Está esperando uno las noticias y aparece el hombre hecho a sí mismo noticia. Y entonces dudo. Empezamos a comer o escuchamos al general que dice mandar en esta batalla. Habla a trompicones, como si el telepronter en el que lee con el tono propio del muecín marchara a tirones. Mira a la cámara con un gesto de entre miedo y cariño, entre lástima y valentía. Y arrogancia. Se nota demasiado la impostura. Es un fake, un verdadero fake, pero las televisiones compran la mercancía a sabiendas de que cada vez que sale es como si hubieran pescado un pez muerto. Echan cuentas. Es una hora de producción gratis. Eso que se ahorran.
Iván Redondo le ha dicho a Pedro Sánchez que los liderazgos, cuando no se tienen de forma natural, te lo dan las televisiones. Eso explica su insistencia a la hora de comer y de cenar. Eso justifica el dineral que ha dado a las televisiones privadas, esas que ya ganaban millones y millones antes del coronavirus. Si no lo es lo parece. Se llama prevaricación.
La gran pregunta
Como siempre su discurso es ampuloso. Sale de un párrafo arenoso y entra en otro bien confuso. Pura monotonía. Pronto, gemebundo y cansino se torna en provocación, justo cuando lleva cinco minutos hablando. Alguien dice: va a estar hablando una hora y al final no explicará lo único que estamos esperando, ¿por qué España tiene mas de 17.000 muertos por el virus chino y, pongamos un ejemplo bien cercano, Portugal 500? Y Grecia 100. Y Alemania 3.000. Más sencillo aún, ¿por qué mueren en Extremadura muchas más personas que en Alentejo si están tan cerca?
Tiene que haber alguna razón. Por siniestra o extraña que sea ha de haberla. Pero el Gobierno o no la conoce o sabe que si la cuenta el laboratorio marquetiniano que dirige Redondo explota en un segundo. En fin…, antes de apagar la televisión recuerdo un verso de Franz Grillparzer: "Soy alguien que camina vivo detrás de mi propio cadáver".
Habla como un general en la batalla
Puesto que el presidente Sánchez se expresa como si fuera el general jefe en una guerra, aceptemos a regañadientes su lenguaje, pero con una condición: los miles de muertos no están lejos sino muy cerca. Tan cerca como lo vimos en la portada de El Mundo en esa fotografía en las que nos mostraron decenas y decenas de ataúdes. Nunca fueron tan necesarios entre nosotros funerarios y sepultureros.
Si fuera una guerra, que diga por qué aquí mueren más soldados que en otros países. ¿O mueren solos? ¿O es que les tocaba? ¿O es que aquí nos besamos y abrazamos mucho? Vamos por 17.000 muertos y el Gobierno está en fase de intercambio de ideas, si es que hay que hacer caso al ministro Escrivá. ¿A esta alturas estamos de intercambio de ideas? Oigan, piensen un poco lo que dicen, por favor, que hay muchas familias llorando a sus muertos mientras intercambian las ideas. Las que tengan.
Sánchez no tiene ningún reparo en decirnos por la tele que no podemos deponer las armas, que tenemos que seguir combatiendo contra un enemigo que se cobra vidas por millares. Nos lo dice a nosotros, que somos soldados bien mandados, cumplidores y previsibles como niños que aceptan sin rechistar una orden.
No se fían de Sánchez
Pero el general en jefe que es Sánchez tiene una camarilla de oficiales a la que dice consultar. Esos coroneles se juegan el tipo en la batalla de sus territorios. El de Murcia se llama López Miras y le pide transparencia en la forma en que se combate. El de el País Vasco, Urkullu, le echa en cara la desorientación que se vive en el frente. El de Andalucía, Moreno Bonilla, le dice que las órdenes son poco claras. En Madrid, Díaz Ayuso le afea la enorme desinformación que hay en tiempos de guerra con las mascarillas (en algunas las boticas a 4 euros la mala, a 12 la buena) y el de Castilla La Mancha le demanda coordinación. Y Cataluña le advierte de que están a punto de tomar sus propias decisiones. Todo lo que les digo lo he recogido de declaraciones que Sánchez escuchó en la última conferencia de presidentes. La pregunta es, ¿podemos ganar así la guerra de la que habla Pedro Sánchez?
