadio que precede a la caída libre. Es decir, al inmisericorde trastazo
Casado se va al centro y los veteranos del marianismo, mientras tanto, chamullan por los rincones todo tipo de injurias y ultrajes que se reflejan luego en las piececillas de los escribas de Iván. Se sienten preteridos, desplazados. Cuando llegó a Génova, el joven presidente, avalado por un congreso entusiasta y unas primarias contundentes, procedió a algunos cambios, que se reeditan ahora en una segunda ola, algo más fiera. Siempre hay gente que se molesta cuando le cortan la cabeza, qué se le va a hacer. Tras la primera gran decapitación, el equipo casadista respondía a los críticos con pasmosa sinceridad: “Coño, hemos venido aquí para esto”. El marianismo había dejado al PP exánime, agónico, inmerso en ese peligroso trance que precede a la caída libre. Es decir, al inmisericorde batacazo. Tocaba, pues, cambiar el rumbo.
Ha incurrido Casado en algunos desaciertos y en errores superlativos. No era necesario el ataque personal e inclemente contra Santiago Abascal cuando la ceremonia ciega y confusa de la moción de censura. No era imprescindible montar una guardia de corps tan anodina y despareja como la que se acomoda en los altos despachos de Génova. Sonó chirriante la fórmula elegida como crítica a la labor de la viceSoraya cuando el referéndum catalán. Era posible, Pablo, plantear severos reproches a aquella torpe gestión sin necesidad de sumarse al argumentario de TV3 y de la CUP.
Falta finezza, un poquito de astucia y algo más de inteligencia. Quizás sea pedir demasiado. Cuando te están apuñalando “resulta inadecuado advertir que tengan cuidado con tu camisa de 800 pavos”, como decía aquel gangster en el filme de Scorsese.
La maldición de los Fernández
Entre Bárcenas y las catalanas, al PP se le está poniendo aspecto de un pollo a la parrilla. Las urnas del domingo pueden ser su catafalco definitivo. El anunciado sorpaso de Vox se traducirá en un cimbronazo en Génova. Un drama dentro de una injusticia atroz. Alejandro Fernández es el mejor de los candidatos en disputa. La eterna maldición de los Fernández en el viacrucis de la Diagonal.
Esa patulea de ociosos exministros, veteranos con trienios, abuelillos trapisondas desmontados del sillón, que se afanan ahora en lapidar a Casado, (¡quiere cerrar Génova y cambiar la siglas!) mejor haría en desembuchar cuanto sabe de aquellos años de trampas y mordidas, de sobresueldos y pagos tuneados, de mangancia y choriceo. Ellos estaban allí, y no Casado. Ellos conocían a Bárcenas, y no Casado. Ellos sabían lo que había, ¿verdad don Pío?, ¿no es cierto Arenas, campeón? Ahí siguen. Y otros de su estirpe, los que más maquinan, los que más intrigan, miembros fundadores del club de los largones, especialistas del navajeo, brutos sin césar, agazapados por la periferia, ocultos tras las hipócritas mascarillas, ejecutando un romance de lobos desmañado y cañí.
Quizás no sea Casado el líder prometeico capaz de llevar de nuevo al PP a la Moncloa. Quizás sea alguien de sus propias filas, que ya despunta. O de otra familia a la derecha. En cualquier caso, no llegará apadrinado por esta gavilla de mamelucos estropajosos, ahora tan atareados y activos, especialistas tan sólo en el arte de la inquina y la zancadilla. "No es lo difícil evitar la muerte, sino evitar la infamia, que corre más aprisa", dijo Sócrates. Quizás Casado ya se ha aplicado el cuento.
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