Cuando Emiliano García-Page (no olviden el guión) se hace un Torra, apesta. Literalmente. Ya lo han escuchado esta semana, incurso a cuatro patas en el pecado de la estupidez: "El 80 por ciento de los contagios nos llega de la bomba reactiva vírica de Madrid", sentenció, con ese tono engolado que pone la gente con la triste costumbre de ser alguien. "La culpa de los muertos de Cataluña es de Madrid, por eso queremos la independencia", había clamado el presidente de la Generalitat a principios de verano. Ideas idénticas, mensajes calcados. Si nos atenemos al orden cronológico, es Page quien imita a Torra. Podía haberse buscado un mejor ejemplo, se dirán sus paisanos, poco identificados con el paroxismo xenófobo del la cofradía del lazo amarillo.
Todo político inepto, todo gestor incompetente, busca un chivo expiatorio al que endilgarle sus culpas. Es un recurso tradicional en el que se ampara habitualmente esa legión de dirigentes populistas y nacionalistas que desbordan nuestra cosa pública. Unos señalan a los ricos y otros a Madrid. Así, Iglesias y señora. Así Torra y Urkullu. Y ahora también, el gran visir de Toledo. Page creció en política a la sombra de Pepe Bono, y junto a él aprendió, como espabilado monaguillo, el lado más canalla del oficio. Tanto el manejo desparejo de los fondos públicos como el consumado arte del insolente agravio.
El amable exabrupto ocurre en un momento muy específico de la hedionda ofensiva 'hay que bombardear Madrid y acabar con Ayuso', ordenada por Moncloa hace ya unas semanas
La 'bomba' de Page, que no solo deshonra a quien la lanza sino que enfanga a cuanto representa, no es fruto de la casualidad. Ni un caso aislado. Ocurre en un momento muy específico de la hedionda ofensiva que, bajo el lema 'hay que bombardear Madrid', ordenara Pedro Sánchez ya hace semanas. Ahora, a la vista del desastre de los contagios generalizados y lo que es peor, ante el escenario de la ruina económica, se relanza desde Moncloa con enfurecido ahínco.
Y ahí aparece Page, el pequeño cacique de una gran región, pretendido referente del 'socialismo del sur', como le llaman en su pueblo (una vez evaporada la faraona Susana) que ha sido incapaz de abrir el hospital más grande de Europa, pese a las desesperadas urgencias de Albacete y Ciudad Real, por ejemplo, y que primero escupió sobre sus maestros, a los que tachó de 'vagos' y ahora se dedica a escupir sobre sus vecinos. Este viernes reculó sobre sus esputos, pero ya era tarde. Meta usted la pasta en el tubo de dientes y eso.
'Pulverizar a Ayuso', esta es la monocorde cantinela que se emite sin descanso desde los megáfonos de la factoría de Iván Redondo. Así, también Óscar Puente, alcalde de Valladolid, el portavoz del PSOE al que tiene amordazado por Ferraz, si será necio, llegó más lejos en esta carrera de la abyección al cuestionar repetidamente 'el equilibrio mental' de su homóloga madrileña.
Siguen aún ocultando y mintiendo sobre el número de fallecidos en España y se detiene, apalancado en la ignominia, en los de Madrid
Fernando Simón, el vocero de la pandemia, había abierto el fuego al subrayar su 'preocupación' por el creciente número de muertes registrados en Madrid. Sigue aún mintiendo sobre el número de fallecidos en España y se detiene, apalancado en la ignominia, en los de Madrid. Nada dijo sobre que el 50 por ciento de los contagios en esta comunidad afectan a inmigrantes, que huyen de los test, de los rastreos o que ingresan tranquilamente en nuestro país a través de un aeropuerto fuera de control.
Hay una moción en el horno. Un Franco, delegado del Gobierno y del PSOE en Madrid -el de la mani feminista del 8-M, verdadera 'bomba vírica'- personaje siniestro, portento de sectarismo, es el encargado de organizar la jugada. Primero, se desaloja a Gabilondo, poco partidario de esta fórmula, y luego se perpetra una variante del 'tamayazo'. Se necesitan tres diputados de Ciudadanos para redondear la operación y darle matarile a Ayuso. Dicen que ya están en el bolsillo. Arrimadas niega, Aguado, calla.
Es una España dramáticamente fragmentada, ruinosa y desesperada. Un escenario desolador propiciado por un presidente del Gobierno que alienta la división, agita la fractura, y jalea la intolerancia
"Saldremos mejores y más fuertes", decían las coplas del presidente con música de Rhodes, el teclista del régimen. Nada más falso. Apagados los aplausos, cerrados los balcones y despojados de cánticos y caretas, emerge el auténtico rostro de los estragos de la pandemia. El rictus del mal. Ignotos personajes se lanzan al ruedo de las injurias. Batallones de politiquillos se enzarzan en insultos infamantes. Tipejos prescindibles se transforman en brontosaurios mononeuronales y acaparan micros y titulares. Espumarajos de rabia todo lo inundan. No son las dos Españas que cantaba el portento. Es una España dramáticamente fragmentada y troceada, ruinosa y desesperada. Un escenario desolador propiciado por un presidente del Gobierno que alienta el frentismo, agita la fractura y jalea la intolerancia. Ni transición ni reconciliación. Sectarismo y ruptura. García-Page (con guión) y su fétida metáfora, no es más que un minúsculo elemento, una pieza anecdótica de nuestra descomunal tragedia.
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