Ante la insultante ausencia de respuestas vayamos a lo que no admite dudas. Aquí mueren más soldados que en ningún sitio. Y el presidente saca pecho por la tele a la hora de la paella dominical, mientras en España sigue la confusión jurídica y sanitaria. Y las mascarillas, si las encuentras, por la nubes en las farmacias pero él habla de un reparto masivo. ¿Dónde las darán?
Y en el desconcierto aparece la ministra de Igualdad que literalmente pide una salida feminista y antifascista del coronavirus. Esto es lo que tenemos. Imposible no sentir vergüenza.
Un poco de contención con el lenguaje nos vendría bien en este momento. Fascismo, comunismo, Segunda Guerra Mundial, Plan Marshall. Hablamos de la última Guerra Mundial pero no recordamos que se llevó por delante a cuarenta millones de personas y quince tuvieron que dejar sus países y hogares. Lo único que podemos aceptar de esta machacona retórica belicista es que la guerra se hace con tácticas y estrategias que ignoramos dónde están.
Sánchez necesita los pactos
Y ahora Pablo Casado tiene que mover ficha. O acepta el pacto o lo rechaza. Puede que se equivoque haga lo que haga. Cualquier cosa menos quedarse parado. Para empezar que Adriana Lastra, a la que desde la COPE llaman la tanqueta de Rivadesella, recoja velas y pida perdón por los insultos que dedica al PP y a los españoles, a los que trata de idiotas. Y si no lo pretende, entonces es que la señora da lo que da. Por eso viene a cuento esa broma que quizá haya recibido estos días por WhatsApp: La OMS advierte que en España volverán a la normalidad solamente aquellos que eran normales anteriormente.
Casado ya debe saber con quién se la está jugando. Si los Pactos que propone Sánchez son para que el Gobierno del insomnio siga adelante, mal. Si es para que Pablo Iglesias sea la brújula del presidente, mal. Si es para que Sánchez se sostenga ante la retirada de sus socios separatistas, mal. Si es para que salgan adelante unos Presupuestos que eviten que el general en jefe explique por qué morimos aquí más que en ningún sitio, mal. Si es para que tenga un relato de su gestión, mal. Si es para que sigan las arrogantes charlas presidenciales, mal. Si es para que la señora Montero siga cobrando un sueldo de ministra que pagamos todos, y todas, mal. Si es para que la de Trabajo enseñe por televisión a los niños, y niñas, lo que es un ERTE, mal. Si es para que los empresarios tengan la culpa de lo que no la tienen, mal. Si es para gobernar metiendo la mano en el BOE a última hora del domingo, mal.
La única salida de Casado es la de no ponerlo fácil. Y tampoco gratis o terminará siendo, sin quererlo, el socio de Sánchez e Iglesias
Sánchez sabe que el pacto es imposible porque sabe también que la única manera de llegar a él es con Pablo Iglesias fuera del Gobierno. Por eso se ofrece “de corazón”. La única salida de Casado es la de no ponerlo fácil. Y tampoco gratis o terminará siendo, sin quererlo, el socio que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias necesitarán el día que hayamos ganado la guerra. Con perdón.
Sólo quieren al PP para el día que haya que enfrentarse a la enorme crisis económica que viene y a la fabulosa destrucción de empleo que vamos a vivir. Si aún así Casado pone su firma en ese hipotético pacto, ese día estará muy lejos, pero mucho, de ser alguna vez presidente del Gobierno de este país. Y, como dicen los memes de Julio Iglesias: Y él lo sabe.
Ignacio Aguado, vicepresidente de la Comunidad de Madrid. Leído en El Mundo: “Muchas familias deben sentir vergüenza ajena de los políticos”. No se me ocurre mejor final. Les deseo la mejor semana. Y tengan cuidado al poner la tele.
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