Opinión

Sin pactos habrá debacle

La propuesta de Rivera de cara a un pacto entre populares y naranjas ha dejado al desnudo la auténtica realidad: en España se ha perdido la cultura del acuerdo. En

La propuesta de Rivera de cara a un pacto entre populares y naranjas ha dejado al desnudo la auténtica realidad: en España se ha perdido la cultura del acuerdo. En Cataluña pasa lo mismo.

Hace tiempo que se busca una alianza para forzar a Torra a que se someta a la confianza de la Cámara catalana. El objetivo, obviamente, es que se convoquen unas elecciones autonómicas en las que romper la etapa narcotizante del separatismo. La batuta de esta operación la empuña un PSC que, siendo suaves, es bastante indulgente con los de la estelada. Aún y así, populares y Ciudadanos, amén de los podemitas, estarían sopesando seriamente unir fuerzas con los de Iceta y plantar cara a la terrible parálisis que padece la vida política catalana por culpa de las diferencias insalvables entre neo convergentes y republicanos.

Las tremendas dificultades para llegar a un acuerdo positivo, que podría incluso contar con la aquiescencia de algunos diputados del PDeCAT, hartos del aventurismo amateur de Torra y de los ukases emanados desde Waterloo, son, sin embargo, colosales. Y es que, en este país, y me refiero a España en su conjunto, los políticos han perdido muchos hábitos saludables, entre ellos el sentarse alrededor de una mesa y llegar a pactos en provecho del conjunto de la sociedad. Nunca como ahora han pesado tanto los intereses de partido, nunca como ahora han existido tantas mediocridades instaladas en el sillón de mando, nunca como ahora se ha hecho política con la calculadora electoral en la mano.

Pero, sin embargo, esa es la única puerta abierta que nos queda a quienes abominamos por igual del histerismo separatista que de la mamarrachada podemita, del exabrupto fascista o de la agresión callejera. Solamente uniendo a partidos que tengan como denominador común la Constitución, dejando de lado los inventos egoístas e infantiles, es posible conseguir mayorías holgadas que ahuyenten de nuestra sociedad unos fantasmas que, por desgracia, conocemos bien y tememos más.

De la misma manera que Casado y Rivera – e incluso el PSOE, si no tuviera al frente al rey del Falcon – tienen que entenderse de una u otra manera y saber hacer política más allá del quítate tú que ya voy yo, en Cataluña debe suceder lo mismo por el bien de todos. Es la tesis de Manuel Valls, un gran acuerdo PP, C’s y PSOE y a la que, aun siendo prácticamente irrealizable, creo, se deben dedicar todos los esfuerzos posibles. Hay analistas de sillón, de esos que no saben lo que es pisar un mercado, pagar una nómina, en expresión feliz de Josep Bou, o tener un oficio que especulan con encuestas, mercadotecnia de zoco persa e intuiciones rayanas en Nostradamus. Dicen que el electorado no entendería según que pactos. Yo sostengo que eso que llaman electorado, como si de un coleóptero cualquiera se tratase, y que no es más que la gente, el paisanaje, el personal, es mucho más parecido de lo que piensan. De hecho, sin las diferencias artificiales que intentan inculcarnos esos asesores de la vaguedad, haría tiempo que todos nos habríamos dado cuenta de que, seas de derechas o de izquierdas, si no tienes para pagar la luz, comprar comida o pagar el colegio de tus hijos estás igualmente jodido.

Todos han de saber que, si no tienen altura de miras, el terrible espectro del populismo y la ingobernabilidad acabará por barrernos a todos

Ahí es donde deberían incidir los partidos, elaborando un contrato con la ciudadanía, comprometiéndose, gane quien gane, a llevar a cabo un decálogo de medidas que serán sustentadas por, como se dice comúnmente, los abajo firmantes. Medidas que, además, puedan implementarse en los primeros cien días de gobierno; medidas reales, prácticas, que representen mejoras evidentes en las vidas de la gente. Un pacto que vaya más allá de la retórica y que insufle esperanza.

¿Serán capaces de llegar a ese punto de sabiduría política nuestros representantes? Desearía que sí, porque la Transición es un inmejorable ejemplo de cómo, cuándo queremos, sabemos dejar de lado lo que nos separa y poner en común lo que nos acerca. Digo desearía, porque, viendo lo que se ve, aquí hay más divas que orquesta, más primas donas que cantantes y más aspavientos que política.

Todos han de saber que, si no tienen altura de miras, el terrible espectro del populismo y la ingobernabilidad acabará por barrernos a todos. Y eso, ante la nueva y devastadora crisis que se perfila en el horizonte, acabará por destruir los únicos cuarenta años de democracia que hemos disfrutado en España sin tener guerras civiles por medio.

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