“Somos conscientes de que, si dejamos que Pablo Hasel sea encarcelado, mañana pueden ir a por cualquiera de nosotros, así hasta conseguir acallar cualquier suspiro disidente”. Así comenzaba un comunicado firmado por 200 personas del ámbito cultural. Se entiende que el mundo de la cultura se solidarice con quienes puedan ser perseguidos por disentir; la libertad solo puede recibir ese nombre cuando la puede ejercer el disidente; de lo contrario estaremos hablando de regímenes autoritarios o dictatoriales, donde la libertad solo cabe si se juega únicamente en el campo de juego de la dictadura. Lo que no tiene sentido es que personas a las que admiramos por tantas cosas que hicieron y hacen en el ámbito cultural consideren un disentimiento lo que es una manifestación de invitación al asesinato.
¿Por qué creen los firmantes de aquel manifiesto que si se encarcelaba al rapero por sentencia judicial, mañana pueden ser ellos los perseguidos? ¿Qué tienen que ver la cultura que destila Serrat o Almodóvar con quién lamenta que no se le haya puesto un coche bomba a tal o cual persona? No es comprensible que se escriban manifiestos contra los regímenes autoritarios que aterrorizan y asesinan a los disidentes que luchan por la libertad de expresión y, simultáneamente, se defienda a quienes aterrorizan y ensalzan a grupos fascistas animándoles a matar a quienes no mataron.
¿Quién o quiénes serían los autores de los asesinatos que Hasél desea que se perpetren, pero que el cobarde no se atreve? ¿Quiénes serían los sicarios que harían el trabajo que Hasél quiere que se haga
Cuando el rapero canta eso de que “Merece que explote el coche de Patxi López” o que “Merecen mil kilos de amonal quienes manejan los hilos”, ¿está expresando el deseo de que alguien cometa semejante salvajada o está poniendo de manifiesto su villanía y cobardía? Desea que se mate, pero parece que él no se atreve a hacerlo. Y si no se atreve el cobarde rapero, ¿a quien va dirigido el deseo? ¿Quién o quiénes serían los autores de los asesinatos que Hasel desea que se perpetren, pero que el cobarde no se atreve? ¿Quiénes serían los sicarios que harían el trabajo que Hasel quiere que se haga, pero que él no tiene el valor para hacerlo?
“Una democracia plena no permitiría que Hasél entrara en la cárcel sin esperar a que se modifique el código penal”, dijeron algunos respetados columnistas. Les faltó añadir “como pasa, por ejemplo, en tal país”. ¿Dónde? Nunca se dice la referencia a seguir para que quienes no lo sabemos podamos ilustrarnos. Puesto que algunos saben cómo es una democracia plena, seguro que sabrán, también, en qué país deberíamos fijarnos para darles la razón y exigir que España aprenda a cómo llenar el vaso de la democracia española.
Sabemos todos, incluido el Gobierno central y los de las Comunidades Autónomas que es una tontería lo que se pretende y a lo que se nos obliga. Que se sepa, esa ley no ha caído del cielo
No es la democracia la que no está llena. Tal vez, como consecuencia de la pandemia, todos estemos perdiendo algunas neuronas y otros estén perdiendo la vergüenza y tirando a la basura el concepto estricto de lo que es un Estado de Derecho. Veamos, si no, lo que está ocurriendo con la norma legal que obliga al uso de la mascarilla. La ley que aprobó el Congreso de los Diputados el martes pasado establece que “las personas de seis años en adelante quedan obligadas al uso de mascarillas (…) en la vía pública, en espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que se encuentre abierto al público”.
Sabemos todos, incluido el Gobierno central y los de las Comunidades Autónomas que es una tontería lo que se pretende y a lo que se nos obliga. Que se sepa, esa ley no ha venido caída del cielo. Ha sido convalidada en el Congreso de los Diputados, en el Senado y publicada en el Boletín Oficial del Estado por el Ministro del ramo, con el visto bueno del Presidente del Gobierno. La respuesta a la majadería no puede ser la que están dando y ejecutando algunas autoridades de Comunidades Autónomas. Las leyes, cuando han sido elaboradas y aprobadas por los cauces reglamentarios, se publican para su obligado cumplimiento. Quienes han prometido cumplir y hacer cumplir las leyes tienen la obligación de hacerlo sin que quepa resquicio para evadir algunas de ellas por muy excéntricas que puedan parecer.
Cumplir o no cumplir
Y en este caso que comentamos, la excentricidad no necesita explicación. Lo que sí lo necesita son las manifestaciones de quienes desde responsabilidades institucionales han declarado que no cumplirán la ley que regula el uso de las mascarillas. En la situación en la que está Cataluña, solo hace falta que toquemos las palmas para que los independentistas se pongan a bailar. En un país donde algunos grupos catalanes se niegan a cumplir determinadas leyes, otros presidentes autonómicos se permiten la frivolidad de afirmar que en su región no se va a cumplir la ley de las mascarillas porque no les gusta. Si nadie reprende esa actitud, ¿con qué autoridad se va a exigir el cumplimiento de cualquier norma que no le guste a Puigdemont, a Rufián o a Junqueras?
Es obligatorio su cumplimiento y lo que tendrían que hacer esos responsables políticos es exigir a sus diputados y senadores que expliquen en qué musarañas estaban pensando cuando votaron a favor de semejante bodrio. Que se sepa, todavía nadie ha pedido perdón por haber emitido su voto a favor de esa ley que algunos se niegan a cumplir. Debe ser que diputados y senadores quedan tan obnubilados en las sesiones de control, donde gobierno y oposición en lugar de preguntar y responder se tiran misiles y granadas unipersonales, que no salen de su tanqueta para ver qué pasa fuera del campo de batalla.
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