Durante los meses que duró el estado de emergencia, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, insistió sin cesar que su gobierno regional estaba listo y preparado para combatir el coronavirus. Ayuso, junto a un nutrido coro de fans mediáticos que siempre parecen corear entusiasmados todo lo que diga la presidenta de la CAM, se quejaba de la tiranía del Gobierno central, de cómo estaba ahogándoles, de la presión popular por reabrir la economía.
Sabemos cómo sigue la historia. El estado de emergencia se acabó con las comunidades autónomas prometiendo tener un cuidado inmenso para intentar limitar cualquier rebrote. Todo el mundo habló de rastreadores, de potenciar la atención primaria, de estar listos y preparados para actuar de forma decidida si el coronavirus volvía a extenderse. Todo el mundo sabía que iba a volver, porque esto es lo que hacen las enfermedades infecciosas. Siempre vuelven.
Tuvimos nuevos brotes. Algunos de los focos de infección de la primera ola fueron recordatorios crueles del racismo y desprecio con el que tratamos a los trabajadores temporeros en muchas regiones, hacinándoles en cobertizos mal ventilados, muertos de miedo. Otros fueron casos previsibles de descuido o imprudencia, como fiestas de cumpleaños, bodas, o barbacoas entre amigos.
Esta segunda oleada pilló a algunas comunidades más desprevenidas que otras. Algunas, como Aragón, confirmaron su reputación de tener administraciones autonómicas competentes y tomaron medidas de manera rápida y efectiva. A otras, como Cataluña, los brotes las pillaron sin haber preparado rastreadores y con la atención en otro lado, pero las autoridades reaccionaron quizás no con demasiado orden, pero sí con energía.
En otro universo distinto tenemos la Comunidad de Madrid.
Aunque a mediados de agosto la CAM ya tenía la segunda mayor tasa de hospitalización de España, sus responsables insistían que ellos estaban haciendo pruebas y encontrando pocos casos
A Madrid no sabemos si la segunda oleada llegó pronto o tarde, porque el gobierno regional decidió pasar un poco de todo. Aunque a mediados de agosto la CAM ya tenía la segunda mayor tasa de hospitalización de España, sus responsables insistían que ellos estaban haciendo pruebas y encontrando pocos casos. Aunque era cada vez más obvio que tenían varios brotes peligrosos, se tomaron lo de contratar rastreadores con parsimonia, solo para acabar dando el contrato a todo correr cuando esa parsimonia se convirtió en un escándalo.
Si algo debiéramos haber aprendido sobre la pandemia a estas alturas es que si uno se espera a ver más datos para ver si hay un problema o no y empezar a actuar, cuando le llegan los datos ya es demasiado tarde. Una vez el virus empieza a reproducirse y entra en la parte exponencial de la curva, todas esas medidas que tenías preparadas ya son insuficientes. Nadie en la CAM parece que entendió esta lección, así que, tras semanas en la que tenían literalmente a media España chillándoles que quizás tenían en problema, esta semana han acabado por admitirlo.
Estado de alarma
Más o menos. Si algo ha hecho Ayuso y su Gobierno (y el coro de tontos útiles habituales que siempre parecen gravitar a hacerle la pelota a quienquiera que preside Madrid) es insistir en que Pedro Sánchez tiene un problema, y que lo que está sucediendo en la CAM es culpa de todo el mundo menos de la CAM. Poco importa que hasta hace diez minutos estuvieran diciendo que ellos son quienes conocen la región y que si el estado de alarma es tiranía, etcétera; ahora la culpa es del Gobierno central, que no les da los instrumentos legales que necesitan para hacer lo que deben. No que eso haya impedido a Ayuso quejarse de falta de medios al mismo tiempo que prometía una rebaja de impuestos. Por supuesto, no van a pedir el estado de alarma, que es lo que les permitiría hacer todo lo que dicen que quieren hacer, porque Dios les libre de admitir que se han equivocado.
Aunque es fácil mofarse de la actitud de Ayuso, lo cierto es que el resto de los actores políticos en todo este sainete tampoco es que se hayan cubierto de gloria.
Los alemanes tienen una palabra preciosa, 'schadenfreude', que significa sentir satisfacción por las desgracias ajenas. A Pedro Sánchez le van a pillar un día de estos viendo conferencias de prensa de los pobres consejeros de la CAM comiendo palomitas con una sonrisa sarcástica.
Casado estos días anda todo soliviantado hablando de la amenaza okupa en vez de hablar sobre covid. Dios le libre de hacer algo políticamente costoso pero necesario para la vida de los madrileños
Esto sería casi divertido si no fuera porque cada día que pasa sin que las autoridades madrileñas tomen medidas equivale a cientos de contagios y decenas de muertes por covid que podrían haber sido evitadas. Sánchez y su Gobierno podrían haber hecho muchísimo más para forzar a Madrid a actuar (decretando el estado de alarma, por ejemplo, o ya puestos, hablar de aplicar el 155), pero ha preferido esperar a que Ayuso esté desesperada antes de tomar el riesgo político de imponer medidas urgentes.
En Ciudadanos, mientras tanto, han lloriqueado un poco, pero Dios les libre de sugerir que abandonan el Gobierno para forzar un cambio
Sánchez, por supuesto, no es el único que anda tocando el violín. Pablo Casado es en teoría el líder del partido de Ayuso y la CAM la joya de la corona del poder político de su partido, pero estos días anda todo soliviantado hablando de la amenaza okupa en vez de hablar sobre covid. Dios le libre de hacer algo políticamente costoso pero necesario para la vida de los madrileños como pedirle a Ayuso que deje de hacer el mandril.
Los socios de coalición de Ayuso no es que se hayan cubierto de gloria. Por Vox están hablando de la guerra civil y la ley de la memoria histórica, porque los muertos de hace ochenta años son más importantes que los muertos de ahora. En Ciudadanos, mientras tanto, han lloriqueado un poco, pero Dios les libre de sugerir que quizás abandonan el Gobierno para forzar algún cambio. De los socios nacionalistas del PSOE se espera poco (Torra anda muy liado con sus juicios y sus puñaladas traperas con otros independentistas, al fin y al cabo), pero Podemos ni siquiera se ha molestado a hablar de la covid estos días: Pablo Iglesias estaba el otro día entrevistando a un director de cine en YouTube, que parece más urgente.
La primera oleada del coronavirus trajo decenas de miles de muertos a España en una combinación letal de imprevisión, mala suerte, caos, incompetencia, falta de medios, y tener la desgracia de ser uno de los primeros países en comernos una pandemia atroz. Algún día, con calma, analizaremos todo lo que salió mal entonces. La segunda oleada seguramente tendrá menos víctimas (ahora sabemos lo peligroso que es el virus) pero un número atroz de estas muertes en Madrid será el resultado directo de la arrogancia de unos y la indiferencia de otros, dejando que la epidemia creciera sin control.
Cincuenta mil muertos después, y seguimos sin remar todos a una.
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