Ha caído el Iglesias presidenciable, si es que alguna vez lo fue. La moción de censura nos ha permitido contemplar la autodestrucción más estrepitosa de la vida política española desde 1977. Ni siquiera Hernández Mancha, en aquella absurda actuación improvisada contra Felipe González, mostró tantas carencias indeseables para candidato a presidente una democracia medio normal. En la actuación del caudillo de Podemos ha quedado al descubierto lo que muchos decíamos desde hace tiempo: la vacuidad de un producto televisivo y autoritario, fundado en la excitación de las emociones más bajas, con una dosis nauseabunda de demagogia.
El fracaso ha sido tan clamoroso que el resto ha salido fortalecido. Rajoy, porque le ha permitido figurar como una opción sensata frente a la perorata vocinglera y gesticulante, el chiste sórdido y el eslogan mediocre. Iglesias y Montero le han brindado gratis este triunfo. Albert Rivera dio la impresión de ser un político fiable, votable, incluso maduro, que tiene todavía mucho que aportar. Incluso Ábalos, con ese estilo poscomunista –para bien y para mal, ojo-, salió airoso: ahora el PSOE parece una opción más centrada, hasta europea.
El ejercicio de Iglesias ha servido justo para lo contrario de lo que pretendía; es decir, para asentar al gobierno, a los partidos contrarios, y fortalecer la situación política
El ejercicio de Iglesias ha servido justo para lo contrario de lo que pretendía; es decir, para asentar al gobierno, a los partidos contrarios, y fortalecer la situación política. El augur del caos se convirtió en el mismo caos. Tras las dos horas de gritos de Irene Montero, Iglesias hizo un discurso tan aburrido como vacío. El intento de convertir la moción de censura en una causa general contra el PP, en un aquelarre, le dejó en evidencia: no sabe Historia, ni Derecho Político, ni Economía. Es impresentable que un político presuntamente presidenciable, con estudios superiores, tenga esas carencias y, lo que es peor, presuma de lo contrario.
Iglesias ha convertido la política en espetar eslóganes fáciles, retumbantes en los medios amigos, en puestas en escena con camisetas y autobuses, incluso videojuegos. Todo ello cruzado de insultos, gritos y aspavientos. Las risas coreografiadas y los aplausos coreanos de los diputados podemitas a los vituperios de su caudillo lo dicen todo. Mientras Albert Rivera cumplía en puridad su función en una moción de censura, que consiste en examinar al candidato, éste, mostrando la realidad de su personalidad y proyecto, realizaba un ataque personal. Esta táctica tan propia de los totalitarios del siglo XX desveló lo que es Podemos: la canalización populista de la peor versión de la izquierda.
La autodestrucción de Iglesias no paró ahí. El complejo de superioridad moral que ha acompañado a las izquierdas desde Fernando Garrido y Francisco Pi y Margall, pasando por Pablo Iglesias Posse, González y Zapatero, incluso Julio Anguita, ha cobrado todo su esplendor en Podemos, y especialmente en su líder. La soberbia con la que se ha dirigido al resto de partidos nacionales y regionales, no destila cultura ni inteligencia, sino todo lo contrario. No ha comprendido el fundamento de lo político, pero tampoco el sentido de la política. Y si no sabe qué significa esto, no sirve.
En la moción de censura no hubo un programa de gobierno, como indicaron todos los portavoces de los grupos parlamentarios, sino una retahíla de vejaciones que parecen guionizadas para televisión
La actuación de Iglesias ha mostrado que canalizar la desafección con una política sentimental y un odio calculado, teatralizar y bastardear el sufrimiento de la gente por la crisis, da rendimiento en las urnas, logra cargos y presupuestos, pero es indigno. Porque en la moción de censura no hubo un programa de gobierno, como indicaron todos los portavoces de los grupos parlamentarios, sino una retahíla de vejaciones que parecen guionizadas para televisión.
No hubo proyecto económico detallado, salvo subir y subir los impuestos. Ni habló Iglesias de cómo paliar el desempleo, o fomentar el crecimiento. Se limitó a leer lo que parecía un índice de un programa electoral. No explicó qué entiende por “nación” ni por “plurinacionalidad”, sino que se escapó citando a Jellinek, quien defendió que la soberanía era del Estado, no de la nación. Además de esta enorme contradicción para el que dice defender la soberanía del pueblo, no dijo cómo pretende articularlo de forma legal. Las grandes palabras quedan bien ante periodistas masajistas y la rendida militancia, pero luego hay que concretar, y aquí, como en el resto, falló clamorosamente.
Una moción de censura constructiva consiste –da ya hasta reparo repetirlo- en presentar un programa de gobierno alternativo, inclusivo, respetable, abierto a las grandes opciones políticas, y motivado por la urgencia. Pero presentó una crítica zafia y destructiva que solo ha contado con el apoyo de Bildu, el brazo político del terrorismo etarra, y de ERC, que quiere robarnos la libertad política con tal de cumplir su joseantoniana unidad de destino en lo universal.
Ni programa, ni liderazgo. En otros países el populismo triunfa porque tiene un líder carismático, con tirón, transformador, atractivo, positivo, ilusionante, con personalidad constructiva. Con Iglesias, el populismo socialista español jamás triunfará. Esa es la suerte de nuestro país, inmerso peligrosamente en el infantilismo político y la democracia sentimental. Ya dice el CIS que el caudillo de Podemos es el político más repudiado por los españoles, lo que ya es decir.
No solo es su personalidad, sino que su estilo retrae a cualquiera que crea en la democracia como una forma de resolución de conflictos
No solo es su personalidad, sino que su estilo retrae a cualquiera que crea en la democracia como una forma de resolución de conflictos. El líder podemita defiende que la democracia es el reparto de la riqueza –robar a todos para luego repartirlo siguiendo un criterio ideológico- y su gobierno exclusivo y sin oposición, en un Estado Nuevo para un Hombre Nuevo y una Sociedad Nueva.
Pero espantados los unicornios totalitarios, lo que queda es una democracia prostituida para crear problemas y ahondar el caos. Por eso, los podemitas repiten que estamos en “emergencia democrática”, porque necesitan que haya una sensación de haber llegado a la culminación del desastre y que ellos son los únicos posibles salvadores. Ya sufrimos cuarenta años a un mesías, no nos hace falta otro.
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