Ya era hora.
Después de varios meses tonteando con la indefinición y de varias semanas prometiendo que no iban a hacer lo que tenían que hacer, por fin se ha consumado la (enésima) foto de la vergüenza, el pacto entre la derecha y la extrema derecha. Si hacemos caso a la prensa centrada, racionalista y científica, las consecuencias de estos pactos son evidentes: se ha abierto el portal por el que pasarán las fuerzas de la oscuridad, cuyo objetivo declarado es gobernarnos y atarnos en las tinieblas del franquismo y la Edad Media.
Es normal que ante este panorama apocalíptico vuelvan las flagelaciones y la histeria. A pesar de la supuesta "ola reaccionaria" con la que amenazaron los medios y la izquierda, España es un país progresista; al menos si hacemos caso a la izquierda y a los medios. Tal vez lo que pasa es justamente eso, que en España nos hemos acostumbrado a hacer caso a los medios y a la izquierda, y por eso aceptamos que lo somos. La "ola reaccionaria" no sólo debe ser real, además debe ser antinatural, temporal y antiespañola. En realidad el voto a la derecha es en sí mismo un voto extraño y antidemocrático, porque los españoles -y la democracia, y la verdad- son lo que decida el PSOE, y los socialistas decidieron hace tiempo que quien vota a la derecha representa lo peor que puede llegar a ser un español: un negacionista.
¿De qué? De lo que toque. Negacionista del progreso. De la ciencia. De los derechos. De la libertad de la mujer para hacer lo que quiera con una vida humana en desarrollo. Del patriarcado y la autodeterminación de género. De los beneficios pedagógicos de no enseñar nada. De los indultos a discreción. Del compromiso democrático de los asesinos.
Debajo de cualquiera de estos conceptos politizados -fascista, negacionista, ultra- no hay más que una parodia esperando a ser descubierta
El negacionismo ha sido sin duda el concepto estrella de esta legislatura, pero al igual que los replicantes de Blade Runner se ha consumido demasiado pronto. "El PP ofrece la alcaldía de Don Benito a los negacionistas de la fusión con Villanueva a cambio de otro referéndum", titulaban la semana pasada en eldiario.es. Debajo de cualquiera de estos conceptos politizados -fascista, negacionista, ultra- no hay más que una parodia esperando a ser descubierta.
Desde un chiringuito en Torremolinos, Àngels Barceló volvía a ofrecer en la Ser la mejor colección de aspavientos apocalípticos tras los pactos en Valencia. El PP, que los días impares es ultraderecha, acababa de claudicar ante la ultraderecha. Feijóo no puede ponerse de perfil, insistía, porque pactar con Vox "no tiene comparación con nada ni con nadie". Ningún otro partido vulnera "tan flagrantemente muchos de los principios democráticos". Para terminar el sermón, Barceló tiró de escolástica. "El nombre que se le pone a las cosas es fundamental. Cuando las cosas se empiezan a llamar por su nombre, se piensa en políticas que les correspondan. Y el pacto del PP con la ultraderecha borra de un plumazo algunas de esas cosas que hemos tardado años en identificar y en empezar a luchar contra ellas".
La derecha española se ha acostumbrado a que sean los otros quienes configuren lo que pueden ser, decir y hacer. Se ha constituido mediante el relato ajeno
Una de las principales exigencias del progreso es precisamente no llamar a las cosas por su nombre, y sustituir la correspondencia entre palabra y hecho por la correspondencia entre palabra y deseo. La reacción habitual consiste en ponerse a la defensiva, pero tal vez habría que empezar a llamar a las cosas por el nombre que El País, la Ser y La Sexta otorgan a esas cosas. ¿Vox es extrema derecha y el PP es derecha extrema? Pues vale. ¿Los gobiernos de Vox y el PP van a reinstaurar el franquismo y a derogar todos los derechos sociales y políticos de los españoles? Venga. Lápiz y papel para registrar todas esas alertas. Y luego a ver qué pasa. Porque si resulta que pasados unos meses los españoles seguimos teniendo derechos, el franquismo sigue desaparecido y la derecha sigue sin salir a lanzar piedras a sus rivales políticos, ¿entonces qué, Quequé?
Si Barceló tuviera razón, la semana que viene alguien en el PP haría una encendida defensa del negacionismo. Saldrían a rechazar todos esos consensos extremistas, falsos y dañinos que la izquierda ha ido incorporando a la normalidad democrática. Pero no pasará, porque la derecha española se ha acostumbrado a que sean los otros quienes configuren lo que pueden ser, decir y hacer. Se ha constituido mediante el relato ajeno. Se han buscado explicaciones a la consolidación de Vox en los lugares más recónditos. Trump, Bolsonaro, la incultura y la sed de sangre, la falta de librerías. Era mucho más sencillo. Vox aparece en el momento en que el PP intenta convertirse -salvo en lo económico- en un partido de izquierdas. Tienen razón quienes mencionan la vergüenza para referirse a los pactos entre las dos derechas, salvo por un detalle: no es que produzcan vergüenza, sino que nacen de ella.
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