Opinión

Pablo Echenique y las vomitonas de un portavoz

Es curioso cómo la izquierda que con tanto ahínco ha criticado la actitud de los Trump y Bolsonaro copia sus mismas tácticas para intentar atraer la atención mediática

Desconozco en qué momento optaron los partidos por designar como portavoces a personajes como Pablo Echenique, Rafael Hernando o Adriana Lastra. Dogos antipáticos que no aportan mucho más que bajeza, fanfarria e incontinencia. Entiendo que en la época de las tertulias alarmistas y los argumentos paupérrimos resulta demasiado tentador el hecho de designar como vocero de un partido a un agitador. El problema es que la toxicidad que transmiten es tan elevada que provoca el trastorno por envenenamiento de los ciudadanos, algo especialmente peligroso en tiempos de dificultad.

Son personajes arquetípicos y superados, propios de teatrillo de guiñoles de pueblo, de esos en los que el monigote del antifaz entraba en escena, se llevaba el dedo a la boca y exigía silencio al público, que le abucheaba, indignado. Los partidos sitúan a estos perros de presa en su avanzadilla porque impera la mediocridad dentro y fuera de sus cuarteles generales; y, en esas condiciones, es mejor figurar que argumentar; y berrear que aportar algo valioso a la sociedad.

El exportavoz del PP es el perfil de abogado mercantilista agresivo, irascible en la sala de vistas y fanfarrón con un gin-tonic. Lastra, el de profesora de Primaria obsesionada con las causas justas de la izquierda. Echenique, en cambio, encarna la perfidia del antagonista de película de espías. Ahora bien, con una alarmante escasez de coherencia que evidencia que es un mero hooligan de partido, pese a las medallas que luce en su currículum.

Populismo digital

Acostumbra el portavoz de Unidas Podemos a utilizar sus redes sociales para lanzar a la turba contra sus objetivos políticos y personales, en una ejemplar muestra de su característica elegancia. Hace unas horas, defendía las manifestaciones contra el racismo que se convocaron el pasado domingo. Lo hacía con el siguiente mensaje: “No sé si tocaba ahora, pero sí sé que l@s que hoy os habéis manifestado para decir que #BLACKlivesMATTER, contra el racismo y por los derechos de l@s migrantes habéis intentado tener el máximo cuidado posible. Y lo sé porque no compro el eslomismo. La diferencia se llama DECENCIA”.

Sobra decir que, el pasado mayo, cuando se convocaron las protestas del Barrio de Salamanca (y aquí se defendió el derecho de ambos a manifestarse), escribió: “Una minoría privilegiada no puede saltarse las normas y ponernos en peligro a todos. Las autoridades deben actuar”.

La talla del personaje es tal que el pasado sábado volvió a lanzar un dardo a la prensa que no baila el agua al Gobierno. El enésimo. “Hay un tipo de 'noticia' en los 'medios' de ultraderecha que se repite mucho porque se produce barata cual salchichas. El esquema básico es: "Tal o cual torero, deportista o famosete random ha dicho la siguiente barbaridad sobre el Gobierno, JOJOJO (El JOJOJO no lo ponen)”.

Poco antes, compartía un vídeo de Vicente del Bosque en el que se avalaba una de las tesis que más ha empleado la izquierda para despotricar contra poseedores de grandes fortunas, como Amancio Ortega. “Todos aquellos que hablan mal de nuestro país, yo creo que lo que tienen que hacer es ser patriotas y pagar todos los impuestos; y pagarlos en España”. Lo dicho, los famosos de mi cuerda son eminencias. Los 'del otro', indeseables. Así se expresa en el catecismo maniqueo de los radicales.

Lo más peligroso de Echenique no es su inconsistencia intelectual ni su colmillo envenenado, sino el tufillo revanchista que desprende cada palabra que sale de su boca

Lo más peligroso de Echenique no es su inconsistencia intelectual ni su colmillo envenenado, sino el tufillo revanchista que desprende cada palabra que sale de su boca. Algo que no es sólo patrimonio de este político ni de su partido, pero que, en su caso, practica con una especial frecuencia y un lamentable descaro.

Es curioso cómo la izquierda que con tanto ahínco ha criticado la actitud de los Donald Trump y Jair Bolsonaro copia sus mismas tácticas para intentar atraer la atención mediática, que se resumen en el manido tópico de “que hablen mal de mí, pero que hablen”. Aprovechan que, en la sociedad de la inmediatez y la ausencia de brillo y luces, los exabruptos son suficientes para llegar al público. Y, en muchas ocasiones, para convencerle.

Las aguas bajan tan emponzoñadas que se ha perdido de vista que la política es la actividad destinada a gestionar los problemas y resolverlos en el momento oportuno, de la forma más eficiente posible. Por esa razón, bufones como los anteriormente citados han ganado relevancia, pues todo se ha convertido en una constante exposición de retruécanos y descalificaciones que sirven para movilizar a las mentes más simples y situar un tupido velo sobre la realidad, que causa cada vez más desasosiego y que amenaza con supeditar el futuro del país a los deseos de sus acreedores.

Las reformas estructurales se demoran, el gasto aumenta, la deuda sube y esta nave parece querer zarpar hacia otros puntos del planeta que viven ahogados por un Estado y una deuda gigantes. Como Argentina, país de origen de Echenique y del patético y nocivo peronismo que todo lo destroza y del que bebe su discurso populachero y matón.

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