El nacionalismo catalán tocó a rebato cuando vio que se le venía encima la zancada lenta pero casi siempre ineludible de la Justicia. Desde ese momento, y en paralelo a la estrategia de la secesión, la exigencia de un poder judicial propio ha formado parte de la agenda prioritaria del independentismo. Nunca se ha tratado solo de una aspiración política, sino también, y principalmente, de una urgencia inmunitaria. De haberse salido con la suya, ningún juez habría sentado nunca en el banquillo a los acusados por el caso 3%, madre de todas las independencias. A Pablo Iglesias le pasa algo parecido. Con la Justicia, a la que considera un reducto del franquismo, y con los medios de comunicación; tres cuartos de lo mismo. Le gustaría tenerlos a todos bajo su manto protector. A los jueces, y sobre todo a los medios. O, como mal menor, estar en disposición de echar el cerrojazo a los más críticos. El nacionalismo catalán compró medios públicos y privados con el dinero de nuestros impuestos; Iglesias es más partidario del “¡exprópiese!” chavista. Pero como sabe que tal cosa solo es posible en las autocracias, y a eso aún no hemos llegado, ha decidido convertirlos, en ausencia de un discurso político estructurado y convincente, en el principal enemigo a abatir, en la pista de aterrizaje de su regreso a la refriega.
Iglesias cree que Yolanda Díaz es poco más que una burbuja mediática que camufla con macramé su mediocre gestión y el discutible impacto de sus medidas estrella
Ya en las elecciones del 2019 aquello de la cloaca mediática le vino al pelo para cubrirse las inanidades, salvar los muebles en las urnas y hacerse un sitio en el Gobierno, que no fue poca cosa. Ahora vuelve a sacudir el avispero mediático para sacar del letargo a una organización descompuesta, aunque quizá fuera más exacto achacar su decadencia a un trastorno de identidad disociativo. Iglesias cambió moqueta por micrófono después de dejar atada y bien atada la sucesión, como buen padrecito entregado a la causa de la democracia interna. O eso creía él. Porque lo que los hechos posteriores nos han ido revelando es que él era el único que lo creía (lo del atado y bien atado). La herencia que dejó este “autoritario instintivo” (Ian Kershaw sobre el general De Gaulle) fue un partido despedazado que vio cómo el comandante le imponía como jefa al enemigo.
Y es que Iglesias parece haber caído finalmente en la cuenta de que Yolanda Díaz nunca aceptó ejercer el poder por delegación; que para ella, Podemos es solo un instrumento necesario, y no un aliado privilegiado. Pero lo que más molesta al generalito no es que la vicepresidenta tenga criterio propio, sino haberse equivocado de yegua. No es solo cuestión de discrepancia política; es arrogancia herida. Y por ahí sí que no pasa. El mensaje de Iglesias en la ‘Uni de Otoño’ (elegir aquí emoticono) fue cristalino: o te sometes o te someto. A ella y a la “progresía mediática” que la sostiene (Iglesias dixit). Los medios de nuevo. No se trata de una obsesión, es inquietante estrategia, aunque en este caso además sea previsible. Porque Iglesias sabe que Díaz es poco más que una burbuja mediática que camufla con macramé su mediocre gestión y el discutible impacto en el interés general de sus medidas estrella (incremento del Salario Mínimo Interprofesional y trueque de los contratos a tiempo parcial por fijos discontinuos). Y sabe también que ese, el de los medios, es el primer globo que hay que pinchar para acabar con el adversario.
Aparecen en el PSOE voces que anuncian un oportuno giro a no mucho tardar. El problema es que cuando Sánchez quiera soltar amarras quizá ya sea demasiado tarde
Pablo Iglesias no ha vuelto, porque nunca se ha ido. Otra cosa es que cambie de traje o de estilista en función de las circunstancias. Pero lo que pone de manifiesto su estridente rentrée es que asume el error y la responsabilidad de enmendarlo; que hay prisa, porque Podemos no se la juega en las elecciones generales, sino en las autonómicas y municipales de mayo; y que, salvo que Yolanda Díaz se hiciera un López Garrido antes de tiempo, o que mediara una improbable rectificación de la vicepresidenta, no hay sitio para dos a la izquierda del PSOE. Lo que evidencia esta pelea de gallos es un doble fracaso: el de un partido cuya única salida pasa por la vuelta de un líder que huyó y mordió el polvo en las urnas (Madrid), y el de una lideresa cuya inconsistencia y vacilación han convertido a Iglesias, a ojos de muchos seguidores de Podemos, en la única solución aceptable.
Dicen que en Moncloa hay preocupación. Dicen que así la izquierda nunca sumará. Ya. Ahora se ven con más claridad las consecuencias de la errónea apuesta de Pedro Sánchez. Y aparecen voces que anuncian un oportuno giro a no mucho tardar. El problema es que cuando Sánchez quiera soltar amarras quizá ya sea demasiado tarde.
La postdata / Tiempos ñoños*
“Nuestros tiempos se han hecho ñoños, melindrosos, en verdad mojigatos. Nadie quiere ver nada de lo que hay que ver, ni se atreve a mirar, todavía menos a lanzar o arriesgar una apuesta, a precaverse, a prever, a juzgar, no digamos a prejuzgar, que es ofensa capital, oh, es de lesa humanidad, atenta contra la dignidad: del prejuzgado, del prejuzgador, de quién no. Nadie osa ya decirse o reconocerse que ve lo que ve, lo que a menudo está ahí, quizá callado o quizá muy lacónico, pero manifiesto. Nadie quiere saber; y a saber de antemano, bueno, a eso se le tiene horror, horror biográfico y horror moral. Se requieren para todo demostraciones y pruebas; el beneficio de la duda, lo que así se ha llamado, lo ha invadido todo, sin dejarse una sola esfera por colonizar, y ha acabado por paralizarnos, por hacernos formalmente ecuánimes y escrupulosos e ingenuos, y en la práctica idiotas, completos necios”.
*Peter Wheeler, personaje de “Tu rostro mañana; Fiebre y lanza”. Javier Marías.
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