Pablo Iglesias ya es oficialmente tertuliano –si es que alguna vez dejó de serlo- y pontifica desde los micrófonos de la SER y de RAC1, repartiendo carnés de demócratas, etiquetas a los medios –Vozpópuli ha sido honrado con sus insultos, lo contrario nos preocuparía abiertamente- y señalando a los periodistas malos y los buenos. Pablo dejó el Gobierno pero, ahora, intenta su verdadero asalto a los cielos.
El que fuera vicepresidente del Gobierno de Pedro Sánchez, liquidado el 4-M y pasado a cuchillo electoral por Isabel Díaz Ayuso y su antiguo hermano de universidad, Íñigo Errejón –la venganza es un plato que se sirve frío- siempre ha defendido que el verdadero poder no es el de los ministerios sino el de la prensa… al menos, ejercida como él pretende: fuera de la libre competencia.
Pablo Iglesias tiene entre ceja y ceja que quiere ser Ana Rosa. De hecho, en noviembre de 2018 ya lo proclamó sin recato: Ferreras y Ana Rosa “son más poderosos que cualquier ministro”. Lo dijo en su último programa de “Fort Apache”, el que desde 2013 presentaba en Hispan TV, la cadena financiada por Irán, ese régimen tan democrático y respetuoso con los derechos humanos de cualquier minoría.
Rodeado por su cohorte preferida, Iglesias no tuvo empacho en afirmar que es “vox pópuli que Ana Rosa, Herrera, Ferreras y cualquiera de estos directores de grandes programas que ven mucha gente, tienen muchísimo más poder político que cualquier ministro. Muchísimo más. Y esto es así".
Y volvía a amenazar con lo que ya era un mantra para el entonces político y hoy tertuliano oficial: si no puedes vencer a tus enemigos mediáticos, prohíbelos. “Los grandes generadores de opinión compiten entre ellos e incluso se odian, pero es una competición entre agentes privados. ¿Hasta qué punto es lo más normal o lo más deseable en una sociedad democrática?".
Cuatro años antes, el 16 de noviembre de 2014, Iglesias concedía una entrevista esclarecedora de sus intenciones a Ana Pastor en El Objetivo de La Sexta. Repitió entonces que “lo que ataca a la libertad de expresión es que existan medios de comunicación privados”. Ante el asombro de Pastor, que tildó de “tremenda” y “durísima” su acusación, el líder morado insistió en que, en el fondo, nos quería hacer un favor: “Controlar los medios, no, proteger la libertad de los periodistas”. “Me da miedo también esa frase”, zanjó la entrevistadora.
A lo largo de 58 páginas, nueve departamentos de Podemos diseñaron la aparición de Iglesias ante las cámaras: le midieron hasta el ratio de pestañeo y le instruyeron en la coleta que debía llevar y el color de la goma...
Siete años después de esas afirmaciones, Iglesias se ha convertido en el altavoz de la oposición de Podemos a su propio Gobierno. Echenique vuelve a tuitear sin freno e Iglesias va ahora de tertulia en tertulia denunciando lo que sus propios compañeros –y su pareja- en la coalición son incapaces de hacer con la luz, el salario mínimo, la ley de alquileres…
A Iglesias se le quedó corta La Tuerka y ha pasado a la SER y a RAC1, pero que nadie dude que su proyecto es un programa de TV, que es la que tiene las audiencias millonarias y se mete en los salones de las casas desde Vallecas a Galapagar.
Iglesias, desde que dejó la política, ha venido anunciando sus intenciones: seguir “interviniendo en la historia”. Y para ello se apoya en dos patas: la mediática, con su presencia en las tertulias, y el partido, donde dejó la sucesión atada y bien atada. La ha diseñado con sus colaboradores más cercanos y al mando han quedado sus más fieles colaboradores y la candidata a las próximas elecciones generales la ha dejado designada.
En la pata mediática, Iglesias anunciaba tras abandonar la política sus intenciones: “Lo más importante para establecer y determinar lo que piensa la gente (más aún que la educación, la familia o la Iglesia) que es la televisión, independientemente de que se transmita por satélite, por TDT o por internet".
Iglesias y la goma de la coleta
Podemos e Iglesias saben, desde el comienzo de la andadura de ambos, de la necesidad de dominar los medios y su presencia en ellos. Hasta el punto de que documentos internos de la formación mostraban la importancia de la imagen del ‘líder’ ante las cámaras. Por ejemplo, en el ‘cara a cara’ con Albert Rivera de ‘Salvados’ de octubre de 2015, nueve departamentos de Podemos elaboraron unos días antes un dossier para que Iglesias triunfara con Jordi Évole de testigo.
A lo largo de 58 páginas, los distintos departamentos de Podemos diseñaron la aparición de Iglesias ante las cámaras: le exhortaban a aparecer con camisa de color "claro, luminoso (los oscuros potencian los efectos negativos del ceño fruncido o la agresividad tonal)”; sobre la coleta, su emblema, “tiene dos tipos de coleta, con raya y sin raya. Se recomienda usar raya al medio que ofrece un mejor aspecto y evita la impresión de 'casco de pelo'”.
El documento incluso instaba a Iglesias hasta a limitar sus pestañeos ante las cámaras: “PI tiene un ratio de pestañeo muy elevado en cámara (suele superar los 45 pestañeos por minuto y, en ocasiones, llega a los 75)”; “Pestañear mucho transmite nerviosismo/inseguridad o bien que se está mintiendo. Se recomienda cuidar este aspecto. Es muy posible que sea un problema de sequedad, así que la aplicación de lágrimas artificiales lo resolvería”.
Incluso, recomendaban a Iglesias hasta “el color de la goma del pelo” con la que recogía la coleta “dado que probablemente haya planos por encima del hombro”. “Preferiblemente, del color del pelo o, si no es posible, negra”. Iglesias, en aquel programa, hizo caso a todo. Ahora solo le hace falta una televisión donde seguir mostrando todo lo aprendido.
‘La Tuerka’ se le queda pequeña. Ferreras y La Sexta es ya casi un ‘fascista’, en este afán del exvicepresidente por repartir carnés de demócratas y por llamar “fascista” a todo aquél que no comulgue con sus ideas. Pero Pablo quiere ser Ana Rosa y siempre le quedará Jaume Roures, el mismo que en su día le abrió Público para que emitiera La Tuerka y le franqueó algunos platós de La Sexta igual que le gestionó una cena ‘secreta’ con Junqueras en Barcelona en pleno tsunami del 1-O.
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