Opinión

Pactar presupuestos en la cárcel no mola

O eso es lo que opina el núcleo duro de Puigdemont, que teme verse relegado definitivamente. En el PDeCAT saltan chispas entre los partidarios de modular el discurso y los

O eso es lo que opina el núcleo duro de Puigdemont, que teme verse relegado definitivamente. En el PDeCAT saltan chispas entre los partidarios de modular el discurso y los hiperventilados puigdemontianos. Hay bronca, y de las gordas.

"La independencia precisa de muertos"

Eso es lo que opina el ideólogo de cabecera de Puigdemont y dirigente de la Crida, el profesor Agustí Colomines. El exdirector de la Escuela de Administración Pública de la Generalitat, al que la aplicación del 155 fulminó de su cargo, es autor, además de la frase de marras, de conceptos como el manoseado “derecho a decidir”. No es de extrañar que con su vehemencia apocalíptica haya dicho “En todas las independencias del mundo ha habido muertos. Si decides que no quieres que eso suceda, tardas más”.

No es una anécdota. El ambiente está crispado en las filas del núcleo duro del separatismo neoconvergente, máxime cuando Sánchez e Iglesias parecen haber optado por la carta moderada de Oriol Junqueras en lugar de hacerlo por Torra y Puigdemont. En Waterloo ha sentado como un jarro de agua fría que el dirigente de Podemos haya anunciado su intención de visitar al ex vicepresidente de la Generalitat para hablar de los presupuestos, que precisan de los votos de ERC y del PDeCAT para ser aprobados.

Oriol Junqueras

El gobierno socialista y su aliado podemita saben que en la aprobación de las cuentas generales radica no poca parte de su futuro electoral. Y saben también que no podrán sacarlos adelante sin la aquiescencia del separatismo catalán. Ante la disyuntiva de jugar la carta de un Torra que encabeza esa revuelta de pacotilla o apostar por un Junqueras que quiere ser el que pilote, aunque sea desde la cárcel, la transición en Cataluña de la república de seis segundos a una vuelta a la normalidad, no han dudado. Las entrevistas entre Elsa Artadi y las ministras Calvo y Batet les han permitido constatar que Esquerra está por el diálogo, al igual que lo está buena parte del PDeCAT, hartos de tanta aventura e improvisación.

No en menor grado pesa la opinión del actual vicepresidente Pere Aragonés, que sabe que en esos presupuestos se destina una partida de dos mil quinientos millones para Cataluña, una cifra que vendría como agua de mayo a las arruinadas finanzas autonómicas. Con todo ese background, no parece aventurado suponer que la radicalidad, una vez pasados los fastos reivindicativos del once de septiembre, el uno de octubre y el que queda todavía de la pseudo proclamación separatista, las cosas se encaucen a través de una Esquerra que desea ocupar el espacio negociador que tuvo durante décadas la Convergencia de Pujol.

Pere Aragonès

Lógicamente, esto ha producido una enorme fricción en el seno del separatismo, ya bastante fracturado desde la famosa sesión del Parlament aplazada una y otra vez, en la que Puigdemont y los suyos se quedaron con un magnífico y espléndido trasero al aire, al negarse Roger Torrent a cometer ilegalidad alguna, contando para ello con el concurso de los votos del PSC.

Acostumbrados a salirse siempre con la suya, los del fugado de Waterloo están empezando a sopesar muy seriamente provocar un escenario de confrontación en el que hacer quedar a Esquerra como un partido botifler para forzar una convocatoria de elecciones catalanas.

Es una potestad de Torra que, como presidente, podría hacerlo cuando le pareciese más oportuno. La próxima cita es, según nos informan fuentes solventes del ámbito separatista, la constitución de la Crida, el nuevo movimiento separatista auspiciado por el fugado y los más radicales, que intentaría engullir al PDeCAT y a Esquerra. Pero los números no salen. De entrada, porque el partido de Junqueras no está en esa idea y, después, porque tampoco está nada claro que el PDeCAT vaya a pasarse en bloque a ese movimiento vago y difuso, como todo lo que envuelve al ex presidente.

La Real Politik se impone

Ese es el último escalón al que debe enfrentarse cualquier responsable político: la alternativa entre hacer lo que se quiere o hacer lo que se puede. A ese lugar ha llegado el separatismo, como reconocía el mismo Torra en una conferencia que ha dictado en la Universidad de Ginebra. Sin una mediación internacional, decía, ni el reconocimiento que daban por hecho, al separatismo le quedan pocas bazas que jugar. Aunque en el contenido de su discurso aparecían los mantras de siempre acerca de que España, y en especial su justicia, se está vengando de los líderes separatistas, la cosa era evidente: no hay salida en ese callejón en el que nos han metido.

Que el conseller de interior, en paralelo a Torra, haya dicho en sede parlamentaria, que los CDR son “grupos radicales”, contradiciendo a su propio presidente que los jaleaba hace solo cuatro días calificándolos amablemente como “activistas sociales”, es un buen ejemplo de la disparidad de mensajes que emanan, ya no desde las filas políticas del separatismo, sino del mismo Govern. El cruce de declaraciones abiertamente antagónicas es cosa de cada día en esta Cataluña bipolar en la que unos pocos se arrogan la representatividad de todos.

El presidente de la Generalitat, Quim Torra.

Tampoco es casual que Torra, aprovechando su estancia en Ginebra, se haya entrevistado en secreto con la dirigente de Esquerra Marta Rovira, que huyó a Suiza para eludir la acción de la justicia española. Según nos informan, Torra habría solicitado la ayuda de la dirigente republicana para intentar que Junqueras y su partido volviesen a la unidad de acción. Las mismas fuentes aseguran que Rovira le ha dado calabazas al president, aludiendo su situación personal y su incapacidad para influir en las opiniones de un Junqueras que, le ha recordado, tiene limitada su capacidad de acción “Al estar en la cárcel, como bien sabes, president”. Un soplamocos soberano a quien defiende a Puigdemont a capa y espada, estando éste libre y campando a sus anchas por toda Europa.

No parece que las viejas heridas entre la ex Convergencia y Esquerra se hayan restañado, al contrario, están más abiertas y sangrantes que nunca. Junqueras no se cansa de hacer llegar a los suyos mensajes de moderación, de calma y de pacto con el Gobierno central. Tampoco se muerde la lengua al opinar acerca de Puigdemont, al que no puede ver ni en pintura. Cabe decir que lo mismo le pasa al de Waterloo con el dirigente de Esquerra, para qué vamos a engañarnos.

La presión sobre Esquerra es, pues, tremenda. Desde los Comuns, que les piden que se atrevan a aprobar los presupuestos, como les dijo la presidenta de Catalunya en Comú-Podem, Jèssica Albiach, a las constantes invitaciones realizadas desde el PSOE, para Junqueras ha llegado el momento de la verdad. Ha de optar entre seguir la senda de Puigdemont y el separatismo convergente, supremacista y francamente de ultra derecha, o intentar lavar sus yerros pactando con Sánchez, ayudando así a pasar página.

Decían los separatistas que este iba a ser un otoño caliente, pero lo que no imaginaban es que iba a serlo para ellos. Caliente, sí, pero también apasionante, porque de lo que suceda en las próximas semanas depende en buena manera el devenir de la política en España y en Cataluña los próximos años.

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