En una sociedad tradicionalmente industrial como era el País Vasco en el siglo XX, llaman poderosamente la atención los recientes datos facilitados por Eustat (Instituto Vasco de Estadística). Figura en sus informaciones que a finales del pasado año 2022 ya menos del 20% de la población activa trabaja en la industria. Supone un lastre considerable en el enriquecimiento de la comunidad del País Vasco, y una severa caída de la productividad que caracterizaba a esa comunidad.
Para comprenderlo en cifras: en 1986, el 45% del PIB vasco era obtenido por la industria; al comienzo del siglo XXI, se reducía al 30%; en 2008 bajaba al 25%, y así hasta llegar al 20% actual. Tan sólo en los últimos 4 años se han perdido 12.500 empleos en la industria. Un desmantelamiento del tejido industrial que indica una decadencia indiscutible.
Si entendemos que a lo largo del siglo XX el sector industrial vasco fue determinante en la riqueza de esa comunidad, su reducción en más de un 50% en lo que va desde 1986 a la actualidad supone un freno radical a la creación de prosperidad y crecimiento. Eso además de que hoy la economía vasca sigue en valores inferiores a los de antes de la pandemia.
Añádase que, según datos del Consejo de Relaciones Laborales, 6 de cada 10 trabajadores en huelga en España en 2022 lo eran del País Vasco. En cuanto al absentismo laboral, que destruye capacidad de producción, esa comunidad registró el índice más elevado con un 9,8% frente a la media nacional, que es del 6,7%. Se agrega que la actividad laboral en las Administraciones públicas sumaban en 2022 casi 153.000 personas, cerca ya de los 192.000 trabajadores en el sector industrial, habiéndose incrementado el empleo público en 14.000 personas en los últimos 7 años.
El común denominador de esas personas era que se trataba de gente joven, que había concluido sus estudios universitarios, y que emigraban en busca de oportunidades que no encuentran en el País Vasco
Es una alteración extraordinaria en las características productivas históricas de la sociedad vasca. Aún más: el año pasado, sólo en Guipúzcoa –provincia con poco más de 700.000 habitantes–, más de 11.000 personas abandonaron no sólo ese territorio, sino que se fueron a buscar actividad en el extranjero. El común denominador de esas personas era que se trataba de gente joven, que había concluido sus estudios universitarios, y que emigraban en busca de oportunidades que no encuentran en el País Vasco. Cierto que con el paso de los años se estima que un 50% de esa gente joven podrá volver. Pero cierto es también que ese éxodo representa una enorme pérdida de talento, en una sociedad incapaz de retenerlo.
Y así, se calcula que la mitad de las empresas vascas advierten del problema de contratar talento. Se mezcla una pérdida de profesionales cualificados y una falta de relevo generacional donde no se consigue captar talento joven. Y se da en todas las ramas de la industria vasca, ya sea en automoción, en construcción, en logística, transporte, etc.
Todo ello en una sociedad profundamente envejecida, en que casi el 25% de los habitantes tiene 65 o más años de edad. Donde existe una creciente población dependiente que en los últimos 20 años se ha incrementado en unas 200.000 personas. Con unos costes crecientes en sanidad. Y con un gasto en pensiones que se desboca, cuando ya hoy el 45% de las pensiones de personas vascas constituye un déficit respecto de los ingresos de los cotizantes vascos, de modo que en la actualidad casi la mitad de las pensiones vascas son pagadas por el conjunto de los cotizantes españoles.
El País Vasco se encuentra condenado a crecimientos económicos y de renta muy por debajo de los obtenidos hasta la actualidad, al tiempo que la región continúa perdiendo peso en la economía de España
Donde el índice de nacimientos es más bien propio de la postguerra tras la Guerra Civil en los primeros 40 del siglo XX, y cuando aproximadamente un 30% de los bebés nacidos en el País Vasco lo son de madres de origen extranjero, es fácil comprender que estamos ante un declive vasco cercano a lo desastroso. Para no inundar de datos esta situación, basta indicar que el País Vasco es una comunidad de poco más de dos millones de habitantes, que desde el inicio del Gobierno Vasco -en 1980- ha aumentado su población en un insuficiente 2,6% frente al promedio del 27% en el conjunto nacional.
Así el País Vasco se encuentra condenado a crecimientos económicos y de renta muy por debajo de los obtenidos hasta la actualidad, al tiempo que la región continúa perdiendo peso en la economía de España. Con menos contribuyentes en una sociedad súper envejecida, y con un estado de bienestar que ya está seriamente cuestionado y que solo atrae a inmigrantes extranjeros.
Todo tiene sus causas y desde luego el terrorismo se presenta como causa fundamental, con la autodestrucción a fondo de la sociedad vasca durante más de 40 años de asesinatos, secuestros, amenazas y persecuciones (1968–2011). Había gentes que sostenían que con el final del terrorismo la sociedad vasca se recuperaría. Los datos demuestran justo lo contrario. Hoy está de moda la absurda expresión de “pasar página” para no ver el pasado de un modo inmediato. Se pueden pasar las páginas que se quieran, incluso sin saber lo que significan y hasta sin haberlas leído. El resto de esa historia es un atronador declive demográfico y una pérdida inquietante de peso económico que no parece tener arreglo.
A este Gobierno le basta aliarse con lo peor sin paliativo alguno. Y con desfigurar el lenguaje, denominando “aliado progresista” a quienes no son sino integristas de tomo y lomo
Bildu, heredero del terrorismo de ETA, es incapaz -y lo será siempre- de repudiar y condenar los más de 40 años de terror. Incapaz de colaborar en nada que repare aquella catástrofe, con más de 370 asesinatos sin esclarecer. Le basta con ser aliado estratégico del Gobierno que preside el Sr. Sánchez, con volcarse en sacar a la calle a los presos terroristas en prisión. Con seguir arremetiendo contra la Transición y la Constitución de 1978, viga maestra de nuestro sistema democrático. Y mientras tanto, a este Gobierno le basta aliarse con lo peor sin paliativo alguno. Y con desfigurar el lenguaje, denominando “aliado progresista” a quienes no son sino integristas de tomo y lomo.
Lo anómalo es que, mientras todo esto sucede a la vista y conciencia de la sociedad vasca, se habla poco de esta situación. Tanto peor, sucede delante de nuestras narices y no lo queremos ver.
El desastroso desvarío identitario que guía el devenir del nacionalismo vasco puede seguir produciéndose al precio de que sea el País Vasco quien se les caiga encima.
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