A la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, le están amargando la vida por irse de fiesta y bailar; y, en segunda convocatoria, porque se ha difundido una foto (hecha en su residencia oficial) en la que aparecen dos mozas dándose un tosco y riente beso mientras se cubren el pecho desnudo con un cartel en el que se lee la palabra Finland.
¿A ustedes también les parece que esto está sacado de un noticiario de hace medio siglo?
Vamos a ver. La primera ministra de Finlandia es una mujer de 36 años, socialdemócrata y, digámoslo claramente, muy, muy atractiva. Que nadie tome esto como una afirmación machista o sexista o cosa que lo valga, porque no hay más que tener ojos en la cara para darse cuenta de que es verdad. Sanna Marin es infinitamente más guapa y sexy que Silvio Berlusconi, creo que nadie discutirá eso, del mismo modo que el excanciller austriaco Sebastian Kurz o el primer ministro canadiense Justin Trudeau resultan claramente más agraciados que Angela Merkel, Camilla Parker-Bowles o Miguel Ángel Revilla. O que yo mismo. Esto no tiene nada que ver con la orientación sexual. Es pura evidencia.
Van dos ataques –porque son ataques personales– a esta animosa mujer que preside un gobierno formado por cinco partidos: estos van desde lo que podríamos llamar el podemismo finlandés hasta el centro derecha. Entre ellos está, qué curioso, el Partido Popular de Finlandia, que viene a ser lo que aquí podría haber sido (y no fue) Ciudadanos. Esto, que en España provocaría horrores sin cuento y teatrales aullidos de ira en la oposición, es lo normal en Finlandia, donde la atomización del Parlamento hace imposible que nadie gobierne solo. Están más que acostumbrados a los gobiernos de coalición. Y el país no se ha hundido, más bien al revés.
Sanna Marin ha salido en televisión para pedir perdón con lágrimas en los ojos. ¿Perdón por qué? ¿Por haberse ido a bailar vestida de jovenzuela, casada como está, y con una niña? ¿Porque dos amigas se hicieron una foto de broma en su residencia? ¿A alguien que no sea polaco o funcionario de la SCV (siglas en italiano de Stato della Città del Vaticano) le parece escandalosa esa foto, en la que Sanna Marin ni siquiera aparece? ¿En serio? ¿En qué mundo vivimos? Mejor dicho, ¿en qué época?
La primera ministra se ha hecho voluntariamente un test para detectar si había consumido drogas. Naturalmente, salió negativo. Una cosa es vestirse de rockera para ir de fiesta y otra meterse cocaína antes del Consejo de Ministros. Pero es que nadie se hace voluntariamente un test de esa clase: eso se hace por obligación. Así las cosas, ¿quién la está obligando a defenderse tan tristemente, y de qué?
Los escándalos sexuales en política son más viejos que la orilla del río, pero han ido cambiando con el paso del tiempo. En Gran Bretaña nadie ha olvidado que, hace casi un siglo, un rey –el irresponsable y cabeza loca de Eduardo VIII– tuvo que abdicar porque se había enamorado de una señora divorciada, la astuta Wallis Simpson, y pretendía casarse con ella: aquello, entonces, era intolerable y puso en verdadero peligro a la Corona. Cincuenta años después fue la propia reina Isabel II la que exigió a su hijo mayor y a su esposa, otra mujer increíblemente lista y taimada (Diana de Gales), que se divorciasen precisamente para salvar a la Corona. Los desalmados tabloides británicos airearon a conciencia aquellas frases cursis sobre los támpax, que parecían jaculatorias marianas en comparación con lo que cada uno de nosotros decimos en ciertas circunstancias a nuestras parejas; frases que el bobito de Carlos le había dicho a su entonces amante y hoy esposa, ya la mencionada Camilla Parker.
