Opinión

Pablo Iglesias se equivoca

La Corona, el Congreso, el Senado son los depositarios del orden constitucional vigente; más aún, son ese orden a secas que, peor o mejor, evita que impere la ley de la jungla. Deslegitimarlos implica mucho más que no aceptar a un presidente, significa que cualquiera puede arrogarse el derecho a gobernar.

La Triple Alianza, con este rumboso nombre de connotaciones históricas, Pablo Iglesias colocaba a tres partidos distintos, PP, PSOE y Ciudadanos, bajo un mismo paraguas, trasladando al público la idea de que, una vez se produzca la investidura de Rajoy, habrá un nuevo mapa político, en el que a un lado estará Podemos, adalid de la libertad y la sociedad civil, y al otro todos los demás. Que con Podemos estarán los demócratas, los defensores del pueblo, de la gente; mientras que con el resto estarán los inmovilistas, los servidores del establishment, los que, en definitiva, usurpan el poder para rendirlo a esos “poderes fácticos” que no se someten a elección alguna. El número de votantes que sume tan maléfica Triple Alianza es lo de menos.

A continuación, añadía con calculada solemnidad que estamos en un momento histórico, tan histórico y terrible que los socialistas van a votar a favor de la investidura de un presidente de derechas. Una afrenta que ningún buen progresista podrá perdonar mientras viva. Y aunque es evidente que en el PSOE no van a a apoyar a Rajoy por devoción sino por necesidad, Iglesias quiere agrandar la herida, convencer al público que tan dolorosa claudicación nada tiene que ver con poner fin a la parálisis política que padecemos desde el 26 de junio 2015. Tampoco que la economía y la sociedad españolas, desgraciadamente, tan dependientes del BOE, necesitan con urgencia unos nuevos presupuestos acordes, por qué no decirlo, a los compromisos adquiridos con Bruselas. Porque hasta la fecha, lo cierto es que austeridad poca. Así nos luce el pelo.

Iglesias olvida que no hablamos ya de retos a medio o largo plazo, sino de verdaderas bombas de relojería

También omite astutamente Iglesias que no sólo se trata de cumplir con los objetivos de déficit sino de afrontar otros graves problemas, como es el inminente colapso del sistema de Seguridad Social, donde los españoles nos jugamos, entre otras fruslerías, las jubilaciones. Retos que no se podrán afrontar si carecemos de un gobierno en plenas funciones. En definitiva, no se trata de desafíos a medio o largo plazo que dejan margen a la especulación del político, sino de verdaderas bombas de relojería con la mecha muy corta.

Sin embargo, el líder de Podemos, que en su día tuvo en su mano impedir un gobierno del PP y no quiso, parece ahora dispuesto a alcanzar el poder a cualquier precio, caiga quien caiga. Sin decir esta boca es mía, agita la teoría de la conspiración, ese presunto golpe de mano cuyo principal hito sería la forzosa dimisión de Pedro Sánchez, propagando la especie de que PP, PSOE y Ciudadanos no actúan movidos por la necesidad extrema, sino que su inconfesable objetivo es dar satisfacción a los “poderes fácticos”. Así, emboscándose en la legalidad (“los diputados no tienen restringidos sus derechos civiles. Pueden participar en manifestaciones”), Iglesias no sólo ha apuntado que, si le place, acudirá a saludar alegremente a los que rodeen el Congreso, porque tomar la calle es -dice- “hacer política”, sino que tácitamente se suma a quienes afirman que la investidura de Rajoy traerá consigo "un gobierno ilegítimo de un Régimen ilegítimo".

El líder de Podemos, que pudo impedir un gobierno del PP, parece ahora dispuesto a alcanzar el poder a cualquier precio

Este es, en resumen, el cuadro que Pablo Iglesias nos pintó este martes a la salida de su entrevista con Felipe VI. La Triple alianza contra Podemos, los tenebrosos españolistas frente a los sensibles plurinacionalistas, los tiranos contra los demócratas, las oscuras y corruptas fuerzas de un régimen ilegítimo frente a los bondadosos libertadores. Allá Pablo Iglesias con su forma de hacer proselitismo y entender la política. En lo que a este diario respecta, siempre hemos defendido, y seguiremos defendiendo, la necesidad de reformar el modelo político español en profundidad. Es nuestra convicción de que, para garantizar la estabilidad y la prosperidad de todos los españoles durante al menos otros 40 años, urge subsanar las deficiencias de nuestra democracia, porque entendemos que son precisamente esas deficiencias, la ausencia de salvaguardias, controles y contrapesos, lo que anima a los oportunistas, a los políticos sin escrúpulos, a los corruptos, a los populistas. Sin embargo, nunca apoyaremos a quienes pretendan cambiar las reglas del juego desde la confrontación, tomando la calle o animando a que otros la tomen por ellos, partiendo España en dos, subvirtiendo el orden establecido.

Nos gusten o no, funcionen mejor o peor, debemos respetar las instituciones que tenemos

Nos gusten o no, funcionen mejor o peor, debemos respetar las instituciones que tenemos. Y no sólo formalmente, acatando la ley aun a regañadientes, sino también informalmente, no vituperándolas. Porque hoy por hoy no tenemos otras. La Corona, el Congreso y el Senado son los depositarios del orden constitucional vigente; más aún, son ese orden a secas que, peor o mejor, evita que impere la ley de la jungla. Deslegitimarlos implica mucho más que no aceptar a un presidente, significa que cualquiera puede arrogarse el derecho a gobernar, y que, por ejemplo, bastará con tomar la calle para hacerlo. Y la democracia, que sepamos, tampoco es eso.

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