La primera ola del coronavirus fue la de la solidaridad, y trufó nuestros balcones de música, abrazos y aplausos.
La segunda ola fue la del cabreo, y produjo manifestaciones, altercados y desconfianza en los poderes públicos.
La tercera ola, si no lo impedimos, será la más dura, la de la desidia; los ciudadanos, hartos de lidiar con un virus que no para de crecer, dejarán de hacer caso las recomendaciones de las autoridades, tratarán de hacer vida normal, y producirán un tsunami de contagios nunca antes visto.
No lo digo, yo, lo dicen los expertos que comienzan a evaluar los países a los que esta tercera ola está llegando, el primero de los cuales ha sido Irán. Irán, ya saben, una teocracia no especialmente comprensiva con aquellos que se saltan las órdenes y recomendaciones de sus autoridades civiles y religiosas, que básicamente son las mismas.
Por delante de las autoridades
Y no es de extrañar, si somos capaces de mirar atrás, incluso si lo hacemos con generosidad, veremos que el coronavirus ha ido siempre por delante de las autoridades de la mayoría de países, incluido el nuestro (iba a escribir “especialmente el nuestro”, pero he reparado en que esta mirada iba a ser generosa).
El coronavirus, seamos claros, ha desbordado a políticos, especialistas, expertos, comentaristas y organizaciones internacionales. Ha superado incluso las peores previsiones de los conspiranoicos más conspicuos, lo que ya es mucho superar.
El coronavirus, seamos claros, ha desbordado a políticos, especialistas, expertos, comentaristas y organizaciones internacionales
Ha dejado en mantillas a nuestros sistemas de salud, a los públicos y a los privados, a nuestros científicos e investigadores, a nuestros costosísimos procedimientos de alerta y control, a los métodos de comunicación nacional e internacional, a nuestras barreras fronterizas…
El virus, en definitiva, ha puesto de manifiesto que, a pesar de las muchas veces que se afirmó lo contrario y de todos los recursos que se destinaron a esto, nuestro mundo global no estaba preparado para enfrentar con garantías un reto de esta magnitud.
Nuestro mundo global no estaba preparado para enfrentar con garantías un reto global de esta magnitud
Y el coronavirus no va a ser el último. Si algo sabemos con certeza es que vendrán más, y que no estamos preparados.
El viejo estado-nación ya no es suficiente y tratar de encerrarnos dentro de nuestras fronteras mientras cerramos los ojos y rezamos muy fuerte para que el virus tenga las suficientes nociones de geografía como para detenerse en la línea imaginaria que separa nuestro país del de al lado no parece una estrategia demasiado sólida.
Aumento de capacidades de control
Hemos sido indolentes y perezosos pensando que la globalización económica iba a funcionar sin un crecimiento paralelo de los sistemas de cooperación internacional, sin un aumento de las capacidades de control de los organismos internacionales, sin un desarrollo inteligente y protector de la gobernanza global transformando su “poder blando” en un poder duro y real.
Va siendo hora comenzar a repensarnos, de ser ambiciosos como especie, y de plantearnos que si no queremos convertirnos en algo parecido a aquellos dinosaurios que se apareaban y comían toneladas de helechos mientras un meteorito se dirigía hacia el golfo de México, nos toca comenzar a pensar globalmente y hacer los cambios necesarios para que el próximo virus nos encuentre preparados para la batalla.
Probablemente este no era el internacionalismo que defendía la Komintern soviética, y tampoco el que describieron los economistas liberales del siglo pasado, pero es el internacionalismo que nos toca construir.
Y nos jugamos tanto que ya estamos tardando.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación