“El control económico... es el control de los medios para todos nuestros fines. Y quien tenga el control de los medios también debe determinar qué fines se van a cumplir ". F. Hayek
Llevamos meses escuchando hablar del falso dilema entre economía y salud. La izquierda sociológica, que no tiene por qué coincidir con la política, ha criticado sin descanso las medidas de la Comunidad de Madrid, que sigue luchando denodadamente por mantener un hilo de actividad económica mientras combate la pandemia. Se aplauden iniciativas de cierre de locales comerciales, de la hostelería, porque sin salud no hay economía. Se lanzan tuits incendiarios con fotos de centros comerciales por personas a quienes molesta que vayan los demás, mientras ellas mismas están allí.
Comunidades autónomas que trataban a los madrileños como apestados, como bombas víricas, que se cerraron perimetralmente e impidieron a miles de madrileños acudir a sus segundas viviendas, por las que pagan sus impuestos, tienen hoy, después de haber provocado la ruina de sectores enteros de la economía, incidencias acumuladas mayores que las de Madrid. Posiblemente, todo esté relacionado con la visión de una economía dirigida, en la que la subvención es el combustible de la actividad y donde la iniciativa privada tiene un peso residual. Nadie en su sano juicio puede dudar de la importancia de la prevención, de cortar la cadena de transmisión del virus, de mantenerlo a raya y alejado de los hospitales, disminuyendo la incidencia y la saturación de los centros sanitarios. Pero, al mismo tiempo, nadie puede dudar de que millones de familias en este país viven de su pequeño negocio, en forma de tienda, de bar, de cafetería, de restaurante, de servicio de distribución. Sólo se puede pedir el cierre de estos negocios desde la seguridad de una nómina a fin de mes. Y, sobre todo, nadie puede exigir el cierre de sectores completos de la actividad productiva del país sin ofrecer nada a cambio. Los empleados por cuenta ajena pueden contar con los ERTE, los autónomos sólo pueden contar con sus ahorros, en muchos casos invertidos en sus negocios, y con la reducción del gasto, en muchas ocasiones, hasta niveles insostenibles. Con 3,8 millones de parados, con un incremento de más de medio millón en un año, con otras 750.000 personas en paro parcial, con casi 70.000 empresas destruidas en 2020, la solución a la crisis sanitaria no puede aplazar la solución a la económica. Porque la primera, gravísima, es coyuntural, pero la segunda puede transformarse en estructural si no se actúa rápido.
Todos los países de nuestro entorno, sin excepción, han reducido impuestos y han estructurado ayudas a los sectores productivos. Hemos leído que Alemania ha aprobado un presupuesto extraordinario de 156.000 millones de euros, coincidiendo con una revisión a la baja de los ingresos fiscales en 33.500 millones, ha reactivado el fondo de estabilización de 500.000 millones de euros para grandes empresas, creado en medio de la crisis financiera de 2008, y un fondo de rescate a autónomos y empresas de menos de diez trabajadores de unos 50.000 millones de euros. Eso le va a suponer, a la estricta y austera Alemania, incurrir en déficit público por primera vez en diez años. Y aquí tenemos una de las claves de la capacidad alemana para combatir el problema económico en ciernes: los ahorros que el superávit presupuestario han generado en estos diez años ascienden a casi 200.000 millones de euros.
No tiene sentido que algún candidato en pedir la condonación de la deuda con el Estado, como ha hecho Illa, que se suman a los casi 2.000 millones de euros que el ministro Montoro perdonó a la Hacienda catalana
En el mismo período, nosotros, con un PIB que supone la tercera parte del alemán, hemos acumulado prácticamente 450.000 millones en déficit. Y mientras Alemania espera caer un 5% en 2020, es difícil que nosotros bajemos del 12.5% Es inimaginable que, si te lo has gastado todo y más, si en 40 años sólo has ahorrado en tres, puedas no sólo sacar de dónde no hay, si no decirle a los mercados, a los mismos que has demonizado desde la oposición y desde el gobierno, que tengan confianza en tu futuro y te presten en buenas condiciones. Sólo la manipulación creciente que los bancos centrales efectúan de la oferta monetaria explica nuestra financiación. No es sano que un país con 18,8 millones de cotizantes a la Seguridad Social destine 25.000 millones al subsidio de desempleo, pero menos aún que gaste 6.600 millones más, hasta un total de 31.600 millones de euros, en pagos de intereses de la deuda. Porque los mismos que protestan por no haber votado en el 78, no tienen ningún problema en traspasarle 35.000 euros a cada niño que nace. Como tampoco lo tiene algún candidato en pedir la condonación de la deuda con el Estado, como ha hecho el propio Illa esta misma semana, que se suman a los casi 2.000 millones de euros que el ministro Montoro perdonó a la Hacienda catalana en 2014 con el FLA.
No existe, efectivamente, dilema alguno entre economía y salud, porque sin economía no hay salud, como sin salud no hay economía. Tras un año de pandemia, los políticos, desde el altar de sus sueldos fijos, siguen aplicando medidas medievales. En un año, no han tenido tiempo de plantear alternativas, porque es más fácil decir que el confinamiento salva vidas que contabilizar la pobreza que generarán cuando ya no estén, y por la que, jamás, ninguno responderá. Que el Estado del bienestar del que se llenan la boca va detrás del bienestar del Estado lo prueba, sin ambages, que mientras cierran bares y tiendas, convocan elecciones e invitan a la población acudir a los mítines, rompiendo los confinamientos perimetrales que ellos mismos han exigido bajo la excusa de la salud. Porque todo, en el fondo, responde al deseo de control de la sociedad. El verdadero dilema no es economía o salud, sino libertad o sometimiento.