“Mantén la cabeza fría y un perfil bajo. Nunca tomes la iniciativa, pero procura hacer algo grande”. Deng Xiaoping
Durante más de cinco mil años, la historia de los seres humanos ha estado dominada por la violencia. La esencia de las relaciones políticas, siempre ligadas a las comerciales, se ha caracterizado por la dominación sobre territorios conquistados a sangre y fuego. El poder se medía en ejércitos poderosos, que mantenían el orden con una mezcla de miedo y prosperidad. Los mayas en América, los persas y los egipcios en Oriente Medio, las dinastías chinas desde la Xia, griegos y romanos, musulmanes y otomanos, españoles, franceses y británicos forjaron sus imperios yendo siempre más allá de sus fronteras originales, buscando riquezas fuera de sus tierras, y dejando, así, rastros culturales que perduran hasta nuestros días. Somos lo que somos en virtud de lo que nos legaron quienes estuvieron donde vivimos.
La noche en que cambió todo
Si el último siglo se caracterizó por la lucha entre la libertad que representan las democracias liberales y la autoridad que representaban el imperio austrohúngaro, el III Reich y, luego, la Unión Soviética, con un saldo de más de cien millones de muertos, el siglo presente lo hace por la lenta e inexorable extensión del soft power chino.
Algo cambió para siempre la noche del 3 al 4 de junio de 1989. La inflación y la muerte del reformista Hu Yaobang se combinaron en el ánimo de miles de estudiantes que tomaron la plaza de Tiananmen durante las siete semanas que acabaron entonces. Deng Xiaoping, ya octogenario, cedió ante la presión del primer ministro Li Peng, quien disolvió las revueltas con el uso indiscriminado de la fuerza militar. Deng, sin embargo, entendió perfectamente que la supervivencia del régimen comunista dependía mucho más de la economía que de los tanques.
En la primavera de 1992 se presentó en varias ciudades del sur del país, entre ellas Shenzen (lo que es hoy el Silicon Valley chino), para proclamar su famoso “enriquecerse es glorioso”, dando así la salida oficial a lo que se conoce, erróneamente, como economía socialista de mercado. Por entonces, el PIB chino era de 360.900 millones de dólares y el PIB per capita no alcanzaba los 320 dólares; para ponerlo en contexto, en ese mismo año el PIB norteamericano era de 6 billones de dólares y la renta per capita de sus ciudadanos alcanzaba los 24.000 dólares.
En estos treinta años transcurridos, el PIB chino ha crecido hasta los 13.7 billones de dólares y la renta per capita se ha situado en los 9.800 dólares; en ese mismo período, el PIB de los EE.UU. ha aumentado hasta los 20.5 billones de dólares y la renta per capita lo ha hecho hasta los 63.000. Es decir, en China se han multiplicado ambas magnitudes por 38 y por 30, respectivamente, mientras que las norteamericanas en alrededor de 3 veces.
Es también indudable que el progreso del nivel de vida de la población, al menos en las ciudades, es lo que ha permitido que las tesis impulsadas por Deng triunfasen
Son dos los pilares fundamentales del desarrollo chino en este período tan corto de tiempo: el mantenimiento de la dictadura en lo político y la apertura al mercado en lo económico. La ausencia de transparencia del régimen hace que la duda sea inherente a todo análisis económico; pero, en todo caso, es también indudable que el progreso del nivel de vida de la población, al menos en las ciudades, es lo que ha permitido que las tesis de Deng triunfasen. Hoy, China tiene 113 zonas urbanas de más de un millón de habitantes, por 114 los EEUU y la UE tomadas de forma conjunta.
La tecnología permite, hoy, que el régimen tenga un control absoluto de los habitantes. Asimismo, la existencia de un poder central indiscutido permite una toma de decisiones rápida que, junto con una mano de obra infinita, permite actuar sin dilación y, sobre todo, sin oposición ni control parlamentario alguno. La capacidad económica que ha generado estos años le permite camuflar, bajo la forma de ayudas económicas, una nueva colonización en el oriente africano, en el norte y en el sur de Europa, o en las repúblicas de Asia central. Mientras, las democracias liberales se debilitan pidiendo perdón por lo que ocurrió en el pasado, hincando la rodilla y derribando estatuas.
Mercados y tecnología
En las próximas semanas efectuaremos un recorrido por los tres pilares que sustentan el soft power chino, y que van a permitirle situarse no sólo como primera potencia mundial, sino, lo que es más grave, establecer su modelo como el hegemónico en lo que hoy llamamos Occidente. Mediante la colonización de los mercados emergentes (África e Hispanoamérica, fundamentalmente), el control de la tecnología y la aplicación de un sistema político enormemente eficaz, China logrará que su modelo sea adoptado, inexorablemente, por los países europeos.
La crisis de la covid-19 no ha hecho más que acelerar el proceso. Todos hemos sido conscientes de la enorme dependencia de China en las cadenas de suministro, con problemas de desabastecimiento en nuestros mercados; asimismo, la ayuda del régimen chino a los países occidentales ha sido recibida con gran satisfacción por las democracias occidentales, en la que es la mayor operación de propaganda del S. XXI. En ese proceso, la libertad individual retrocederá a niveles que pocas personas recuerdan. Ese será el precio que pagaremos por la seguridad. China establecerá, así, un modelo en el que, como en Matrix, lo importante no será la libertad, sino la sensación de libertad.
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