La epidemia de coronavirus parece habernos dado un descanso, aunque sea relativo, en Europa, tras varios meses de puro horror en muchos países del continente. Aunque el virus sigue siendo una amenaza y la posibilidad de rebrotes o incluso una segunda oleada está muy presente, la situación se ha estabilizado. Es el momento, por tanto, de pensar y planear qué aspecto van a tener nuestras ciudades durante los próximos meses (o años) hasta que tengamos la vacuna o tengamos una cura efectiva para la enfermedad.
Para muchos, la densidad de población en las grandes aglomeraciones urbanas de Europa ha sido vista como una de las causas detrás de la virulencia de los brotes epidémicos. Esta clase de argumentos recogen el viejo prejuicio que relaciona ciudades y enfermedad, pero basta mirar la distribución de los virus para ver que es una relación imperfecta. Madrid, Barcelona, Milán, París y Londres han sufrido brotes atroces, pero ciudades de densidad comparable y tasas de utilización de transporte público iguales o mayores como Viena o Berlín han tenido pocos contagios. Fuera de Europa, nadie va a acusar a Tokio, Pekín o Seúl de ser lugares medio vacíos que no dependen de sus extensas redes de metro para funcionar. Mientras tanto, en Texas, Florida y Arizona, lugares con densidades bajas y cero transportes públicos están experimentado brotes terroríficos estos días.
Los datos de contagio y la localización de los brotes parecen confirmar que el transporte público no es un vector de contagio en las ciudades en las que opera. Estudios franceses y japoneses centrados en trazar contagios no han detectado ningún brote significativo directamente conectado a una línea de metro o ferrocarril. El único estudio sobre Nueva York que sugería esa conexión tenía problemas metodológicos graves. Las ciudades asiáticas con menos contagios han adoptado protocolos estrictos de limpieza y desinfección de los trenes y hecho el uso de mascarillas obligatorio. Los metros europeos (y el metro de Nueva York) han sido peligrosos para sus trabajadores (sólo en Nueva York han muerto más de 120 empleados de la MTA); pero en Asia, donde tenían acceso a equipos de protección desde el principio, no han tenido el mismo problema.
Si algo parece meridianamente claro a estas alturas con el coronavirus es que los tres factores de riesgo son lugares cerrados, con aglomeraciones y donde se grita o habla en voz alta
Parece, entonces, que moverse dentro de las ciudades post-covid no debería tener un aspecto demasiado distinto a antes de la epidemia. Metros, trenes y autobuses son seguros, siempre que todo el mundo lleve mascarillas, estén limpios y nadie hable con nadie. Si algo parece meridianamente claro a estas alturas con el coronavirus es que los tres factores de riesgo son lugares cerrados, con aglomeraciones de duración más o menos larga y donde se grita o habla en voz alta. Es decir cosas como teatros, eventos deportivos y restaurantes o edificios de oficinas. La cuestión, entonces, es qué hacemos con el resto de la ciudad.
Las ciudades son motores de actividad económica por dos motivos. Primero, porque su tamaño permite que haya una mayor concentración de empresas, proveedores, y mano de obra. El acceso a otros negocios, los servicios de apoyo asociados, la mayor productividad de las empresas grandes y el hecho que estas compiten entre sí genera unas economías de red que hace que sean sitios más atractivos para abrir un negocio, y que estos puedan producir más por menos ofreciendo mayores beneficios y salarios.
Segundo, las concentraciones de población generan una serie de servicios y amenidades que hacen que las ciudades sean más atractivas (desde equipos de fútbol profesionales a teatros o eventos artísticos), amén de generar redes sociales y de contactos que las hacen sitios mejores para encontrar trabajo. Si quieres trabajar en finanzas siempre ayuda conocer a gente que trabaje en finanzas, y todo el mundo que se dedica a ello vive en Londres, y así sucesivamente.
Fabricar automóviles
En un mundo de pandemias y distanciamiento social, los beneficios de las aglomeraciones urbanas tienen un aspecto un poco distinto. En el mundo de fabricar componentes físicos, de metal, plástico y acero, seguirá siendo más fácil fabricar coches en Baviera o Sajonia que en los Monegros, porque en Baviera y Sajonia hay montones de ingenieros industriales, proveedores, expertos en logística y escuelas técnicas trabajando en el sector de la automoción, y en los Monegros no.
En el campo de las ideas y la economía del conocimiento, sin embargo, la ecuación cambia. Es muy posible que muchas empresas, tras meses de teletrabajo, descubran que pagar el alquiler de unas oficinas es mucho más caro que comprarle un portátil a cada empleado y pagarle la conexión a internet. Hay industrias enteras que tras un par de décadas resistiendo la transición digital de marras han descubierto a marchas forzadas que casi todas sus actividades pueden hacerse de forma remota. Si de repente ahora resulta que un banco de inversión puede funcionar vía Zoom y VPN desde cualquier sitio, quizás no es una gran idea tirar dinero pagando alquileres imposibles en Londres.
Estar junto a otras empresas e industrias es un incentivo muy poderoso para que las aglomeraciones sigan existiendo. Si se alarga, es posible que veamos una descentralización en muchos sectores
Por supuesto, tener a tus brokers desperdigados por la provincia de Teruel y Soria tiene un impacto negativo en el lado de amenidades y redes de contactos. Estar en Londres, Berlín o París tiene beneficios y abre conexiones que uno no tiene viviendo en medio de ninguna parte, por muy bucólico que sea el lugar. Bajo covid, sin embargo, el mundo de teatros, museos, restaurantes y cines son sitios vistos con desconfianza relativa, mucho menos atractivos. Lo del networking, contactos, y relacionarte con extraños en convenciones del sector y demás es casi inverosímil. En este escenario, ser un analista financiero o consultor en Soria no implica quedarse fuera de estos eventos. Vivir lejos no tiene coste alguno.
Si el coronavirus es un paréntesis, lo más probable es que las ciudades post-covid sean parecidas a lo que eran en tiempos anteriores a la pandemia, pero no exactamente iguales. Estar junto a otras empresas e industrias es un incentivo muy poderoso para que las aglomeraciones sigan existiendo. Si se alarga, es posible que veamos una descentralización en muchos sectores, ya que gran parte de las ventajas de “estar” en la ciudad se difuminarán mucho.
Pase lo que pase, hay algo que creo que cambiará casi seguro. Los edificios físicos, las oficinas es muy posible que dejen de ser este espacio central y omnipresente en la vida laboral de muchos de nosotros, y que su uso se limite a lugares de reunión, no de trabajo. Espero que os guste trabajar desde casa.