El poderoso director del FMI, Strauss-Kahn, fue fulminado cuando le denunciaron por agresiones sexuales, lo cual era ya mucho más serio que irse con otra de vez en cuando
Entre una cosa y otra ha llovido mucho. J. F. Kennedy tuvo que abandonar su tórrido romance con Marilyn Monroe (y con una enorme cantidad de señoras más) cuando su esposa, Jackie, le amenazó con divorciarse, lo cual habría significado el final de la carrera política del presidente. La prensa conservadora estadounidense hundió en 1988 la carrera del senador Gary Hart, que iba a ganar fácilmente las elecciones pero que era un tanto mujeriego. El poderoso director del FMI, Strauss-Kahn, fue fulminado cuando le denunciaron por agresiones sexuales, lo cual era ya mucho más serio que irse con otra de vez en cuando. El vicepresidente de los conservadores británicos, Jeffrey Archer, tuvo que evaporarse cuando se difundió su afición a las prostitutas. Lo mismo que Eliot Spitzer, el que fuese gobernador demócrata de Nueva York. Todo eso es verdad y son solo unos pocos ejemplos.
Pero Berlusconi sobrevivió (políticamente) al escándalo de sus fiestas pornográficas en Villa Certosa, con las célebres velinas pululando por allí en plan orgía romana. Y Bill Clinton siguió siendo presidente después del asqueroso caso de Monica Lewinsky, tan vulgar y sobre todo tan antihigiénico. Y Donald Trump permaneció a flote cuando el FBI se encontró con las evidencias de sus andanzas con prostitutas de lujo en Moscú. En los tres casos, bastante serios y muy difundidos, la tierra tembló. Pero no hubo daños irreparables.
En mi opinión se trata de una maniobra estrictamente política que, con toda probabilidad, no ha terminado todavía: habrá más
¿Y ahora resulta que esta joven política finlandesa, Sanna Marin, está al borde de la decapitación por un baile, una falda de cuero y unas amigas bromistas? ¿En serio?
Hagámonos la pregunta clásica. En latín se dice Cui prodest? Cui bono? ¿A quién beneficia el intento (ridículo, a mi entender) de desacreditar y vilipendiar a la primera ministra con una idiotez como esta? En mi opinión se trata de una maniobra estrictamente política que, con toda probabilidad, no ha terminado todavía: habrá más. ¿Para quién es peligrosa Sanna Marin? Para dos personas. Una es la torva Riika Purra, líder del Partido de los Finlandeses, que en el país de los mil lagos viene a ser lo que aquí sería Vox, pero con solo un diputado menos que el partido socialdemócrata, el de la primera ministra. Es la extrema derecha xenófoba, eurófoba, demagógica, trumpetera, negacionista del cambio climático y con muy pocos escrúpulos morales. Como toda la extrema derecha que ahora se llama “populista”, incluida la nuestra, serían capaces de cualquier cosa para derribar a sus rivales. Y la calumnia es una de las armas más eficaces que se han inventado.
Y el otro candidato a autor de esta canallada es, naturalmente, el adorable vecino de al lado. Putin. Finlandia, de la mano de Sanna Marin, cambió su tradicional política de neutralidad –lo mismo que Suecia– y solicitó hace unos meses su entrada en la OTAN, alarmados los finlandeses por el belicismo de los rusos. Putin dijo que se arrepentirían de aquello. Conociendo su comportamiento mafioso, este desalmado es el candidato perfecto para ser el autor de esta maniobra. Para un hombre capaz de enviar a sus sicarios a donde haga falta y envenenar con polonio el té de sus enemigos, grabar (o hacerse con) los vídeos y las fotos “comprometedoras” de Sanna Marin es poco más que una caricia en la mejilla.
Pero es que hace falta ser un tipo tan moralmente avejentado y tan esencialmente meapilas como Putin para creer que lo del baile y lo de la foto del beso de las dos chicas puede, a estas alturas del siglo XXI, acabar con la vida política de nadie. Lo he dicho más veces y lo repito ahora: este matón pertenece al siglo pasado, no a este.
A pesar de las lágrimas y del disgusto que tiene, esta inteligente y dinámica mujer sobrevivirá a la cerdadita de esta gente (si es que en realidad han sido ellos; ya lo sabremos), de esta panda de hipócritas que no tienen el menor problema en traicionar a nadie (la extrema derecha, en todas partes) o en quitarla del medio para conseguir lo que quieren. Que es el poder. Absoluto. Es lo único que les mueve.
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